29 de octubre de 2013

Animaladas

El Ayuntamiento de Barcelona ha dado un paso adelante en el asunto este de tener buen rollo con los animalitos, que las últimas encuestas plantean un panorama siniestro para las elecciones de dentro de poco más de año y medio. Así que pasen las europeas, el panorama local va subir de temperatura y tal como se prevé el derrumbamiento de los grandes y el crecimiento de los pequeños (a ver si las europeas lo confirman voto sobre urna), no hay voto malo, así que si los dueños de bichos son una mina, por pequeña que sea, a explotarla. De modo que, a partir del próximo verano, según se prevé, los perros podrán acceder al metro.

Pues no. No me parece bien. Entiendo que con los propietarios de animales -sobre todo, de perros- se está teniendo demasiadas contemplaciones, sobre todo a la vista del retorno en civismo procedente de ellos.

El transporte público siempre había sido una barrera infranqueable para los animales, con muy pocas excepciones, como las de los perros lazarillo o los de los vigilantes jurados (cosa, esta última, que tampoco veo clara) o pequeños animales (gatos, roedores domésticos, perros de razas pequeñas, cachorros) portados en jaula o cesta, una barrera que ahora se levanta. Y se levanta a despecho de molestias acaso importantes para los pasajeros: alergias, higiene (no todos los animalitos van debidamente limpios y desodorizados), miedo (no tan irracional, los perros de amos gilipollas se descontrolan con cierta frecuencia) y, en definitiva, la repulsión que muchos ciudadanos -con todo su derecho, cuando no razón- sienten por los animales (o por algunas especies). La prohibicion de animales en el transporte público siempre había sido -y sigue siendo- una cuestión de sanidad pública que, según veo, se desprecia ahora olímpicamente.

Porque, naturalmente, las limitaciones que se imponen -obligación de llevar bozal y de ir atados- se la va a pasar por el forro una cantidad significativa de sus dueños. Y llamarles la atención sobre el particular, naturalmente, creará el consiguiento conflicto y el subsiguiente mal rato por parte del ciudadano admonitorio. Así que a tragar tocan.

A mí, personalmente, no me molestan los perros; incluso me gustan (con algunas excepciones, como ese asqueroso bulldog francés, ahora tan de moda, que siempre parece ir ahogándose y va dejando un reguero de baba por donde pasa), pero tengo claros dos límites insoslayables (que, con consentimiento o con vista gorda municipal, han acabado soslayándose): el transporte público y los parques y jardines, particularmente las zonas infantiles de los mismos.

La tenencia de animales -como la tenencia de vehículos a motor- está sujeta a una serie de limitaciones de hecho (las legales, aparte) que su propietario tiene que asumir, pero que paulatinamente va asumiendo menos. Una de ellas era, hasta hoy, la veda del transporte público.

Poco a poco, los que vamos teniendo que asumir un número creciente de limitaciones somos los ciudadanos que no somos dueños de animales, ni vamos en bicicleta ni en coche. Los que, simplemente, caminamos tenemos que apencar con aceras estrechas y llenas de obstáculos (terrazas, postes, ciclistas...) y frecuentemente sucias -en la mayoría de los casos gracias precisamente a los perros- y ahora se nos complica también el transporte público con la invasión animalística.

Al final, al paso que vamos, el que acabará estando prohibido será el viandante común, el peatón corriente y moliente. Salvo cuando haya que hacer el burro en calzoncillos a la salud del alcalde o del Corte Inglés.

Imagen: Bulldog francés. Cristorresfer en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

2 comentarios:

  1. los perros de amos gilipollas se descontrolan con cierta frecuencia
    Cierto es.
    Totalmente de acuerdo con lo expuesto. Cada vez es mas dificil andar por las calles sin sufrir a alguno de estos 'animales', lease ciclistas, dueños de perros (algunos perros son mas educados que sus dueños), etc.

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  2. Totalmente de acuerdo, además no entiendo el por qué hay que llevarse a otro barrio (en el buen sentido) y en el metro, al animalito de turno. Seguro que a partir de ahora en el metro, me encontraré a mi peluquero acompañado de su mascota, es una serpiente pero es muy buena y sobre todo no muerde.

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