20 de noviembre de 2013

Los guiris no compran flores

El Ayuntamiento de Barcelona prohibió, con razonable criterio, que los floristas de las Ramblas vendieran souvenirs, temeroso de que se desnaturalizasen tan tradicionales puestos. Pero estamos en lo de siempre: prohibir es fácil, encontrar soluciones, mucho menos. Las floristas están estos días de lucha y reivindicación, porque tienen sus negocios -su vida, su trabajo- pendientes de un hilo.

El Ayuntamiento no sólo ha permitido sino incluso fomentado a tambor batiente que las Ramblas se conviertan en una abarrotada pasarela de turistas, hasta el punto de expulsar de ellas a los barceloneses, que ya hace años que las hemos dejado de utilizar como lugar de paseo y hasta intentamos evitar utilizarlas como vía de paso. Esto produce automáticamente dos efectos: el abandono del comercio tradicional y su sustitución por un comercio absolutamente indeseable (la comida basura y los recuerdos basura).

Les prohíben a las floristas que vendan recuerdos basura, muy bien, pero... ¿quién les compra flores? Los barceloneses no, desde luego, puesto que por allí no pasamos ni a tiros, si podemos evitarlo. ¿Entonces quién? Porque los guiris tampoco, evidentemente. Para ellos, los puestos de venta de flores son sólo un escenario para sus fotos. ¿Entonces, insisto?

En el mercado de la Boquería sucede tres cuartos de lo mismo. Digo bien, tres cuartos, porque hay una pequeña porción de vendedores del mercado que sí aprovechan bien el tirón turístico: las paradas de fruta, que han sabido reinventarse para servir macedonias de consumo in situ y en el acto. Por lo demás, el mercado está a reventar, pero de curiosos. Los paradas de pescado, de verduras, de carnes y demás, han perdido clientela, porque la parroquia local se va retirando también, incómoda ante esas aglomeraciones. Y el término «incomodidad» es moderado.

Mientras tato, las Ramblas, todas ellas, se desnaturalizan a pasos agigantados y pierden la sustancia que les dio fama mundial; aquel ambiente canalla y marginal, pero tan nuestro, desapareció. Ahora está lleno de canallas, que no es lo mismo: tironeros, trileros... Hasta las putas (que siempre las ha habido, no vamos a rasgarnos las vestiduras ahora) son de otra ralea, de peor rollo, porque a la marginación que ya de por sí ha llevado a la prostitución, se añaden otras marginaciones con varias tipologías de drama humano superpuestas y simultáneas. Son putas y, además, esclavas, maltratadas (materialmente, a palos), perseguidas... Viven en un auténtico límite humano. O inhumano.

Todo evoluciona, no podemos pretender que todo se quede en un momento «ideal» de la historia, sobre todo porque cada uno de nosotros tiene su propio momento histórico «ideal» y lo de clamar por las cosas como eran antes es un ejercicio de inanidad, una pérdida de tiempo y de norte. Pero, con todo, por más que los tiempos evolucionen, a mí que me expliquen dónde está la gracia en que una tienda de modas fundada en el siglo XIX (hablo en general, no pienso en ninguna en concreto) sea sustituida por un mierdonals o por un establecimiento de comida indostánica.

Yo no sé si en la plaza de Sant Jaume pueden llegar a ser tan burros como para no darse cuenta de que matan a la gallina de los huevos de oro, que lo que están haciendo y permitiendo hacer con las Ramblas es matarlas a medio plazo para el barcelonés (mis hijas ya no han heredado tradición, ni espíritu ni sentido ramblero alguno) y también para el guiri (que una vez in situ puede ser tonto, pero antes y después, no), que, como decía el Tenorio, «imposible la hais dejado para vos y para mí».

No, no pueden ser, ni, de hecho, son, tan burros. Simplemente son políticos, políticos de esta generación de partidejos de «todo a 100» a quienes solamente preocupan sus sucias porquerías de maquinaria interna y el corto plazo. La ciudad de dentro de veinte o treinta años... ¿que digo? la de dentro incluso de diez, les importa un perfecto higo. Lo único que les importa son las cifras que puedan utilizar -reales o manipuladas- de cara a las próximas eleccioes; y que sus amiguetes, padrinos y cuñados, hagan sus negocietes y obtengan pingües beneficios.

Barcelona y los barceloneses... un pimiento.

Imagen: Sergi Larripa en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

2 comentarios:

  1. Las Ramblas son el claro ejemplo de las consecuencias dramáticas de la masificación guiri. Lo peor es que no hay ningún partido político interesado en decir basta y hasta aquí hemos llegado, máxime cuando todos los políticos van de la manita de la "industria turística" interesada en estrujar la naranja hasta el límite y si mañana no hay zumo ya veremos.

    Aterrorizado estoy con lo que oí hace unos días de un representante del Ayuntamiento: hay que expandir la presión turística a los demás barrios de Barcelona para "relajar" un poco el centro. Los efectos ya se empiezan a notar en Gràcia (lo siento por sus vecinos pero la guerra para convertir el barrio en otro parque temático ya está aquí) y en algunas zonas del Eixample.

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  2. ¿Qué han hecho con Las Ramblas, por dios?

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