17 de noviembre de 2013

Aceite con titulación

Los productores de aceite no consiguieron imponer en Europa el envase no rellenable en la restauración, pero sí lo han conseguido en España. Y, bueno, tengo sentimientos encontrados sobre el tema. Por una parte, no lo veo mal, no sé por qué le hemos estado tolerando al aceite de los restaurantes lo que nunca admitiríamos en el vino: todos encontramos inconcebible que un buen vino se nos sirva, por ejemplo, en una jarra o en un decantador, si éstos no se han llenado delante nuestro desde su botella original abierta asimismo delante de nuestras narices; y aún así, esto no se hace prácticamente nunca si no es con una causa justificada (exceso de residuos sólidos, por ejemplo). Pero me fastidia el hecho de que detrás de esta medida no hay una intención gubernamental de salvaguardar los derechos del consumidor sino las presiones del sector agroalimentario más potente de este país, y no es así como deben ir las cosas, por más que esta porquería de sistema constitucional ya nos haya habituado a ello.

Volviendo al platillo original de la balanza, también es notorio que en España, primer productor mundial de aceite de oliva, primer consumidor y prácticamente primer exportador (muchas exportaciones italianas se hacen con graneles españoles, esto es más que sabido), tenemos una educación oleica muy deficiente. Muchos españoles que superarían con éxito, incluso con brillantez, una cata ciega de diversos vinos, serían incapaces de repetir el mismo nivel de acierto, ni siquiera aproximarse a él, en una cata ciega de aceite de oliva; mientras que prácticamente todos los españoles conocemos marcas de buen vino que jamás han aparecido en televisión o en medios de comunicación masivos, la inmensa mayoría apenas podríamos recitar más marcas de aceite de oliva que las que vemos por televisión o las que consumimos en casa. Incluso lo compramos en marcas blancas fiados de la garantía del distribuidor sin tener ni la más remota idea de su procedencia, ni del tipo de aceituna con el que se ha elaborado... nada de nada (estas preocupaciones, por cierto, tampoco existen con el de marca). Es posible (sólo posible) que el hecho de tomar aceite etiquetado en los restaurantes nos haga ser más conocedores y más selectivos y un consumidor más selectivo lleva a una producción de mayor calidad.

Lo que sí es lamentable es que no se haga cumplir adecuadamente la normativa sobre grasas en las cocinas, sobre todo en los restaurantes populares (llámalos «de diario», «comida casera», etcétera). No sé dónde leía el otro día que en las cocinas se cumple a rajatabla: mentira putrefacta. Cualquiera que tenga pituitarias se pregunta, en el 95 por 100 de esos establecimientos, si las fritangas y demás las harán empleando lubricante de tractor soviético, porque no hay otra explicación para el pestazo que echan (y el sabor que tienen). Hablo -cuando menos- en referencia a la ciudad de Barcelona, donde el tema de la fritanga es digno de ejecución sin formación de causa.

Ya se prohibió el tabaco, se prohíbe ahora el aceite de padre desconocido... ¿Para cuándo inspecciones frecuentes, severas y despiadadas contra las marranadas grasientas que se cometen en las cocinas de la restauración de diario?

Imagen: Jules/Stone Soup en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by

1 comentario:

  1. Uno de los dramas de Barcelona es la escasez de restaurantes que ofrezcan comida casera y sencilla a un precio digno. No hay término medio: o imitadores de tercera regional de Ferran Adrià o templos de la fritanga detectables a dos kilómetros de distancia. El término "lubricante de tractor soviético" es cómico pero muy ilustrativo.

    Visto lo visto, prefiero quedarme en casa y cocinar con el aceite de oliva virgen extra del pueblo de mi madre (aceite de olivitas arbequinas con denominación de origen les Garrigues, casi ná).

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