29 de octubre de 2013

Animaladas

El Ayuntamiento de Barcelona ha dado un paso adelante en el asunto este de tener buen rollo con los animalitos, que las últimas encuestas plantean un panorama siniestro para las elecciones de dentro de poco más de año y medio. Así que pasen las europeas, el panorama local va subir de temperatura y tal como se prevé el derrumbamiento de los grandes y el crecimiento de los pequeños (a ver si las europeas lo confirman voto sobre urna), no hay voto malo, así que si los dueños de bichos son una mina, por pequeña que sea, a explotarla. De modo que, a partir del próximo verano, según se prevé, los perros podrán acceder al metro.

Pues no. No me parece bien. Entiendo que con los propietarios de animales -sobre todo, de perros- se está teniendo demasiadas contemplaciones, sobre todo a la vista del retorno en civismo procedente de ellos.

El transporte público siempre había sido una barrera infranqueable para los animales, con muy pocas excepciones, como las de los perros lazarillo o los de los vigilantes jurados (cosa, esta última, que tampoco veo clara) o pequeños animales (gatos, roedores domésticos, perros de razas pequeñas, cachorros) portados en jaula o cesta, una barrera que ahora se levanta. Y se levanta a despecho de molestias acaso importantes para los pasajeros: alergias, higiene (no todos los animalitos van debidamente limpios y desodorizados), miedo (no tan irracional, los perros de amos gilipollas se descontrolan con cierta frecuencia) y, en definitiva, la repulsión que muchos ciudadanos -con todo su derecho, cuando no razón- sienten por los animales (o por algunas especies). La prohibicion de animales en el transporte público siempre había sido -y sigue siendo- una cuestión de sanidad pública que, según veo, se desprecia ahora olímpicamente.

Porque, naturalmente, las limitaciones que se imponen -obligación de llevar bozal y de ir atados- se la va a pasar por el forro una cantidad significativa de sus dueños. Y llamarles la atención sobre el particular, naturalmente, creará el consiguiento conflicto y el subsiguiente mal rato por parte del ciudadano admonitorio. Así que a tragar tocan.

A mí, personalmente, no me molestan los perros; incluso me gustan (con algunas excepciones, como ese asqueroso bulldog francés, ahora tan de moda, que siempre parece ir ahogándose y va dejando un reguero de baba por donde pasa), pero tengo claros dos límites insoslayables (que, con consentimiento o con vista gorda municipal, han acabado soslayándose): el transporte público y los parques y jardines, particularmente las zonas infantiles de los mismos.

La tenencia de animales -como la tenencia de vehículos a motor- está sujeta a una serie de limitaciones de hecho (las legales, aparte) que su propietario tiene que asumir, pero que paulatinamente va asumiendo menos. Una de ellas era, hasta hoy, la veda del transporte público.

Poco a poco, los que vamos teniendo que asumir un número creciente de limitaciones somos los ciudadanos que no somos dueños de animales, ni vamos en bicicleta ni en coche. Los que, simplemente, caminamos tenemos que apencar con aceras estrechas y llenas de obstáculos (terrazas, postes, ciclistas...) y frecuentemente sucias -en la mayoría de los casos gracias precisamente a los perros- y ahora se nos complica también el transporte público con la invasión animalística.

Al final, al paso que vamos, el que acabará estando prohibido será el viandante común, el peatón corriente y moliente. Salvo cuando haya que hacer el burro en calzoncillos a la salud del alcalde o del Corte Inglés.

Imagen: Bulldog francés. Cristorresfer en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

25 de octubre de 2013

Sinde intocable

Lo del Tribunal de Justicia de Madrid en el recurso contencioso administrativo presentado por la Asociación de Internautas contra el nombramiento de la ministra Sinde, no puede ser más vergonzoso. Archivar cuatro años después de presentado un recurso contencioso administrativo contra el nombramiento de una ministra, cuando ese recurso se presentó dos meses después de producido el nombramiento, arguyendo que como ahora ya no es ministra, pues ya da igual es algo para lo que no hay calificativo fuera del alcance del código penal.

Recuerdo que, cuando se presentó este recurso, ya contábamos con que su resolución iba a llegar cuando ya no hiciera falta, porque conociendo los tiempos que emplean los tribunales (y alguna propinilla que echan de cuando en cuando, como bien pudiera ser este el caso) no esperábamos tener el placer de que se hiciera justicia con Sinde en el machito, pero perseveramos siquiera para que brillara la luz del ejemplo y el escarmiento en un caso especial de corrupción, con embajada americana leyendo el libreto incluida. Con lo que no contábamos era con este rocambole jurídico y... quizá debiéramos haber contado.

Para ningún español es nada nuevo ni secreto que la justicia, salvando a unos cuantos -pocos- jueces abnegados que, por mantener su integridad, pagan un alto precio en forma de presiones, amenazas, coacciones y algún que otro inconveniente de aún mayor envergadura (que se lo pregunten a Garzón, si no), no tiene ni credibilidad ni fiabilidad alguna.

En la Asociación ya tuvimos una constatación clara de que algo está yendo muy mal en la justicia española con el famoso «Caso 'putaSGAE'». Tres instancias, tres (juzgado, Audiencia y Supremo) hicieron complicadísimos y -otra vez- rocambolescos encajes de bolillos para atizarnos el palo, siendo así que la LSSI estaba clara y recordando que precisamente la AI se volcó para evitar que en su reforma se responsabilizara a los prestadores de servicios de los contenidos de terceros en uso de esos servicios; y pudimos lograrlo, entre otras cosas, porque una directiva europea disponía que fuera así. Pues nada: tres instancias judiciales, tres, utilizaron ambas cosas, LSSI y directiva europea, como papel higiénico.

Y podemos hasta ilustrarlo: cuando el asunto estaba ya en manos del Supremo, el fiscal informó en el sentido de que había que darnos la razón o, alternativamente, preguntar al Tribunal de Justicia de la Unión Europea si la directiva en cuestión nos absolvía o no. En este momento, nosotros -y cualquiera que entienda un mínimo de derecho- vimos el «pleito ganado» (¿ves cómo no se puede decir nunca?): si la cosa iba a Bruselas, el caso contra nosotros se desmoronaba. ¡Pero! Tres meses después, sin que haya elemento nuevo que lo justifique, ni en el pleito ni fuera de él (ni fuera de él que nosotros sepamos, claro, porque ahí está el intríngulis) el fiscal cambia de opinión en un giro de 180º. De no ver nada claro que hubiera que condenársenos y, en todo caso, consultar a la jurisdicción de Bruselas, pasó a pedir nuestras cabezas cocinadas en pepitoria. Lo recordaba no hace muchos días Víctor Domingo en una entrevista que recomiendo porque aún explica más cosas... raras.

Un Gobierno que pasa de los ciudadanos, una justicia que tiene de independiente lo que yo de arzobispo, un sistema financiero que nos estafa y nos expolia impunemente y aún con la complicidad de quienes habrían de ponerle coto... ¿Qué tendrá que pasar, finalmente, en este país?

Pues como esto siga así, lo veremos. Me temo que lo veremos.

24 de octubre de 2013

La danza de las horas

El tema es recurrente dos veces al año, cada vez que toca cambiar la hora: que si se ahorra mucho o poco, que si es más agradable o más desagradable el horario de verano que el de invierno, que si los transtornos que causa a bebés y a ancianos... Eso del cambio de hora parece que transtorna mucho a la gente, parte de la cual, en cambio, no se transtorna nada cuando los fines de semana lleva unos horarios completamente disparatados o cuando, en vacaciones, realiza en ocho días un viaje de ida y vuelta a la Ribera Maya o a cualquier otro culo del planeta. El caso, se diría, es quejarse de algo...

El próximo cambio de horario otoñal de este año (se produce este próximo domingo) ha traído una ampliación de la cuestión.

Actualmente, nuestro horario oficial se corresponde con el huso centroeuropeo (CET, en invierno, CEST, en verano). Esto viene de los años 40 (creo que, concretamente, desde 1942) cuando Franco decidió homologarse horariamente con Alemania, en un chusco guiño a Hitler (imaginaos lo que debió de emocionarse el Führer) o, más probablemente, para homogeneizar el horario español con el de toda la Europa continental, ocupada desde el Bidasoa hasta el Cáucaso por Alemania y sus aliados. Después de la guerra, el cambio de horario se mantuvo y se mantuvo por una razón que veo lógica: era (y es) muy cómodo, muy racional y muy eficiente, que todo lo que entonces era Europa Occidental y hoy constituye el núcleo de la zona monetaria europea (la zona euro, para entendernos), zona donde la densidad de intercambios comerciales es muchísimo mayor, tenga una misma hora oficial.

Pero ahora vienen los políticos y deciden que nuestros horarios son ineficientes y disparatados, que con ellos no hay eficiencia laboral posible, ni productividad, ni conciliación familiar ni las diez mil leches que son tanta moda en estos últimos años. Y se ponen a elucubrar -parece que en serio, aunque ya veremos si al final se materializa- si no sería más natural volver al horario que nos corresponde, el huso europeo occidental (WET-WEST), que coincide con el horario del meridiano de Greenwich (GMT) convencionalmente conocido como Horario Universal Coordinado (UTC) y es el que mantienen Gran Bretaña, Islandia (que no tiene horario de verano) y Portugal, como únicos representantes europeos del mismo. Hay que tener en cuenta, a mayor abundamiento, que el meridiano de Greenwich pasa por la península Ibérica: si se corriera unos pocos kilómetros hacia el este, constituiría casi calcadamente la frontera geográfica (porque hoy por hoy, y esperemos que por muchos años, no hay otra) entre Cataluña y Aragón.

Sí, resulta chocante esto de que, en horario de verano (CEST, y es el más largo de todo el año: siete meses), el mediodía sea a las dos de la tarde (en Cataluña, porque en Galicia se va a casi las tres o poco menos). Y por eso me extraña adicionalmente esa pájara que ahora les ha dado a los políticos (esto nos pasa por no tener problemas, ya se sabe), porque si analizamos nuestras costumbres, resulta que no estamos tan locos como parece.

En épocas de ruralidad (es decir, todas, hasta prácticamente el siglo XX... y más bien avanzado) se almorzaba a las 12 o entre las 12 y las 13, es decir, a mediodía. Ahora, que estamos tan locos, almorzamos -mal, pero almorzamos- entre las 14 y las 15. Es decir, exactamente a la misma hora, en términos solares. Lo mismo cabe decir de la cena: si cenamos entre las 21 y las 22, quiere decir que, en términos solares, lo estamos haciendo entre las 19 y las 20, lo cual más europeo no puede ser. Y si nos acostamos a las 24, lo estamos haciendo a las 22. Lo brutal sería que, manteniendo este huso horario adoptáramos las costumbres horarias europeas, porque esto nos llevaría a almorzar a la hora de desayunar, cenar a la hora de la merienda, acostarnos a la hora de la cena y levantarnos con los frailes, a la hora de maitines.

Que se quieran modificar los horarios laborales y algunas costumbres, para hacer la productividad más alta y la vida más llevadera (hasta donde ambas cosas sean compatibles) es algo que puedo ver bien, incluso si con ello nos vemos obligados a modificar algunas costumbres (por ejemplo, frugalizar el almuerzo en beneficio del desayuno y de la cena) que nos llevarían a hábitos más saludables; pero no hace falta, para ello, cambiar el huso horario oficial.

Cambiar el huso horario oficial significaría que, a cambio de coordinarnos con Gran Bretaña y con Portugal (bueno, ejem, y con Islandia), nos descoordinamos de todo el resto de Europa. Francamente (aunque este es el ejemplo más tonto), no me veo recorriendo 170 kilómetros escasos hacia el norte, entrando en Francia (como hacemos muy comúnmente los catalanes) y tener que adelantar el reloj una hora (o la coordinación mental entre la hora que me indica el reloj y la del lugar en el que estoy). Aunque, bueno, también es lo que les pasa a los gallegos cuando recorren hacia el sur muchos menos de esos 170 kilómetros, si bien en este caso atrasan, en lugar de adelantar.

Hablemos de adecuar mejor nuestros horarios y nuestros hábitos a la vida actual, hablemos de trabajar más racionalmente y más a gusto (o menos a disgusto), en términos horarios, cosa que, además, podría llevar incluso a trabajar menos; hablemos de poder estar más con la familia en horas todavía hábiles para hacer cosas interesantes, en vez de encerrarnos a ver la tele, hablemos de todo eso, sí, y dejemos tranquilo nuestro horario CET-CEST (sí, incluyendo también el cambio horario estacional, que no es tan terrible).

Imagen: Wikimedia Commons
Licencia: GPL

23 de octubre de 2013

Mossos vergonzosos (II...)

Hace pocos días, hacía un breve resumen de la triste y descendiente trayectoria del prestigio de los Mossos d'Esquadra en Cataluña. Hablaba de extralimitaciones, hablaba de condenas por torturas, hablaba de indultos...

Lo cierto es que una estructura interna corrompida por una falsa solidaridad que oculta cualquier barbaridad, una clase política que también la disimula, cuando no la justifica, y esa sensación de impunidad que parece embargar a los policías (equivalente a la de impotencia que sentimos los ciudadanos) derivada de la garantía de que, aunque se llegue a una condena (para lo cual es preciso un largo y tortuoso camino judicial, no exento en más de una ocasión de amenazas más o menos veladas para los que instan incansablemente un determinado procedimiento), hace que los casos de abusos policiales o de, lisa y llanamente, torturas se multipliquen en número y en gravedad, en una escalada a la que nadie competente (competente en el sentido administrativo de la palabra) parece dispuesto a poner fin.

En ese artículo antes aludido y enlazado, me refería de pasada a un incidente con resultado de muerte a raíz, decía, «de una detención muy conflictiva». Realmente fui cauto y moderado en mi expresión. Aquí puede verse lo que ocurrió:


Las imágenes hablan por sí mismas y las versiones de los testigos pasan a adquirir, con ellas, gran verosimilitud.

Serán los jueces los que habrán de calificar los hechos, pero éstos sí aparecen claros. Sólo queda identificar a los autores y a que éstos, agotadas todas las instancias judiciales, sean indultados por el Gobierno.

No sé cómo habrá que solucionar esto. Bueno, sí lo sé, pero no lo digo.

21 de octubre de 2013

¿«Pacto Parot»?

Ya hablé de este tema en varias ocasiones en «El Incordio» y es un tema del que no me gusta hablar -como a nadie, imagino- pero hay que hacerlo.

Ante todo, debo decir que escribo esto en domingo, cuando aún no se conoce la resolución del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos sobre la llamada «doctrina Parot», pero dando por supuesto que se la va a cargar, con la única duda de si el tenor literal de la resolución va a dejar mucho o poco espacio a la «ingeniería jurídica» que anunciaba días atrás Fernández-Díaz.

Para empezar, y sin entrar en consideraciones éticas aún, en mi opinión, la «doctrina Parot» es una vulgar y tosca chapuza, uno de esos atajos a los que tan aficionados somos en España cuando nos sale el tiro por la culata de lo mal que se legisla aquí. Los atajos tienen poco futuro en derecho penal, porque los principios generales del derecho, en España y en todo el orbe civilizado, tienen normas muy estrictas destinadas a impedir «ingenierías» e inventos cuando éstos consisten en atizarle más duramente a un señor. La irretroactividad de las leyes, en general, pero, sobre todo, como principio sagradísimo en el ámbito penal, el principio non bis in idem, y tres o cuatro normas más, metapositivas pero radicales, permiten poco juego. En base a esto, estaba cantado que la «doctrina Parot» iba a la basura en lo que tardara en pillarla un tribunal independiente, de los que no hay en España, porque, en cuestión de independencia, el Tribunal Supremo y el Constitucional tienen menos fiabilidad que un Biscúter en una carrera de Fórmula 1.

La tregua indefinida de ETA tiene todavía un fleco importante que solucionar: la entrega de las armas. Una entrega que, materialmente, no es nada (si ETA quisiera volver a ponerse en marcha, recuperar sus arsenales sería probablemente cuestión de pocos meses) pero que simbolizaría su fin, su verdadero desmantelamiento -desde dentro- para los restos. Pero está claro que esa entrega no se va a producir si no se da una solución al tema de los presos: ETA no se va a disolver (ni, por ende, entregar las armas) dejando abandonados a muchos centenares de los suyos.

Tengo para mí que la previsible resolución del Tribunal no va a venir como caída del cielo, sino que es consecuencia de un pacto, de esos pactos que hacen oscuros e ignotos coroneles en bares suizos o en vete a saber qué garitos. Está claro que el Gobierno español no puede soltar a los presos por las buenas, pero sí puede verse obligado (a la fuerza ahorcan) a abandonar el falso principio jurídico que le permite que los etarras cumplan sus penas íntegras. Si la «doctrina Parot» se cae, a la vuelta de diez años, quizá quince, a lo sumo, no quedarán apenas presos etarras, y eso será un punto importante para la recuperación de la normalidad en el País Vasco. Hay que tener en cuenta que la mitad de los vascos tienen, por lo menos, a un familiar no muy lejano, en prisión.

Lo siento -sinceramente, de verdad- por las víctimas. Incluso sin serlo ni directa ni próximamente, se me hace muy cuesta arriba la idea de que los autores de algunos de esos asesinatos, particularmente execrables, especialmente odiosos -pienso, por ejemplo y sobre todo, en el del matrimonio Becerril- se vayan a salir poco menos que de chiquitas. Es un precio altísimo y muy duro, pero que me temo que habrá que pagar. A menos, claro, que no se quiera normalizar completamente la vida social vasca, en cuyo caso habría que afrontar los riesgos que ello conllevaría.

El problema es que, si mi teoría -la del pacto- es cierta -y estoy convencido de que lo es-, no conocemos la contrapartida; es decir qué tienen que dar a cambio los beneficiados por la excarcelación (aparte, por supuesto, entonces sí, del desarme y la autodisolución del tinglado); pienso que sería insufrible completamente -hasta el punto de la invalidación misma del propia pacto, en la medida en que exista- que se pasearan entre laureles de héroes o que presumieran de victoria alguna.

Porque, eso sí: conviene que tengan claro que han perdido la guerra y que el levantamiento de la «doctrina Parot» no constituiría sino parte de las condiciones de una rendición.

La niña bonita

La Asociación de Internautas cumplió quince años hace un par de semanas. Quince años de los que yo he compartido doce, muchos de ellos en primera fila. Como todas las cifras redondas (entendamos tales las que acaban en cero y algunas en cinco, y 15 es una de ellas), esta es un buen pretexto para volver la vista atrás y ver lo que hemos hecho. Que es mucho, muchísimo. Los servicios que la Asociación de Internautas ha prestado a la sociedad española son muchos y relevantes.

Aprovechando la nueva etapa de Internautas TV que, precisamente, se inicia ahora, nuestro presidente, Víctor Domingo, hace un breve repaso a estos quince años de historia:


El desafío está ahora en los próximos quince años. Internet, como consecuencia directa y más palpable para el ciudadano de las tecnologías más punteras, es algo tremendamente dinámico, vertiginoso, capaz de lanzar disrupciones capitales en cuestión de meses, de volver del revés en brevísimos lapsos de tiempo modelos de negocio, modos de relación y costumbres sociales con décadas de antigüedad -incluso seculares en algún caso- y sustituirlos fulminante e inapelablemente, lo cual siempre genra, en la sociedad, desorientación, controversia, resistencia y, en definitiva, grandes problemas que acompañan, menos mal, a grandes soluciones y grandes y nuevos recursos.

Ahí estará la Asociación de Internautas para intentar dar respuestas, para ayudar a mejor aprovechar esos recursos, para presionar a fin de que todos estos beneficios lleguen a los más amplios sectores de nuestra sociedad.

Ahí, pues, nos seguimos viendo.

18 de octubre de 2013

Voto a bríos

Recuerdo que, hace muchísimos años -tantos como el contexto va a indicar-, Jordi Pujol, refiriéndose al protocolo previsto para los juegos olímpicos de Barcelona'92, formuló una advertencia que era, en realidad, una exigencia: «No me dejaré colocar detrás de un ministro». Don Jordi conocía el paño; si no se hubiera hecho valer, hubieran pasado delante de él no los ministros, no: hasta los secretarios y directores generales; y lo hubiéramos visto en cuarta o quinta fila, allá perdido en el fondo del palco. Así que se curó en salud, e hizo muy bien, porque hay mucho mindundi venido a más que porque le dan un coche oficial se cree Napoleón. Atención al principio de Jesús Gil (que de sinvergüenzas sabía para un doctorado) sobre lo de darle una gorra de plato a un tonto.

El presidente de una comunidad autónoma es el representante nato del Estado -no del Gobierno: del Estado- en esa comunidad. Por tanto, en ella, sólo puede ser protocolariamente sobrepasado por el rey y por el presidente del Gobierno. Por nadie más, en absoluto.

Ayer, en el acto del Foment del Treball, los responsables de la cosa pusieron a Soraya Sáez de Santamaría por delante de Mas y Mas se cabreó y dio plantón. Siento decirlo, porque el personaje no es para nada santo de mi devoción, pero, en este caso, Mas tenía toda la razón. Toda la razón en enfadarse y toda la razón en tomárselo por la tremenda y darse el bote. Por más que Santamaría fuera en representación del presidente del Gobierno, ella no deja de ser la vicepresidenta: repito que Mas es el representante del Estado en Cataluña. No es una cuestión de competencias, es una cuestión de estatus político e institucional y en estatus político e institucional, la vicepresidenta del Gobierno, aunque represente al mismísimo papa, en Cataluña está por detrás del presidente de la Generalitat.

Lo que más me fastidia de todo, es que los del Foment y la Soraya han escenificado, con todos los pronunciamientos del caso, el maldito porcojonismo que ha llevado a tanta gente a la estelada, porque hay que reconocer que esos comportamientos a lo conde-duque de Olivares son tremendamente irritantes y, en el presente caso, han constituido una ofensa para cualquier catalán. Incluso para los catalanes, que, como yo, estuvimos el 12 de octubre en la plaza Catalunya. No es de extrañar que, luego, la gente más irritable se cabree y haga multitudinarias las cadenas y demás inventos.

A la imbecilidad mesetaria -porque no puede calificarse de otra cosa aún siendo benevolente, y no tengo ninguna intención de serlo- se añade el desconocimiento de la Historia o, lo que sería peor, la ignorancia, conociéndola, de sus lecciones: los Tercios viejos están muy bien -uno de los mejores cuerpos de infantería de la Historia- para ir a luchar a Flandes o a Nápoles o al Milanesado, pero cuando los metes en Cataluña puede liarse un Corpus de mil pares de narices. El analfabeto que no sepa de qué hablo, que coja el libro y se entere, si puede.

España sí, claro que sí. Pero no esta.

Imagen: Retrato del Conde-Duque de Olivares a caballo (Diego de Velázquez) - Museo del Prado
Licencia: Dominio público

17 de octubre de 2013

Los juegos, tururú

El COI ha frenado en seco las aspiraciones de Barcelona para organizar unos juegos olímpicos de invierno. Menos mal. Menos mal porque esa fue una idea tóxica de Hereu que pudo haber traído consecuencias muy malas (algunas, de hecho, las llegó a traer). Y es que en Barcelona tenemos una desgracia: desde los juegos de Barcelona'92, aquí todos los alcaldes que sucedieron a Maragall han querido pasar a la historia con su correspondiente parida (y la correspondiente riada financiera, ojo): Clos nos metió el famoso Fórrum que, como se supo desde un primer momento, no sirvió para absolutamente nada, aparte de para crear un barrio que aún no saben qué hacer con él, porque aquello es como el Sahara con edificios (vacíos). ¿Quién se llenó los bolsillos (porque hubo bolsillos llenos a porrillo)? Lo dejo a la imaginación de cada cual. Hereu, a su vez, nos la intentó meter doblada con los juegos de invierno y con la Diagonal, pero, al final, el que se tuvo que sacar -y abierto- el paraguas de salva sea la parte fue él.

La primera ya fue en toda la frente: los famosos juegos invernales, competían directamente con las aspiraciones de Jaca, que ya habían sido anunciadas en aquel entonces, con lo cual puede suponerse que los aragoneses nos amaron profundamente; menos mal que, no hace tampoco tanto tiempo, tuvieron que renunciar a esa aspiración con independencia de que Barcelona mantuviera la suya o no.

La segunda, consistió en el invento en sí mismo: en Barcelona, en lo que es la propia Barcelona, se iban a quedar los deportes de hielo (patinaje y esas cosas), que no interesan a casi nadie, para qué nos vamos a engañar; y lo que suscita el mayor interés -que tampoco hay para tanto, como después veremos-, los deportes de nieve, iban a hacerse en los Pirineos, con todo lo cual, y muy al contrario de lo que sucedió con ocasión del 92, a los barceloneses nos importaban un perfecto pimiento los juegos de las narices. También intrínsecamente, porque si entráramos en otros factores, como el de las jaranas en tiempos como los que sufrimos, entonces ya habria que hablar de sapos y culebras.

Y todo esto es lo que ha visto el COI. Al loro con las razones que han aducido (según el medio antes enlazado) para darle a Clos Trias el tortazo:

Primera: en cuestión de deportes de invierno, en España no hay ni afición ni deportistas de referencia; a lo sumo -esto lo digo yo, pero a ver si no- unos cuantos miles (en número felizmente decreciente en estos tiempos) suben allá arriba a reventar el entorno natural para lucir el modelito.

Segunda (esta no la dice el medio, pero la he oído en alguna parte): la climatología ibérica da miedo. El mundo de los deportes de invierno tardará muchos años en olvidar el fiasco de aquellos campeonatos mundiales que iban a celebrarse en Sierra Nevada y que tuvieron que envainarse porque precisamente aquel año le dio por no nevar nada, nada, nada. El Pirineo no es lo mismo, está más al norte y tal; ya, sí, bueno, pero tampoco sería la primera vez que han pasado una temporada entera con un palmo de nieve y eso aún con cañones.

Tercera: la falta de apoyo ciudadano. Evidentísimamente: que nos entusiasmáramos hasta lo histórico con los Juegos del 92 no implica que nos vayan a poder vender así por las buenas cualquier cuchipanda del calzoncillo (valga tal también para la de referencia). Y menos, además, con la que está cayendo y con el cabreo que llevamos. No, no está el horno para bollos, y parece que en el COI lo ven mucho más claro que en el propio Ayuntamiento.

Cuarta (y ojo con ella, que tiene bemoles): la crisis económica que estamos sufriendo y la crisis política que están pasando España y Cataluña. Y no lo digo yo, ojo, vuelvo a remitirme al medio enlazado al principio. O sea que ya tenemos una muestra -felizmente barata, casi gratuita, en este caso- de lo que pasa cuando se plantean barbaridades.

Lo de siempre: han de venir de fuera para enmendarnos la plana cuando nuestros dilectos dirigentes se pasan de la raya con sus tonterías. Cuando no es la Unión Europea, el Tribunal de la UE de Bruselas o el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo, ha de ser hasta el mismísimo Comité Olímpico Internacional. Y que no falten, ojo.

Si en la plaza del Pilar se descorcha hoy alguna botella de cava (y si fuera catalán, mayor aún el escarnio) tendrán sus buenas razones, las cosas como son. Y, aunque otras, no menos buenas serían las que deberían llevar a descorcharlas aquí.

Yo, igual lo hago: menudo marrón nos hemos quitado de encima.

Imagen: Biseth en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

15 de octubre de 2013

Elegancia arquitectónica

Así que el otoño limpie completamente los árboles de hojas, volveré a la fotografía urbana que tengo que dejar en verano a caua de la cortina verde que oculta casi todas las fachadas. Y a ver si este año hago un planteamiento un poco distinto.

La «marca Barcelona» (dichosa manía de las «marcas», que casi siempre acaban llevando a la mixtificación más lamentable) se caracteriza básicamente por el modernismo. Pero es que el modernismo que caracteriza a Barcelona es el modernismo más rococó, más excesivo; hay un modernismo más sobrio (dentro de la poca sobriedad que caracteriza al estilo) del cual mi ciudad también tiene muestras estupendas y en cantidad, pero en el que también tiene competencia en muchísimas ciudades españolas (y ni que decir tiene, europeas).

Pero Barcelona tiene también otras joyas arquitectónicas que, perfectamente reconocidas y valoradas en el entorno artístico y arquitectónico, pasan absolutamente desapercibidas para el común de los barceloneses, y no digamos para el turismo: uno de ellos, el neoclasicismo noucentista que compitió con y sucedió al modernismo intentando -sin lograrlo demasiado- dar respuesta a ese exceso que el romanticismo proyectó sobre la arquitectura; y el otro, y principal, el racionalismo, ese GATCPAC (GATEPAC, en el común de España) cuya desgracia fue nacer y desarrollarse durante la República. Claro que algunos dirán -y probablemente con razón- que sin la República y la apertura a aires nuevos que ésta trajo, ni GATCPAC ni GATEPAC hubieran sido posibles. Lo cierto es que ese republicanismo llevó al ostracismo que duró hasta bastante avanzado el régimen franquista.

La verdad es que me gusta la elegancia de la sobriedad. Quizá por eso, pese a bellezas como la catedral de Burgos -que he tenido ocasión de visitar de nuevo hace algo menos de un mes-, o la de León, por sólo hablar de algunas españolas, ningún monumento gótico me cautiva tanto como la barcelonesa basílica de Santa María del Mar.

Por eso, aunque tengo que aprobar la asignatura pendiente del conjunto modernista de la calle Gran de Gràcia (y hace casi diez años que lo veo y deambulo cada día laborable, manda narices), estos próximos otoño e invierno voy a dirigir mi cámara hacia las líneas secas del racionalismo, hacia la belleza de la forma pura más escueta.

A ver qué tal me sale...

Imagen: Autor

14 de octubre de 2013

Barcelona, 12-O

El sábado pasado (el 12 de octubre, ya sabéis) subsumí en un mismo acto -el de redactar una entrada para este blog- una impremeditación y una iluminación. La impremeditación fue ponerme a escribir embargado por la alegría del éxito de la concentración del 12-O en Barcelona. Que fue un éxito, ya explicaré por qué. Y la iluminación fue dejar dormir el escrito en el aparcamiento de borradores del CMS, hasta volverlo a leer pasadas horas. Tampoco es nada extraordinario: lo hago frecuentemente, sobre todo cuando el tema que trato es conflictivo o lo enfoco de una manera especialmente agresiva. De modo que, leído ayer con sosiego, decidí reescribir desde cero.

Bueno, los resultados de la manifestación en cuestión ya los sabe todo el mundo: 160.000 según la organización (notoria exageración), 100.000 según la Delegación del Gobierno, que también se pasó un pelín grueso y la Guàrdia Urbana ni la mento porque eso es puro cachondeo, que se pasó, y mucho, por el otro lado. Mi ojo me dice unos 50-60.000, teniendo en cuenta, atención, que la concentración no sólo ocupó la plaza Catalunya sino que subió por el paseo de Gràcia hasta la Gran Via cosa que, vaya, hombre, no aparece en las fotos. Eso lo vi yo, no me lo ha dicho nadie. Si más arriba de Gran Via continuó habiendo manifestantes -que me parece que no- yo no los vi, luego no los certifico.

Y, bien, como se ha dicho, y es cierto, un ambiente familiar, festivo y agradable. Pocas salidas de tono (sólo detecté dos pollos preconstitucionales que, además, desaparecieron en pocos minutos, y no hubo gritos impertinentes). La meteo, además, acompañó, contra pronóstico de toda la semana, que hacía preveer un día gris y, con grandes probabilidades, lluvioso. Pues no. El viernes llovió todo lo que tenía que llover y el sábado gozamos de una jornada de sol radiante, aunque con alguna sombrita ocasional.

Los números. Yo siempre he relativizado el tema de los números y he preferido hablar de mucha gente o poca gente. Incluso cuando se han debatido manifestaciones adversarias he dicho que me daba igual un millón que trescientos mil, que en ambos casos se trata de muchísima gente, muchísimas voluntades, que es lo que hay que valorar, porque lo de los números ya es un pitorreo sistemático. Ahora hago lo mismo. Ciertamente, los 60.000 de la horquilla alta de mi estimación pueden parecer una ridiculez si comparamos con los bastantes centenares de miles (lo de los «millones» vamos a dejarlo) de los 11-S. Pero, claro, estamos comparando situaciones y circunstancias muy distintas.

El 12-O se convocó sin contar con ninguna ayuda, con ninguna subvención y la divulgación se basó exclusivamente en recursos de Internet y en el boca a boca, porque todos los medios del sistema de aquí simplemente silenciaron ominosamente la existencia de la convocatoria; incluso los medios madrileños, la famosa «Brunete mediática», estuvieron sorprendentemente discretos (menos mal, por otra parte, porque hubieran hecho más daño que otra cosa). Los de aquí sólo hablaron de ella durante la semana, pero para liar mezclando sibilina -y no casualmente- esta convocatoria con otra u otras que habían hecho grupos de ultraderecha; algunos tertulianos y articulistas -con firma propia, por supuesto, pero muy bien acogida en el medio- y algún editorialista, calificaron pertinazmente de «acto fascista» la concentración de plaza Catalunya, sin confundirla con ninguna otra cosa, refiriéndose clara e inequívocamente a la convocatoria del Movimiento 12-O; en los medios más extremos, claro, pero todo suma.

Hay otras circunstancias que aumentan el valor de esa cifra (que, ojo, en sí misma no es pequeña).

En primer lugar, estamos ante un fenómeno de «salida del armario». Un valor positivo e indiscutible es que la asistencia este año superó la del pasado (hay quien dice que la dobló; no sé qué decir). Está claro que en 2012 acudieron los más osados y este año, encorajinados con aquel éxito (que lo fue, también), mucha más gente se ha atrevido. Pero el armario es grandísimo y aún está muy lleno. Treinta y pico años de descalificación sistemática de todo lo español, de descalificación personal -cuando no, redondamente, insultos y acusaciones vergonzosas- a quien se atreviera -a quien se atreva, aún hoy- a manifestar sin complejos su españolidad, pesan mucho y no pueden levantarse en un par de años: es una tarea larga y dura, porque el miedo se auto-retro-alimenta y crea un círculo vicioso de miedo-más miedo difícil de romper.

En segundo lugar, estuvo ausente toda la izquierda hispanista, que probablemente -sobre todo si proyectamos resultados electorales- sea aún numéricamente superior a la presente este sábado. Y esta es una asignatura pendiente del hispanismo, que paga las culpas del «abuso de bandera» que ha cometido algún que otro partido. Las cosas han llegado a tal punto, que un mar de rojigualdas daña a los ojos de la gente de la izquierda, aunque sean tan partidarios de la unidad española como el que más (que la mayoría lo son), pero asocian la bandera vigente no tanto a la monarquía (esa es una alergia propia de republicanos extremos, expresión que utilizo sin la menor acritud, que conste, porque republicano, no sé si extremo o no, también lo soy yo) como a la derecha. Esto es lo que pasa cuando los partidos patrimonializan los símbolos que son de todos. Arreglar eso va a ser un camino también largo y duro, aunque quizá la ansiedad secesionista allane, de alguna manera, ese camino.

En algún medio he podido leer que la manifestación del sábado fue «de derechas», escrito sin aviesa intención, simplemente poniendo de relieve esta circunstancia que es cierta, es así. Hay que reconocerlo: el del sábado resultó un acto de derechas, aunque no lo fuera, ni mucho menos, intencionalmente; ni morfológicamente, si se me apura. Pero la inmensa mayoría de los asistentes orbitaba ideológicamente a la derecha, esto está claro.

Y esta es, en fin, mi crónica y mi visión personal de la manifestación-concentración del sábado. Hay espacio, un gran espacio, para el optimismo porque, como ya he dicho, aún hay muchísima gente, la mayoría, dentro del armario. Ya saldrán; pero ello representa un trabajo -vuelvo a repetir por enésima- largo, árido y duro.

Otro día entraré en el fondo de la cuestión, en el tema Cataluña y España.

A toro pasado (actualización a las 18:00): lo que está claro que ha conseguido la concentración del sábado es poner en el mapa mediático catalán al hispanismo. Del amordazamiento se ha pasado a la afloración de distintas reacciones: desde el desafío (que, bueno...) hasta la bronca ecléctica pero con conceptos claros, pasando por los que, por fin, van constatando la realidad con sus claroscuros y los que, con la poca imaginación que explica su postración, arriman descaradamente el ascua a una sardina que no apetece a casi nadie.

El discurso sobre la independencia de Cataluña ya no es univectorial, ya no hay una sola voz por silenciamiento de la otra. A partir de ahora quizá haya desproporciones y partidismos en el tratamiento de la cuestión, es de temer, claro, no cambian las cosas tan radicalmente. Pero no les ha quedado más remedio que aceptar la existencia de una voz discrepante.

Esa sí que ha sido, sin discusión posible, por pura obviedad, la gran victoria del hispanismo catalán en este fin de semana.


Imágenes: Prensa y autor

11 de octubre de 2013

Mossos vergonzosos

Los Mossos d'Esquadra fueron muy bien recibidos en la población catalana cuando asumieron las competencias plenas en materia de policía. Esa primera buena impresión fue in crescendo con el paso del tiempo, pese a que, en el ámbito rural, la Guardia Civil había dejado el listón muy alto (no pocas poblaciones, incluso de las de ayuntamiento monocolor convergente, se quejaron amargamente del cierre del tradicional «cuartelillo») y pese a que, también inicialmente, hubo algunas extralimitaciones que se atribuyeron a la juventud y poca experiencia del común de los miembros del cuerpo.

Pero han pasado los años y parece que esto no funciona. Paulatinamente, las «extralimitaciones» fueron convirtiéndose en auténticos casos de tortura y de brutalidad policial; la comisaría de Les Corts tiene una invocación siniestra, un sambenito -creado a partir de una realidad, o sea, merecido- que va a tardar años en quitarse de encima. Los procesamientos de agentes -frecuentemente en grupo, además- y las numerosas condenas por torturas en comisarías, coches patrulla y demás que, encima, han terminado en su mayor parte en indulto gubernamental, lo que incrementa el escarnio, han tocado seriamente la imagen de la policía catalana. Para colmo, si éramos pocos, parió la abuela de los antidisturbios, la BRIMO, un acrónimo con reminiscencias aún más siniestras que la comisaría de Les Corts, que tiene a sus espaldas lesionados gravísimos por pelotazos, comportamientos chulescos y brutales que han llenado YouTube, y un etcétera así de largo.

No hay manera de que los colectivos -sobre todo colectivos como los policiales- se den cuenta de que la única manera de limpiar su imagen es mediante una pública, rápida y fulminante corrección interna. Cuando un policía se extralimita, la única forma de que el prestigio del cuerpo al que pertenece permanezca incólume es que desde ese propio cuerpo se le propine un potente puntapié al infractor y se le catapulte con idéntica inmediatez en el juzgado de guardia, antes siquiera de que la propia ciudadanía llegue a enterarse, pero con luz y taquígrafos a inmediata continuación. En vez de eso, cerrojo corporativo y directivos políticos que se creen Napoleón porque tienen el control de una fuerza armada y creen que serán vistos como mejores jefes si disimulan las barbaridades de sus subordinados.

Si hubiera ese control interno dedicado a sancionar de manera incisiva, dolorosa e inmediata y la correspondiente transparencia informativa, no tendrían que pasar vergüenzas como la que sufrieron ayer: en la instrucción de la nada clara muerte de un ciudadano que falleció en el hospital después de habérsele practicado, por parte de los Mossos, una detención muy conflictiva, en la que varios ciudadanos aseguran que el detenido recibió una cierta ración de estopa a manos de los policías, el juez ha encargado la investigación del asunto al Grupo Segundo de Crimen Organizado del Cuerpo Nacional de Policía para garantizar «la objetividad e imparcialidad necesarias durante la fase de instrucción». En el País Vasco -y en el ambiente de terrorismo- la Guardia Civil «supervisó» más de una vez a la Ertzanza; pero era eso, un entorno de terrorismo de raíz política en el que cabe temer infiltrados en cualquier parte. En Catalunya y en un entorno de derecho común, es la primera vez que pasa.

Avergüéncense los directivos políticos y técnicos de los Mossos d'Esquadra, avergüéncense los que callan y disimulan cuando contemplan un desafuero. Avergüéncense de que desde una instrucción judicial se les ponga en la picota de la desconfianza y del descrédito.

Pero avergüéncense aún más de que, con el ambientillo que hay aquí, donde y cuando podría haberse dado una situación cívica de protesta relacionando esto con independencias y antiindependencias, la ciudadanía ha guardado un silencio claramente aprobatorio de la medida del juez.

Qué bochorno... policial.

Imagen: 1997 en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

10 de octubre de 2013

Camacho al agua

Lo que le ha pasado a Alicia Sánchez-Camacho tiene un qué de tragicómico. Como mariposa que ve arder sus alas por acercarse demasiado al fuego, ha recibido un potente puntapié en el trasero por parte de su propia cofradía y por parte de la legión mediática del más casposo derechismo (adorador y promotor de esa cofradía, pero también controlador e inquisidor de la misma).

Sí, ya se dice que no hay peor cuña que la de la propia madera y menos cuando te la meten por popa. Y esto es cómico.

El problema es lo otro, lo trágico. Hay cosas que, no importa que seas de derechas, de izquierdas o de suba las escaleras y al fondo, no dejas de ver cuando vives en Cataluña. Que sí, que el nacionalismo, el independentismo, ha montado un tebeo de agravios que, si nos pusiéramos en lo tragicómico con estos, también daría para un buen serial. Pero todo es una escala de grises y, en algún extremo, unos y otros nos aproximamos a la realidad de las cosas. Eso le pasa a la Sánchez-Camacho y esto le pasa a la Rahola, por poner el otro extremo, aunque, como tal, más que tangente, secante. Y la Camacho, por una vez y sin que siente precedente, se ha dejado llevar por la razón (a ver qué día lo hace la Rahola, y así estamos todos). Y le han dado una colleja que no ha sido el garrote vil, pero sí un vil garrotazo.

Bienvenida, doña Alicia, al purgatorio de la racionalidad, al que sufrimos muchos miles de catalanes que el sábado estaremos en la plaza de Catalunya (si es que cabemos). El purgatorio de tener que vivir entre dos masas enfebrecidas de fanatismo y, según se mire, de brutalidad: la de un sector de catalanes -ocasionalmente importante- al que la estelada le tapa toda perspectiva y la de un sector de rancio castellanismo (siempre me negaré a llamarlo «españolismo») -habitualmente importante- que aún no se ha enterado de que en Flandes se ha puesto el sol. Ambos comparten fenotipos muy parecidos: la intransigencia, la ceguera, el espejismo de sus más o menos presuntas glorias y, sobre todo, la ignorancia.

Que no nos pase nada.

8 de octubre de 2013

No es tan grave


Leo, alucinado, que un bando de la alcaldesa de Fuengirola prohíbe que en el recinto ferial de las fiestas del Rosario suene música que no sea española, quedando proscrito «[...] todo lo que suene a ritmo latino. Tampoco se puede escuchar funk, rap, reggaetón, música electrónica, hip hop, reggae, heavy metal, country o punk. Ni música gótica. De hecho, todos estos estilos no se pueden pinchar “bajo ningún concepto”» (sic).

Qué barbaridad, qué barbaridad, qué barbaridad, madre mía... ¿cómo puede alguien osar imponer un determinado gusto artístico en detrimento de otros? ¿Qué clase de país libre es este? ¿A dónde vamos a ir a parar?

Ah, espera, espera un poco... «Pero el repertorio del cantante almeriense David Bisbal, por ejemplo, puede generar titubeos debido a que abundan los ritmos latinos y, con la orden municipal en la mano, estarían completamente desautorizados» (sic, en el mismo medio). ¿De modo que el Bisbal estaría también prohibido? Entonces...

¡¡¡Viva la alcaldesa!!!
¡¡¡Guapa!!!
¡¡¡Vivan las fiestas del Rosario!!!
¡¡¡Viva Fuengirola!!!

:-P

7 de octubre de 2013

Riego, muy mojado


Rafael del Riego es una figura de la Historia de España muy conocida. Muy conocida y muy mitificada. Tenido por un gran héroe del liberalismo, se ha hecho de él poco menos que el santo patrón de la democracia, hasta tal punto que el himno que lleva su nombre ha sido himno nacional en dos ocasiones: durante el Trienio Liberal (1820-1823) y, como sabe casi todo el mundo, durante la IIª República Española. Un himno que (es una simlpe opinión personal) a mí me parece feo y fanfarrioso, falto de toda majestuosidad y del tono solemne que se supone debe caracterizar una composición dedicada a tal fin. Cualquier día dedicaré una entrada a esto de los himnos y a este de Riego, que al, parecer, tiene tantos orígenes y tantos presuntos compositores que, bueno, podría decirse que es de padre desconocido o, al menos, con certeza.

El mito llegó a su propia muerte. Hay una letrilla del himno -apócrifa- que reza:

Cuando Riego murió fusilado
no murió por cobarde y traidor,
que murió con la espada en la mano
defendiendo la Constitución


Lo cierto es que murió ahorcado, ni fusiles ni espadas en la mano, y de una forma muy poco decorosa; fue al patíbulo completamente abatido, sentado en un serón tirado por un asno. Es verdad que el canalla de Fernando VII no le ahorró humillación alguna: se cuenta que el patíbulo se montó especialmente para él, porque los palos habituales no le parecieron a la mala bestia del rey suficientemente altos. Y, en fin, Galdós («Episodios Nacionales - El terror de 1824») describió su puesta en capilla y posterior conducción al cadalso muy gráficamente, transmitiendo como sólo él sabía hacerlo, lo dramático y lo tétrico del acontecimiento. Y lo patético de la figura de Riego en esa tesitura.

Esa ejecución bochornosa fue una auténtica vergüenza nacional, una mancha verdaderamente infamante en la historia de España, que tuvo que ser lavada -hasta donde ello fuera posible- con la rehabilitación de Riego prácticamente inmediata a la muerte de Fernando VII, a cargo de la reina regente (¡la propia viuda de ese animal!), que en el decreto correspondiente ponía de relieve no sólo la injusticia intrínseca de la ejecución sino el hecho de que muchos otros que habían tenido las mismas o incluso superiores responsabilidades en el pronunciamiento que lo llevó a la horca gozaban de prebendas, favores y cargos oficiales.

Leo en «La Nueva España» una noticia que da cuenta de que un catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla afirma que Riego se sublevó para no luchar en América. No es un aserto nuevo: algo parecido -y mucho más pormenorizado- puede leerse en esta página que constituye, además, una de las fuentes de la entrada correspondiente de la Wkipedia.

La Historia puede llegar a ser muy cruel con sus protagonistas porque es una disciplina evolutiva y las investigaciones serias y rigurosas acaban prevaleciendo sobre las leyendas, las presunciones y el imaginario popular y, así, esa misma Historia, que inicialmente elevó a Riego a la categoría de héroe liberal, lo reduce, con los años y el estudio, a una medianía que tuvo la suerte (inmerecida) por un lado, pero, sobre todo, la desgracia (igualmente inmerecida, y por lo mismo), por otro, de aparecer como el rey en una partida de ajedrez en la que, a lo sumo, no pasó de alfil. Y al que, encima, se le atribuye la culpa del inicio del desastre colonial español. Nada menos.

Ni siquiera a otro ilustre fantasma de confusa carrera militar, norteamericano en este caso, el general Custer, le fue tan mal.

Imagen: Retrato de Rafael del Riego, Museo Romántico de Valencia
Licencia: Dominio público

4 de octubre de 2013

Botarates, tuercebotas y demás ralea

En otra parte y en otro momento tengo dicho que, pese a no comulgar para nada con el anarquismo (y menos en los casos en que, detrás de él, se esconde una vulgar y corriente acracia de origen zángano) guardo un gran respeto por los anarcosindicalistas en general y por algunos que conozco, en particular: gente recia, limpia e íntegra a toda prueba.

Uno de los problemas que tienen los anarquistas (los serios, los de verdad) es la ingente cantidad de gilipollas que, parapetados tras la consabida A inscrita en un círculo, se dedican o a no dar golpe, a abusar del patrimonio público -cuando no llanamente a expoliarlo- y, si el viento sopla a favor, también del privado. Es ese tipo de gentuza que, cuando los tiempos y las circunstancias son propicios, se lanza a quemar iglesias y registros. En un país que sufrió un enorme quebranto en su patrimonio histórico y artístico con la invasión napoleónica, durante la cual los gabachos incendiaron todo lo que no pudieron llevarse al Louvre o al bolsillo, tuvo que venir la FAI a rematar la faena y a incendiar maravillas de todos los estilos (góticas, románicas, renacentistas, barrocas...) y a quemar archivos de un incalculable valor histórico y civil, sólo porque eran recintos religiosos o estaban en ellos. Y mientras se dedicaban a hacer el burro, a los muy imbéciles se les escapaban los banqueros por la puerta de atrás (y, a veces, hasta por la de delante).


Ahora han aparecido unos émulos, igual de analfabetos e igual de estúpidos, vulgares gamberros que no vacilarían en incendiar El Escorial, acusándolo de monárquico, o la catedral de Burgos porque es una iglesia. Anteayer pusieron una bomba casera en la basílica del Pilar, un monumento barroco decorado, además, con frescos, cuadros y esculturas valiosísimos (y eso sin contar la talla románica que constituye el centro y eje del simbolismo del templo), al que causaron daños, parece que importantes, pero que sólo afectaron a algún mobiliario y al órgano. Son los mismos, según los medios y el Ministerio del Interior -que ojo con los medios y con el Ministerio del Interior-, que cometieron parecida barbaridad en la catedral madrileña de la Almudena (no: el hecho de que la Almudena sea, en términos artísticos, un pegote de mucho cuidado, sigue sin justificar que se le pongan bombas, a ver si nos enteramos). Un día acabarán matando a alguien, estando ya vigente el nuevo código penal, y vendrán los ays y los huys cuando a dos o tres de estos los pillen y les enchufen la perpetua esa que está pergeñando el PP, si el Constitucional no lo remedia. Entonces saldrá aquello de lo buenos chicos que son y mi pobre hijo ha sido siempre un benefactor de la Humanidad. Ya.

Esto que se fuman los del «Comando Mateo Morral» (anda queeee...) no puede ser bueno para la salud. Sobre todo, para la salud mental.

Quod erat demostrandum.

Imagen: Wiltron (Obra derivada de Escarlati) en Wikimedia Commons
Licencia: GNU Free Documentation License (GFDL)

3 de octubre de 2013

Esa maldita desmemoria

Si los directores españoles de cine, en vez de dedicarse a esas plúmbeas catarsis psiquiátricas que practican a lo Fassbinder, pero en chusco, o a andar rebañando el plato de mierda de la guerra civil, y los productores fueran tales, fueran empresarios de verdad, y no una escoria ávida de subvenciones oficiales fáciles y sin riesgo, y se hubieran dedicado todos a hacer cine del bueno -del bueno de verdad, del que llena salas por más piratería más o menos real que haya- (dicho sea todo ello salvando las tan dignas como escasas excepciones), tendrían en aquella magnífica generación de marinos del XVIII (españoles, obviamente en el contexto), grandes científicos, muchos de ellos, temática inacabable. Si el cine norteamericano o francés hubieran tenido un Nelson como lo tuvieron los británicos, menudas peliculazas hubieran hecho (Hollywood las hizo con Nelson, de todos modos; total, era primo hermano). Pues bien, el cine español ha tenido -e ignorado olímpicamente, valiente hatajo de gilipollas- a gente como Blas de Lezo, Malaspina, Churruca o Jorge Juan. Y los que me dejo.

Sobre Blas de Lezo (todo un personaje, en el más serio sentido de la palabra, y a la perfecta y sobrada altura de Nelson, salvando el siglo de distancia que se llevaban) hubieran podido hacerse, ya no películas, sino series enteras televisivas. Ríete tú de Jack Aubrey, de la fragata Surprise, de Master and Commander, y de las obras completas del capitán Marryat, y eso que estos ejemplos son de altísimo nivel, cada cual en su clase. Pero el pobre don Blas sólo ha dado para ponerle nombre a una fragata (de las buenas, eso sí) y para el olvido más indigno. Esta es la España del olor a pies, señores.

Me viene todo esto a la cabeza porque ayer llegó a mi buzón -el real, el de tres dimensiones- el número de agosto-septiembre de la Revista General de Marina que edita el Ministerio de Defensa y me sorprende gratamente dedicando este número monográficamente a Jorge Juan, con ocasión del tercer centenario de su nacimiento. Es una lástima que poco homenaje más vaya a recibir (qué menos que el de sus herederos en la Armada), porque, así como Lezo y Churruca fueron guerreros puros y duros -excelentísimos guerreros, eso sí-, Jorge Juan fue, además de un militar de alto nivel, un científico, ingeniero y astrónomo de padre y muy señor mío. Incluso se cuenta que su viaje a Inglaterra para aprender las técnicas de construcción naval británicas tuvo momentos de auténtico 007, lo que, de ser cierto, lo convertiría en un precursor, incluso a este nivel.


Dice la Wikipedia (y yo no había caído, pero quizá ahora veamos por qué) que a Jorge Juan se le agasajó con su imagen en los billetes de 10.000 pesetas (60 euros hoy). Pero atención al tenor literal de la Wikipedia: «Su imagen es bien conocida por los españoles, puesto que figuraba en el reverso de los antiguos billetes de 10.000 pesetas». Pues no. Me temo que, si ha de ser por eso, su imagen era muy poco conocida por los españoles: temporibus illis, un billete de 10.000 era casi tan difícil de pillar como hoy uno de 500.

Triste país este, que sólo recuerda (y mal) los episodios más negros y cutres de su Historia y relega al olvido, cuando no denigra, sus más brillantes hitos y a sus más brillantes protagonistas.

Una explicación más de por qué nos va como nos va.

Nota: La suscripción a las publicaciones en papel del Ministerio de Defensa es muy barata; pero, aún así, con un poco de retraso, pueden descargarse autorizada y gratuitamente en formato PDF. La Revista General de Marina puede descargarse aquí. En estos momentos está ya disponible el ejemplar del mes de junio, así que en uno o dos meses podrá descargarse el que ha dado pie a este artículo.

Imagen: Jorge Juan y Santacilia, Museo Naval de Madrid
Licencia: Dominio público

2 de octubre de 2013

Atentado al invidente

La ONCE está, sin duda, habituada a sucesos luctuosos con sus asociados y protegidos. Tanto es así que incluso uno de sus presidentes se les cayó por el hueco del ascensor, hay que ver qué cosas les pasan. Pero, con todo, yo creo que hay situaciones que debieran moverles a la protesta.

Como por ejemplo, esta:


La administración Hereu (Ayuntamiento de Barcelona) tuvo la ocurrencia -muy de celebrar, ojo, muy loable- de instalar una especie de senda con un relieve especial a fin de que los ciegos pudieran aproximarse con seguridad a las paradas del autobús urbano. Lástima que pasara lo que siempre pasa por estos pagos: que una buena idea acaba siendo un fiasco por la forma de ejecutarla. Y así, en vez de proveer un buen pavimento, lo que hicieron fue pegar al suelo (así: pegar al suelo) unas a modo de alfombras de goma (o material parecido) que, claro, terminaron por levantarse con las inclemencias de la intemperie. Ahora, poco a poco (la pasta, ya se sabe) se están cambiando por un pavimento decente, por el mismo tipo de pavimento que debió haberse colocado desde el principio. Quizá es que el de la goma fuera, por alguna razón, un proveedor especialmente grato a la administración municipal.

Pero, sobre la chapuza, chapuza y media. Uno de los males de este Ayuntamiento (de antes y de ahora) es que no supervisa la calidad de las prestaciones de sus contratistas y concesionarios: una vez otorgada la licitación, hala, campi qui pugui, como decimos aquí.

Y así puede ocurrir que la senda que debería conducir al invidente hasta la misma puerta de acceso al autobús, lo lleve directamente hacia el tronco de un sólido árbol, lo que puede derivar fácilmente en escenas de auténtico Mortadelo y Filemón, pero en un contexto sumamente lamentable.

Y no os creáis que esto sucede en un olvidado y remoto rincón de la ciudad, no: es la parada con número de código 0146, en la calle Rosselló, entre Roger de Llúria/Diagonal y Bruc.

Casi nada.

Rectificación 3.10.2013:  cortocircuito fotográfico. En realidad es la parada con número de código 0949, en la calle Indústria, prácticamente tocando a Grassot. No tan céntrica, pero en absoluto periférica o remota, a poco más de cinco minutos de autobús de la errónea. Es lo que tiene llevar el móvil abarrotado de trapazadas municipales


Otra del Ayuntamiento, aquí (CAT)

Imagen: Autor

1 de octubre de 2013

Animando al héroe



Que a las puertas de los juzgados haya gente (claque pagada aparte, que también la debe haber) que jalee a Messi cuando anda a vueltas con la Justicia por un quítame de allá unos cuantos millones de euros, al torero ese, a Ortega Cano, en las mismas por haber causado la muerte de un hombre en un accidente de tráfico más que dudoso, o a la Pantoja, también pillada con el bolso lleno de cosas fiscalmente no claras, explica diáfanamente por qué nos pasa todo lo que nos está pasando.

Tenía un compañero de trabajo, consciente de sus derechos laborales (y de sus deberes, ojo) y exigente con los mismos que, cuando veía el pasotismo general ante una convocatoria de movilización decía: «Tenemos lo que se merecen».

Pues eso.

Imagen: Fanny Schertzer (obra derivada de retoque: CHUCAO) en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa