13 de noviembre de 2013

Librerías al garete


El cierre de una librería es para mí (y supongo y espero que para muchos) algo especialmente doloroso; lo tengo como uno de los establecimientos característicos de un barrio (excluyo esas librerías enormes como supermercados, por más honorable que sea su mercancía) y tengo sacralizada la figura del librero, del buen librero, culto, profundo conocedor de su oficio, no un vendechifle cualquiera de material impreso, como los que injurian a la cultura desde las áreas correspondientes de los grandes almacenes.

Y, sin embargo, el cierre de librerías es un triste espectáculo al que nos habremos de ir acostumbrando: la digitalización se va a llevar por delante al papel, eso está cantado; quizá sobrevivan unas pocas para atender el capricho de los adoradores del papel, que, encogida hasta el límite la economía de escala, pagarán por él a precio de oro. Ojalá los libreros encuentren una fórmula de supervivencia profesional; espero que encuentren en la web o en las redes sociales la vía que les permita continuar desplegando su oficio grato e imprescindible para el lector. Despojado, quizá de la faceta de vendedor, pero potenciando la de consejero personal del cliente: yo pagaría por ello, sin vacilar.

Hoy estoy triste. Esta mañana, como todas las mañanas, he pasado por una estupenda librería que hay casi enfrente de mi trabajo y a esas horas (un poco antes de las ocho de la mañana) estaba obviamente cerrada. Pero no como todos los días, cerrada a la espera de las diez, sino cerrada para siempre. Tras treinta y pico años (casi diez de ellos pasando yo por delante cada día un par de veces), la librería Roquer del paseo de Gràcia, subnominada Jardinets («Jardincillos»: es como se conoce a ese tramo del paseo dominado por los jardines dedicados al poeta Salvador Espriu, que vivió en una casa situada frente a ellos).

Pero a la librería Roquer no la mata ni la digitalización ni la recurrente «piratería»: la mata la especulación urbanística, que ya mató meses atrás a una reputadísima tienda de componentes electrónicos, Radio Watt, más antigua aún que la Roquer (yo a Radio Watt la recuerdo claramente de hace cuarenta años y seguro que tenía muchos más) ubicada al lado mismo de la librería ya cerrada. En efecto, ni la una ni la otra han podido afrontar los alquileres que se les exigen debido a la presión de las tiendas de alto standing que buscan la proximidad del hotel Casa Fuster, un cinco estrellas GL (gran lujo, imagino).

Como realidad, sumamente desagradable. Como símbolo, sencillamente espantoso.

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2 comentarios:

  1. Estoy contigo, el cierre de una librería es una de las cosas más tristes que yo me puedo imaginar. Sí, ya sabemos que hay cosas más graves, pero ya nos entendemos.

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  2. Dentro de poco habrá alguna tienda de ropa o joyas de lujo para disfrute de los turistas alojados en la Casa Fuster. Esta librería era un pequeño cachito de la Barcelona de los ciudadanos. Mañana será el enésimo local al servicio del guri. Una pena.

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Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?