20 de diciembre de 2013

...Y Carrero voló

A las diez menos algo de la mañana, mi padre telefoneaba a casa: «Me han llamado de Madrid. Han matado a Carrero. ¿Dónde está Javier?». Lo que Tom Wolfe denominó el aleteo de los ángeles de la muerte funcionaba en España a muchísima mayor velocidad que las agencias de noticias, atornilladas por la censura del régimen, que aún se preguntaba si gas o bomba, si será una rosa o será un clavel. Javier -yo- estaba, por otra parte, en casa. Como en los últimos seis meses. Mi padre había preguntado por mí exclusivamente a sabiendas de que mis hermanos estarían en el cole. Pero volvamos un poco atrás...

Terminé en junio de ese año el primer curso de la licenciatura de Derecho. Todo aprobado, aunque uno de esos aprobados constituye aún hoy un misterio para mí, pero, en fin, eso compensa idéntico misterio en algún que otro suspenso posterior. Pero a cargo del Ministerio de Educación y Ciencia (así se llamaba entonces) había un tío aún más pintoresco que Wert. Se llamaba Julio Rodríguez Martínez, posteriormente conocido, por las razones del párrafo anterior, como Julito el Breve*. A él se le ocurrió la peregrina idea de asociar el año académico al año solar, de modo que los cursos -de momento, los universitarios- empezarían en enero y terminarían en diciembre. De modo que aquel año de 1973, tuve seis meses de vacaciones; de vacaciones muy difíciles de programar, además, porque, como siempre en España -incluso ahora-, estas cosas nunca se saben seguras hasta el último momento. Y, además, mientras duraron las vacaciones, todo fueron macutazos telefónicos de «oye, que me han dicho que empezamos ya» (donde «ya» iba desde «mañana» hasta «el mes que viene», pasando por «la semana próxima»). Nada: empezamos en enero. Mi segundo de carrera no fue un curso delimitado por dos años, como lo había sido el anterior (1972-1973) o como lo sería el siguiente (1974-1975) sino por uno sólo: 1974. Yo pertenezco a la primera promoción de COU y a la generación universitaria del curso a piñón fijo cronológico del 74. Un curso de seis meses, en vez de nueve, porque el ministro que sucedió a Julito el Breve, más racional, devolvió las aguas a su cauce.

Por eso mi padre preguntaba por dónde andaba yo. Porque, en un principio, hasta que el paso de las horas -de muchas horas- mostró que no iba a pasar nada, hubo miedo, muchísimo miedo. No porque se esperara ningún movimiento contra el régimen sino porque, al contrario, se temía que el régimen desatara una represión brutal y ciega, es decir, indiscriminada. Y los universitarios éramos un target fijo si ésta se desencadenaba. Al final, como a toro pasado es sabido, no pasó nada: pagaron el pato Marcelino Camacho y sus colegas del «Proceso 1001» y Puig Antich. Los primeros estaban en la calle apenas un par de años después; al segundo no pudo amnistiarlo nadie. Pero hasta que todo esto estuvo claro, pasamos miedo, muchísimo miedo: Carrero Blanco era una mala bestia y sus acólitos no se quedarían tan tranquilos viendo que alguien había osado liquidar a quien parecía llamado a constituir la garantía de continuidad del llamado «Régimen del 18 de Julio». Hubo tranquilidad formal, es decir, ausencia de disturbios, pero fue la única tranquilidad que hubo. Ni siquiera la propia muerte de Franco -quizá por prevista, por digerida con anticipación- trajo tanto miedo por lo inmediato; preocupación por el futuro, sí, pero no miedo a que se desencadenara una matanza. Pero ese 20 de diciembre de 1973, no lo tuvimos claro hasta muy caída ya la tarde. Y aún así, los siguientes días después de las fiestas, ya reiniciado el curso académico, anduvimos con la mosca tras la oreja. Lo cierto, sin embargo, es que ni siquiera la ejecución de Puig Antich (que la propia gauche divine se tomó bastante a la fresca) provocó alteraciones importantes, más allá de algunos disturbios previstos y previsibles de los que ni siquiera guardo memoria.

Esta es mi vivencia personal. El resto de la historia, podéis buscarla por ahí y hallaréis cosas interesantes, sin duda, como la especulación -por otra parte, racional- sobre si ETA fue la que proyectó el atentado o solamente fue el brazo ejecutor de... ¿quién? Yo recuerdo haber visto, uno o dos días antes del atentado, la foto de Henry Kissinger, a la sazón secretario de Estado norteamericano, saliendo de su entrevista con Carrero con una cara así de larga, sombría... fúnebre, diría yo. Y hasta aquí puedo leer, pero conviene no olvidar que a Kissinger no le temblaba el pulso a la hora de hacer liquidar a la gente; no en vano ostenta el Premio Nobel de la Paz.

De todo esto se cumplen hoy cuarenta años. La leche, cuarenta años y yo lo recuerdo vívidamente como si hubiera sucedido el año pasado. ¡Qué viejo me estoy haciendo!

Me quedo, eso sí, con el premio a título póstumo que Franco le otorgó al hombre que le guardó una fidelidad inmensa e incondicional, a su perro faldero, que lo fue desde que se conocieron en los días del desembarco de Alhucemas, y que constituyó su epitafio político e histórico: «No hay mal que por bien no venga».

Inmenso.

Imagen: Placa en el lugar del atentado (autor: J.L. de Diego) en Wikimedia Commons
Licencia: Dominio público

* En la entrada dedicada a Julio Rodríguez en Wikipedia, su autor indica que el curso de 1974 sólo fue tal como lo cuento para los alumnos del primer curso de cada carrera. No es exacto. En la Universidad de Barcelona, cuando menos, afectó a todos los cursos de todas las licenciaturas y diplomaturas (aunque admito que pudo haber alguna excepción -recalco lo de «excepción» porque habría sido eso-, si bien a fecha de hoy no me consta ninguna).

11 de diciembre de 2013

Logística de andar por casa

Muchos medios, especializados o generalistas, se preguntan con frecuencia por qué España va tan atrasada en materia de comercio electrónico; por qué, pese a avanzar, se hace tan lentamente, tan de poco en poco...

Hay muchos factores: la desconfianza hacia las compras on line que deriva de la ignorancia tecnológica y digital de este país podría, quizá, ser la primera. La primera, quizá sí, pero no la única.

Mi experiencia personal -y compro bastante al cabo del año o habrá que decir que compraba- tiende más bien a la frustración. Frustración que casi nunca viene dada por el producto o servicio adquirido, que, en general, suele satisfacer las espectativas generadas al momento de adquirirlo, sino en el entorno de esas adquisiciones o de las empresas vendedoras.

Desde hace ya mucho tiempo, la experiencia de comprar productos por Internet (los servicios son otra historia, por la propia naturaleza de lo que se verá a continuación) acaba convirtiéndose en una rabieta y en un ataque de mala leche por causa del transportista, logista, como les gusta hacerse llamar a quienes, en definitiva, no se diferencian tanto de los antiguos recaderos. Pero con rara unanimidad y escasísimas excepciones convierten la compra en Red en una llaga.

Ayer tuve una muestra con lo que será mi penúltima compra en red en mucho tiempo (y digo penúltima porque aún tengo una entrega en curso que espero para uno de estos siglos) y digo mucho tiempo porque para siempre tiene un qué imprudente, no por ganas de reincidir.

Encargué hace unos días un lector de libros electrónicos para regalárselo por Reyes a mi hija mayor, presa de un severo mono por la avería terminal del que tenía. Me incliné por el Papyre 613, un pelín anticuado, pero para hacer cosas complejas ella ya tiene la tableta; el precio del artefacto no estaba nada mal y, encima, su sistema operativo es Linux, así que me fui a la web de Grammata (la empresa fabricante) y lo compré, sin ningún problema en lo que se refiere al acto de la compra, al sistema de pago y a la confirmación y documentación de la operación.

Pocos días después, me llega un SMS advirtiéndome de que se intentó la entrega -a no recuerdo qué hora de la mañana- y que no había nadie en casa, pidiéndome que llamara a un número de teléfono que resulta ser de la empresa MRW, donde me comunican que se hará un segundo intento «lunes, martes o miércoles de 4 a 7 de la tarde». Contesté que, en términos generales me iba bien, pero que antes de las 5 de la tarde no tenía forma de que hubiera alguien en casa; que si, en todo caso, me lo pudieran fijar en un único día intentaría encontrar a alguien que me pudiera hacer el favor de estar en casa de 4 a 5 o bien de recogerlo en la suya (un vecino o algo así), porque lo que no podía de ninguna manera es tener a alguien de guardia tres días seguidos por si al transportista le da por ir el miércoles. Respuesta (de la consabida operadora): que no, que son Fiestas, que hay muchísimo trabajo y que esto es lo que hay, sí o sí. Bueno, qué remedio, ellos tienen la sartén por el mango, así que confié en que el transportista, viniera el día que viniera, lo hiciera a partir de las 5 de la tarde. No tuve en cuenta ni el viento ni la ley de Murphy, que es inexorable: el transportista fue a casa el lunes a las 4,30.

Ayer llamo a MRW y me dicen que no me queda otra que ir a recoger el aparato a su almacén (obviamente situado en el otro culo de la ciudad) porque ellos, con dos entregas, ya han cumplido. Los pongo a parir (demasiado poco: estuve desacostumbradamente moderado) en Twitter y, vaya, me aparece @MRW_es para decirme que en @MRW_clientes atenderán gustosos mi problema. Pero mi gozo en un pozo: en @MRW_clientes me salen por la misma petenera que la operadora, que a ellos les ha contratado Grammata con estas condiciones y que, si quiero, puedo reclamar en no sé qué otra web. Les digo que no, que a quien reclamaré es a Grammata, que es con quien tengo relación porque, en definitiva, yo no he contratado a MRW (aunque yo sea, en definitiva, el que les sufre), cosa que haré en próximas horas.

Esta es la última historia con los recaderos. No es la única: esta, más o menos, se ha repetido decenas de veces. Más esporádicamente (¡muy esporádicamente!) he encontrado a algunos de mejor rollo que se han avenido a horarios normales para gente que trabaja o que han intentado buscar alternativas, pero vaya, siempre, siempre, siempre, ha habido problemas, follones y molestias. Pero va a ser, ya digo, la penúltima, porque me parece que voy a hacer cruz y raya con el comercio electrónico. Al final, sí, puedes ahorrarte unos eurillos en relación al precio del mismo artículo en la tienda (nunca muchos, tampoco), eurillos que, desde luego, no pagan los berrinches que acabas pillando con la puta logística. Se ve que a las cabezas pensantes de esas empresas no se les ocurre (pese a tanto MBA y tanta cagarela) que si transportan artículos de consumo, lo normal es que las entregas deban hacerse fuera de horario laboral. Pues no: pretenden entregarte un artículo de uso doméstico a las 11 de la mañana, por ejemplo. Debe ser que los jubilados y las tres o cuatro amas de casa que aún quedan deben constituir el núcleo potente de compradores en Red.

Parte de la culpa es también de los proveedores. Grammata, por ejemplo, paga a MRW por un servicio determinado que es este: a cualquier hora del día con el máximo de las 7 de la tarde. Imagino que si optan por un horario más estrecho, los portes les saldrán más caros. Que se joda, pues, el cliente. No me parece que sea una política empresarial de mucho futuro, pero en los tiempos que corren, vete a saber.

¡Quien me iba a decir a mí a estas alturas que iba a añorar un servicio tan tradicionalmente cutre como Correos! Pero, al final, por lejos que tengas la oficina postal, siempre estará más cerca que los sitios estos donde los recaderos montan sus almacenes y una vez salvado el paseíto hasta allí, nunca hay problemas, oye. En adelante, pues, sólo compraré a quienes distribuyan su mercancía mediante servicios postales públicos: son los únicos con quienes la compra no termina en un severo cagontó.

En todo caso, creo que los organismos de consumo deberían exigir a los vendedores que en sus páginas de de oferta de producto constara claramente la exacta referencia a los horarios de entrega, porque si yo los sé, y no me convienen, igual no les compro y me ahorro estos saraos. Y mientras Consumo no lo exija, creo que somos los consumidores los que deberíamos hacer listas negras de las empresas que contratan servicios de logística insuficientes o negligentes. Mi aportación al primero de la lista: Grammata.

Ahí está.

Imagen: Wikimedia Commons
Licencia: Dominio público

9 de diciembre de 2013

Aventuras y cosas raras

Mi nunca suficientemente bien ponderada Arati ilustra hoy un dulcemente gélido post de este fin de semana con una fotografía del Endurance no sé si ya atrapado por los hielos o todavía flotante y navegante.

El Endurance fue, junto con el Aurora, uno de los buques de la expedición de Ernest Shakleton a la Antártida, una peripecia durísima que estuvo a punto de acabar muy mal y que sólo salvó del desastre el firme liderazgo de Shakleton y la capacidad de sacrificio de los hombres que lo acompañaron.

Rememorando las diversas epopeyas de Shakleton y releyendo aquí y allá algunas cosillas sobre ellas, me viene a la cabeza el protagonismo de la Royal Geographical Society en tantas y tantas expediciones aventureras -plenas de afanes y fines científicos- de los últimos casi 200 años (se fundó en 1830) y constituye -en posiciones de cabeza- una de las muchísimas cosas que les envidio a los británicos.

Uno, que perdió el miedo a los libros -un miedo que no estoy nada seguro de haber tenido, pero, en fin- con Julio Verne, que nació a la geografía con «La vuelta al mundo en 80 días», que siguió sobre el mapa las aventuras y desventuras de Miguel Strogoff, que las pasó canutas cruzando los Andes con los hijos del capitán Grant, que navegó con Pedro Simple, que se conmovió con «Dersu Uzala», que sufrió los rigores de Alaska -y muchos otros rigores- de la mano de Jack London, y que todavía hoy relee con fruición las aventuras de Jack Aubrey; uno, que no deja de admirarse con aquella maravillosa generación de marinos científicos del XVIII que tanto ha glosado... siempre lamenta que aquel grupo de españoles excepcionales no tuviera herederos, quizá no tanto necesariamente en su genio sino en sus inquietudes, unas inquietudes que alumbraran una entidad como la Royal o como su hija norteamericana, la National Geographic Society. Pero, claro, aquí optamos por el vivan las caenas en vez de pasar por la máquina de afeitar a toda la gente del cuadro aquel de Goya. Sí, para hacer las cosas que hacen los británicos o los norteamericanos probablemente haya que ser británico o nortemericano... o alemán, o frances...

Me gustaría ser británico no tanto por lo que todos pensamos en primera instancia al imaginarnos a Gran Bretaña: su sólida economía, su brillante historia (también la tenemos aquí, pero somos tan burros que nos negamos a conocerla y a apreciarla), su acendrado concepto de la ciudadanía... No, lo que yo les envidio, sobre todo, es la facilidad con que convierten en apasionante y generalizan lo que el analfabetismo cazallero de aquí califica rápidamente de raro (es decir, todo lo que no sea fútbol).

En fin: que no somos nada, y no por casualidad.

Imagen: «La familia de Carlos IV»; Francisco de Goya - Museo del Prado
Licencia: Dominio público

7 de diciembre de 2013

Glu, glu, glu

Pasado lo que Tom Wolfe hubiera descrito como «denso intante adrenalínico», es decir, las horas siguientes al 11 de septiembre de 2012 (repito para que se vea que no es una errata: 2012), es decir, la primera alarma secesionista, una vez constatado palpablemente el hecho de que no iba a haber en Cataluña secesión alguna (lo del 11-S 2013 ni siquiera cuenta a efectos reales: con todo el despliegue de Prensa y Radio del Movimiento que hubo desde ya antes del verano, era lo mínimo que podían lograr), ahora sólo queda aquello tan relajante como coger un buen vaso de lo que a cada cual le guste (relaxing cup, ya sabes...), sentarse en el porche y ver pasar tranquilamente el naufragio del «Titanic» este que ha puesto Mas a navegar.

Veamos cómo está el patio...

Convergència, Mas y Unió

El orden del enunciado sólo responde a separar Convergència de Unió. Lo cierto es que cabe empezar por Mas.

Mas está muerto. Políticamente hablando, claro, no vayamos a montar dramas por una tontería. Está muerto y sólo falta enterrarlo, que eso ya se verá. Mas era un interludio dinástico y más o menos tecnocrático entre Pujol y Pujol, pero, según todos los indicios, él no lo sabía. Porque si lo sabía, la cosa es aún peor (para él). Era un tapado de cartón, pero no quiso o no supo asumirlo y quiso hacer la guerra por su cuenta. Otro (tras Clos y Hereu) en querer pasar a la Historia por cuenta propia y medios -y, lo que es peor: ilusiones- ajenos. Así que en 2012 montó el número del 11-S de ese año y, sorprendido por lo que creyó su propio éxito, echó el tres de palo sobre la mesa. Convocó elecciones con el diáfano fin de encabezar el movimiento patriótico -es decir, arrambar con todos los triunfos- y se encontró con que el resultado electoral le dio el as de oros al otro, al de Esquerra (después iremos a él).

Normal: CiU nunca ha sido independentista, sino nacionalista (yo no le veo la diferencia, no sé distinguir entre gilipollez y gilipollez, pero hay quien sí, hay quien dice que no es lo mismo) y, claro, la gente que quería independentismo votó independentista, no nacionalista, por más reconversión que los nacionalistas llevaran a cabo. El as de oros fue a parar a los otros, a ERC, y nuestro héroe se quedó -y ahí sigue- como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando. Hubiera sido un momento estupendo para entonar el «esto es una mierda y me voy» tan caro al talante ibérico, pero no: se empeñó en seguir contra viento y marea. Bueno, muy heróico (quizá) pero muy tonto: perdió la iniciativa estratégica (cualquier militar te explicará lo malo que es eso) y ni siquiera logró que el de ERC se mojara en el gobierno de la cosa, de modo que CiU se comió los marrones (recortes, Mossos d'Esquadra y demás) mientras ERC, impunemente, gratuitamente, marcaba el tempo, se ponía todas las medallas y ordenaba, firmemente empuñado el bastón de mando, lo que había de ser. Gratis. El conducto anal de Mas -y, de rebote, el de Convergència- son como el túnel del metro y por ahí pasa todo.

¿Y en Convergència? Ah, chi lo sa. Unos dicen que en Convergència están hasta los cojones y otros dicen que están hasta las pelotas. Su perspectiva electoral es el desastre. Míralo desde donde quieras: como en la puerta del infierno de Dante, pueden abandonar toda esperanza. Están electoralmente liquidados. Su medio plazo -que aún colea- pasa por el certificado de defunción de Mas y la sustitución de éste por parte de alguien que, con cara y ojos, se quiera comer el marrón (casi nada) y vuelva a las esencias, pero sin contar con el gremio Pujol, enmerdado hasta las cejas en no sé cuántos asuntos... ejem, raros. En fin, que puedan encontrar a un tonto del lápiz que quiera asumir este desastre, dependerá de lo prometedor de ese medio plazo (deshechado completamente el corto), pero como los números no salgan, tendrán que echar mano de la conserjería de la calle Còrsega, porque, más allá del kiosko de la puerta, será la desbandada. Pero parece ser que hasta al pinyol (la rama más indepe de los convergentes) está que no le llega la camisa al cuerpo con el desastre que se avecina. Hasta Felip Puig, intentaba hace pocos días irradiar un poco de calma, de seny y de fijar el target en posiciones anteriores. Como los árabes tras ser apalizados en la Guerra de los Seis Días, vaya...

Queda Unió. ¿Cuál es la diferencia entre Convergència y Unió? Bueno, los de Unió son más de misa -ojo, pues, que saben latín- y mucho más de Cambó, que, entre rojos o franquistas, visca Catalunya, pero él lo tuvo claro. O sea que no, que los de Unió o partirán peras -menudo escenario- o contribuirán a hacerle la cama a Mas (que me da la impresión de que es en lo que están) porque la amenaza de que ellos rompan la coalición (CiU) es demasiado grave para que nadie la soporte ni en C ni en U).

¿Que le queda a Mas? Los mocos de la nariz y la jubilación institucional (coche oficial, chófer, tres funcionarios públicos a su exclusivo servicio y un despacho en el paseo de Gràcia o más o menos). Su cabeza está puesta a precio, lo único que pasa es que no sabemos -nosotros, lo de a pie- cuál es el precio. Pero me da a mí que está fijado y, si no está pagado ya (que creo que lo está), saldrá en breve a subasta.

Esquerra

Técnicamente son los ganadores de la partida. Pero uno se pregunta... ¿qué partida? Para empezar, son tan burros como para permitir que una institución que ellos han promovido (ANC) marque las reglas fuera de todo control: o sea que, sin comerlo ni beberlo, ERC también está pillada por los huevos, no pueden acogerse a otra propuesta que las que les marca, sí o sí, ANC, las madres de la plaza de Mayo del independentismo catalán. Hay que joderse, menudos profesionales de mercadillo de rebajas, la gentecilla esta, porque veremos como se n'en surten cuando el sí o sí de ANC se quede en el mismísimo guano y ellos se queden tambián, igual que los convergentes, como el socorrido gallo de Morón. Bueno, ya vimos cómo se lo montaban cuando los tripartits. Estos tíos siempre han tenido suerte, las cosas como son (tienen baraka, como dicen que tenía Franco): si no les hubiera sonado siempre la flauta por casualidad estarían en la mismísima mierda. Pero no, mira. Saquearon la Generalitat a gusto y ganas durante seis años. A modo. No dejaron factura sobre factura (todas impagadas), pero lograron que el precio político del tema cayera sobre las cabezas del PSC (otros que déjalos correr). Y se salieron de chiquitas. Para las cuentas de la Generalitat fueron mucho más tóxicos -de largo- que el PP para la otra Generalitat, la valenciana, pero así son las cosas: el PP valenciano está en la mismísima mierda (como se merece bien merecido) y los de ERC vuelan en olor de salvadores de la patria.

Está claro que la patria es masoca.

La gauche divine

Otros.

El PSC lleva dos años, desde que perdieron el machito, deshojando la margarita. Yo no sé a través de qué proceso (no estoy en el ajo socialista, líbreme la ley de la gravedad) pusieron al Navarro este que, el pobre, ni chicha ni limoná. Entonces hubo un grupito -que aparentaba un grupazo-, la estupendiútiful de San Gervasio que le salieron por las peteneras del independentismo irredento y el pobre este tuvo que torear entre la sobaquina mayoritaria del Baix Llobregat y la presunta riqueza intelectual de los de Sarrià-Sant Gervasi. Después de muchos dimes y diretes hubo de convocar al organismo este de mandamás entre congresos y resulta que (aún no se lo debe creer ni él) los pijos del ultracatalanismo santgervasiano mordieron el polvo no habiendo reunido más allá de un 13% de los votos. Acto seguido él terminó de resolver y dejó en calzoncillos a los de CiU-ERC dándose el bote del invento.

Claro, por jodido que esté el PSC (electoralmente está en la puta ruina por méritos propios más los de ERC que se han comido ellos, así aprenderán a tratar con tahúres), los socialistas catalanes son los socialistas catalanes, una potencia histórica de cojones y un tigre apalizado, tundido, hecho polvo, pero que puede despertar el día menos pensado y puede despertar, además, de muy mala leche. Ningún proyecto nacional es posible en Catalunya si no está el PSC, póngase quien se ponga como se ponga, es una cuestión de principio fundamental: el PSC es, sociológicamente, media Cataluña. Y el PSC ha abandonado el barco. Tal cual. Y ahora, la Geli que baile. Navarro ha dicho prou y ha hundido -tal como suena, sin paliativos- el invento. Más y el otro s'hi poden posar fulles.

Queda la izquierda sonrosadita, la del niño de la bici. Navarro será un desgra, quizá, pero aún así tiene quince mil megavatios más de vis política que el niño este de IC-EV y no sé qué más, que no tiene una idea propia ni pidiéndola prestada. Lo que sí tiene es un partido muy cohesionado, en el que conviven muy armónicamente una pequeña pero sólida masita proletaria y unos cuadros quizá escasos pero de muy firme base intelectual que han logrado amalgamar perfectamente. Y me parece que los unos y los otros no están para demasiadas hostias con el tema independentista. El niño de la bici se ha vuelto ahora muy partidario también de una tercera vía -esa tercera vía que nadie parece saber dibujar, pero que está ahí como un forúnculo- y ha terminado de dejar solos a Mas y al otro.

La terrible estepa castellana

Para mayor desgracia del gafe independentista, Rajoy ha estado sembrado. Seguramente por casualidad: en realidad no ha hecho sino lo que hace siempre, es decir, nada. Pero esta vez -lo supiera o no- el tiempo jugaba a su favor. En lo formal, un presidente del Gobierno no tiene nada que decir, ni que comentar, ni que responder, a un embolado manifiestamente ilegal. Lo que pretende el independentismo es constitucionalmente inviable, ergo innegociable y punto pelota. Es que no hay más que hablar. Y esto de no hacer/decir nada, a Rajoy se le da de perlas. Y, repito, el tiempo juega a su favor y las circunstancias también: le basta con quedarse sentado y esperar a ver cómo Mas y el otro se cuecen en su propio jugo, en el jugo de los zombies que ellos mismos han resucitado. A Mas se lo cargará CiU loca de pánico ante la perspectiva de su explosión/atomización. A ERC, nadie, se morirá sola, abucheada por los abertzales de la ANC: no hay peor cuña que la de la propia madera y llora como una mujer por no haber sabido controlar a tus satélites como un hombre; tardando más o menos, regresará al 18-20% de su techo electoral tradicional de momentos de vorágine, y aquí paz y después gloria. A ERC se la cepillará el radicalismo intransigente que ellos mismos pusieron en marcha.

Y Rajoy se ventilará con el abanico.

Los poderes fácticos

Que la gran empresa estaba muerta de miedo. Que en la Cambres de Comerç, Indústria y etcétera, en Foment del Trebal Nacional y demás, no les llega la camisa al cuerpo. Todo esto estaba más que sabido por más que en CiU se hubieran inventado una patronal de las PYMEs afecta al régimen. Hasta el silencio del Fainé cantaba la Traviata de pura cagalera.

Además, el tango de la UE, con Homs despepitándose en la ceba de que, por más que digan todos los indicios, Catalunya lliure estará sí o sí en la UE porque, vamos... ¿cómo se van a atrever a ir adelante con la UE prescindiendo de una potencia como Cataluña? (lo dijo prácticamente así, el tío). Yo no sé si alguien se lo tragó, pero cada vez que se preguntaba a un comisario, éste respondía, con más o menos timidez, que no, que un Estado nuevo quedaba automáticamente fuera y que tendría que negociar la entrada en la UE como cualquier otro tercero (lo que implica que, al final de todo el proceso, las bolas de todos los estados miembros han de ser blancas, una sola negra y a cagar a la vía). Pero Homs, erre que erre. Hasta que Durao Barroso le contestó al diputado de CiU Ramón Tremosa, en papel membretado, con firma y sello (o sea: por escrito y oficialmente) que no, que si Cataluña se independiza queda fuera de la UE y tiene que empezar de cero para entrar. Punto.

Aunque la hayan querido vestir de seda -sucia y torpemente-, la mona ha resultado no ser más que una puta y asquerosa mona. Y que bailen. Si Cataluña se independiza quedará fuera de la Unión Europea y tendrá que negociar su entrada exactamente en las mismas condiciones que cualquier otro estado tercero.

¿Y ahora qué?

Ahora, desde la mecedora del porche, podremos observar el atardecer -traumático- de todo este invento con las fuercecitas activistas peleándose con lo de que si la pregunta ha de ser binaria (independencia sí o no), trinaria (incluyendo la tercera vía rara esa) o polinómica, pentalónica o poliédrica. Da igual: Rajoy ya ha avisado (y es lo único que ha dicho claro) que sea cual sea el contenido de la pregunta, no habrá referendum y queda implícitamente claro que si alguien se empeña en la ilegalidad, los recursos van desde el recurso ante el Constitucional -puro trámite: la intentona independentista es redonda y radicalmente inconstitucional- hasta la suspensión de la autonomía (perfectamente prevista en la Constitución) cuya ejecución llevarian a cabo -para mayor escarnio- los propios Mossos d'Esquadra (también eso fue dicho).

ERC no puede transigir: la ANC le impone la pregunta binaria que, además, debe llevarse a cabo en referendum en plazo taxativo antes del referendum escocés (que todo el mundo sabe que está más perdido que carracuca y de ahí las prisas por anticipársele). CiU ya se decanta por la pregunta con tercera vía, que garantiza, entre otras cosas graciosas, que ninguna opción alcanzará siquiera la mitad de los votos, con lo que el referndum, de celebrarse (que no se celebrará) sería una filfa. Los demás, desmarcados con sus propias terceras vías.

Esto se hunde.

Y al final

Al final, lo que habéis conseguido, so merluzos (por no decir algo peor), son cosas como estas:

1. Crear una sensación de frustración acojonante en Cataluña que nadie podrá capitalizar porque derivará en el tradicional esto es una mierda y me voy, que es lo que pasa siempre. O sea, una desmovilización ciudadana bestial, que es lo que no aprovecha a nadie.

2. Blindar la Constitución. Que había que darle un potente retoque a la Constitución (por no decir que lo que había que hacer era una nueva) era algo cantado y bailado en todos los rincones de España, pero, una vez naufragado el proyecto independentista, la Constitución será intocable ante la admonición ¿queréis que vengan los catalanes a endiñarle su independencia por la mano izquierda?. Y ya la hemos cagado. Se decía en el Tenorio más claro que el agua:

Yo la quiero, don Juan, sí
más después de lo pasado
imposible la hais dejado
para vos y para mí


Habéis terminado, graciosos, con la única posibilidad que quedaba de volver a poner en marcha este país. País en el que, os guste o no, estáis vosotros también. Cuando nos ahoguemos todos en mierda ¿de qué os servirá clamar por la otra mierda en la que queríais ahogaros?

Os han tomado el pelo, os han tomado el número, os han engañado, os han timado. Y esta vez, no podéis echarle la culpa a la rojigualda: el fiero bunker castellano se ha quedado tan tranquilo (hay que joderse con el terror que da el león que pintáis) y, para los que lo quieran ver (los otros, que se ahoguen en su propia estupidez), esta vez quienes os han tomado el pelo son los vuestros propios.

Vuestro invento, tal como era previsible desde el principio, se ha ido por el retrete. Lo malo es que, con él, habéis echado por el retrete también toda esperanza de una revisión de la territorialización de España, de los marcos competenciales, del sistema de financiación... todo. Con vuestra infinita estupidez habéis echado por tierra toda esperanza revisionista justo en el momento en el que la presión social global -no sólo la vuestra, pueblerinos, sino la de todos los españoles- hacía posible concebir siquiera leves esperanzas.

Id, id con vuestras estelades a recoger setitas, que es lo único que os queda si Mas no decide imponeros una tasa para hacerlo a fin de pagar todas las facturas que devengó -y no pagó- la gamberrada de Esquerra. Y sabed que vuestras míseras esperanzas se han ido al garete sin otro triunfo que el haber desgraciado las esperanzas de millones de ciudadanos que querríamos tener un país más amable y más habitable para todos: catalanes... y andaluce,s y valencianos, y extremeños, y asturianos y...

Iros a la mierda, en suma.

Tal cual.

4 de diciembre de 2013

El ocaso de Shere Khan

Los indicios de que uno se va haciendo viejo son muchísimos. El más cruel es el del espejo, claro, pero hay muchos más: los pequeños y tontos (o no tan tontos) olvidos (¿cómo se llamaba el tío aquel?), los tres días de lumbalgia cagontó como consecuencia de agacharse a recoger una cosa del suelo con imprudente -y falsa- ligereza, el polvillo gris cada vez más claro y blanquecino que sale al limpiar la máquina de afeitar...

Pero hay otras señales no tan patentes, evidentes y permanentes, más ocasionales... y agridulces. Por ejemplo, cuando uno ve una chavalita, ya no surge aquel tigre de antaño soltando a presión feromonas feroces perceptibles a kilómetros de distancia, sino más bien un gatito ronroneante que se enternece porque la chiquita en cuestión es una variación sobre el mismo tema de las propias hijas.

Cada vez que en el aeropuerto, en la estación de RENFE, o en cualquier otro servicio de atención presencial al cliente en el que me han jugado una de las habituales cabronadas con que las empresas de este país putean a sus clientes (¿qué demonios les enseñan las escuelas de negocios a los cutres dirigentes de esas empresas?) monto, iracundo, el ametrallador de sapos y culebras y me aparece una niña así, enseguida me salta el freno automático: «ojo, chaval, que esta es del calibre de Nuria, para el carro»; y entonces piensa uno que esa chica tendrá un padre y que también a mí me gustaría que ese padre tratara bien a mi hija cuando la situación fuera inversa, de manera que sangrado de vapor y presión a mínimos. Son las chiquitas y chiquitos que los hijos de puta nos plantan delante a modo de escudos humanos. Si en vez de hacerle pasar un mal rato a esa niña pudiera patearle los cojones al presidente del consejo de administración de AENA, otro gallo cantaría.

Reflexiono mucho sobre estas cosas cada vez que, como es frecuente, coincido en el autobús, camino del trabajo, con una azafata de vuelo (me parece que de Air Europa, según me pareció leer en la chapita que contiene el emblema). Es jovencita, no creo que pase mucho de los 25, guapa y de apariencia impecable: el pelo recogido detrás de manera que da la impresión de un corte escalado, una raya inclinada y recta que da lugar a un flequillo perfecto, ni un sólo pelo fuera de sitio; unas uñas largas (para mi gusto, un pelín demasiado) pintadas casi como con aerógrafo y, naturalmente, una manicura exquisita; el dibujo del carmín de los labios, preciso como hecho con tiralíneas, el mismo tiralíneas que ha debido dibujar las cejas, y unas pestañas realzadas con el consabido volumizador; un pañuelo rojo anudado al lado izquierdo del cuello, con los extremos por fuera de una blusa impolutamente blanca; y el uniforme de azul (aéreo, of course) sin una sola arruga. Es delgada, no muy alta, seria y, a veces, casi hierática. Permanece siempre de pie, muy tiesa, en la plataforma central del autobús, con el trolley a su lado, como el fusil de un soldado en posición de firmes.

Siempre que coincido con ella la miro (con la máxima discreción, no me gustaría molestarla) y pienso que es mucho más que un juguetito bien diseñado: es una profesional con una muy sólida formación que incluye amplios conocimientos (y capacidad práctica) en materias como higiene y medicina aeronáutica (al nivel de primeros auxilios), normativa (en algunos casos, muy compleja), operación aérea, tratamiento y reglamentación en materia de transporte de mercancías (incluyendo las peligrosas), supervivencia en medio ártico, marítimo, selvático o desértico (y conocimiento del equipamiento correspondiente), actuación en emergencias aéreas, salvamento y socorrismo náutico... No es una simple camarera de alto standing, como muchos creen. Su padre debe estar orgulloso de ella (sus padres, vaya, pero pienso en el padre un poco en plan coleguitas) tanto como yo lo estoy de las mías (el otro día se me caía la baba viendo a Nuria, mi hija mayor, 3º de grado de Historia, leyendo como si tal cosa un documento medieval de esos que [dicen que] están en catalán, castellano o latín, pero que es como un jeroglífico ininteligible). Y se me ocurre pensar que si llegara a conocer a este padre, podríamos tomar juntos alguna copichuela (no muchas, por aquello del tigre que ya nooo...) y darnos bombo mutuo: qué hijas tenemos ¿te das cuenta?

No, ya hace muchos años que no somos aquellos tigres aguerridos dispuestos a zamparnos lo que nos echaran mientras inventariábamos cuidadosamente nuestras presas y las cicatrices ganadas en cien batallas. Pero -quizá porque no hay otra, quieras o no- tampoco es desagradable ser ya un gato viejo y barbado, cómodamente instalado en su almohadón blando y calentito mientras contempla con satisfacción que, bueno, quizá no hubo tanto tigre, que acaso no pasó la cosa de lince -que ya está bien- pero que ha legado al mundo un par de ciudadanitas en condiciones de aportarle un buen granito de arena a la mejora de este guano en el que estamos metidos.

Y a ver si me prejubilan, coño (que, estando en la Administración pública, no caerá esa breva; y menos, en condiciones).

(Dedicado -aunque no sé si llegará a leerlo nunca- a Noelia, la gentil azafata de Noreña de cuya simpatía y eficiencia profesional tuvimos la suerte de gozar durante el II Encuentro Nacional de Internautas celebrado en Langreo en Abril de 2010)


Imagen: Wieke de Rijk, Netherlands en nl.Wikipedia
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3 de diciembre de 2013

Amanecer en Barcelona

Hoy, pocas palabras, que lo que vale es la imagen.

Los madrileños presumen de sus cielos. Y con razón: no sé qué pasa en Madrid que le salen unos cielos hermosísimos. Lo curioso es que apenas veinticinco kilómetros más allá o más acá ya no salen igual, han de ser, precisamente, los de la propia y mismísima Madrid.

Vale.

Pero de lo que podemos presumir los barceloneses, al menos los barceloneses que madrugamos y que tenemos el privilegio de trabajar con esta vista, es de los amaneceres. Cada día, cuando me dirijo al trabajo o ya en el propio trabajo, según la época del año, disfruto de unos amaneceres espectaculares. Durante los días festivos que me tome por Fiestas, subiré una mañana al mirador de l'Arrabassada e intentaré hacer unas fotografías bien guapas con el equipo adecuado. Pero, de momento, mirad qué preciosidad puede captarse con un sencillo teléfono móvil de los modestitos desde un edificio del paseo de Gràcia:


1 de diciembre de 2013

Dos cositas sobre la tele valenciana

¡Menudo barud se ha armado con la tele valenciana...! Porque ahí ha hecho el ridículo media humanidad. Empezando por el PP, por supuestísimo, pero terminando por los mismos periodistas del medio y por los propios ciudadanos de Valencia, Comunitat Valenciana, País Valencià o cualquier cosa, menos el histórico Reino de Valencia, que es lo que toca, pero sobre lo que algún descerebrado decidió que aquí reino sólo hay uno y Juan Carlos su profeta.

Concentrándonos en lo de la tele. Yo lo siento por los trabajadores pero, ojo, por los trabajadores de base, o, dicho de otra forma, los trabajadores no directamente vinculados a la información o a los contenidos: electricistas, cámaras, decoradores, administrativos y, en fin, todos los profesionales no redactores, no periodistas. Porque, por lo que se refiere a los periodistas, lo mejor que podrían hacer es ponerse unas gafas de sol, subirse las solapas de la gabardina, bajarse las alas del sombrero y borrar de su curriculum su época de servicio a Radiotelevisió Valenciana. Porque, lo sigo con toda sinceridad, eso es algo que deberían sobrellevar pálidos de vergüenza.

El servilismo que durante años han exhibido, sin una voz más alta que otra ante manipulaciones, mentiras, falsedades, ante la edificación de un tebeo de mentiras, engaños y luz de gas específicamente destinado a la manipulación de la ciudadanía, es verdaderamente degradante. Salvando las distancias que hay que salvar -que son muchas, pero no todas, como ahora vamos a ver- ellos han cometido en el periodismo el equivalente a lo que hicieron los médicos reclutados dentro o fuera de los campos de exterminio como ayudantes forzosos del doctor Mengele u otros ejemplares similares. Cabe recordar que aquellos que pudieron probar esa compulsión, esa fuerza, no fueron encarcelados ni mucho menos ahorcados, pero fueron inhabilitados a perpetuidad para el ejercicio de la Medicina porque se entendió -con buen criterio- que quienes habían llevado a cabo esas prácticas, aún forzados, no podían poner sus manos sobre un paciente, el objeto sagrado del acto médico. Se entendió que habían quedado indeleblemente manchados. Con los periodistas de RTVV hay algo de eso, han vulnerado brutalmente la ética más básica y primaria de su profesión y la sociedad -ya que no la Justicia, porque la conducta es atípica- debería privarles para siempre del ejercicio periodístico.

Y por si eso fuera poco, el espectáculo que han dado estas últimas semanas ha terminado por ser vergonzoso. Queriendo lamentarse -a toro pasado, claro- de su participación obligada en ese inmenso parque temático de mentiras y de manipulación, exponiendo a la luz pública, con luz y taquígrafos todas estas mentiras en su más dramática extensión, no han hecho sino redactar una descomunal acta de acusación contra ellos mismos.

Ayer, miles de manifestantes se echaron a las calles exigiendo que la Comunidad Valenciana (o País Valencià, o etcétera) recupere su televisión pública. Es una exigencia justa y necesaria, sí, pero se me ocurre preguntarme... ¿cuántos de los que ayer se manifestaron reclamando -con toda justicia, insisto- esa tele pública valenciana han estado años y años votando pertinazmente al PP? ¿Cuántos, en fin, van a seguir haciéndolo? Porque ayer aparecía por ahí una encuesta o sondeo según la cual sí que el PP caía en escaños, pero no tanto como para que, con UPyD, que parece que pilla dos o tres, no pueda reconstituir una mayoría. O sea: primero votamos en masa al PP, después nos echamos a la calle contra las trapazadas del PP y, a continuación, seguiremos votando en masa -aunque un pelín menos- al PP. De locos.

De locos hasta el punto de decir aquello que ya he repetido alguna vez: tenemos lo que se merecen.

Porque esto pasa a nivel nacional también... Tanto PP como PSOE -los dos partidos, uno por otro, que nos han llevado a la ruina- mantienen un suelo electoral considerable. Se pierden las mayorías absolutas, desde luego; crecen, sí, los partidos pequeños (IU, UPyD y, localmente otros, como C's, en Cataluña); pero PP y PSOE ¡todavía con millones de votos, es que manda huevos! siguen cortando el bacalao.

Y cuando sea sistémicamente necesario, ejecutarán sin contemplaciones ese corte. Eso de que la LOMCE de Wert será pura y simplemente derogada cuando el PP pierda la mayoría es mentira, no os lo creáis: si es necesario para ello el voto del PSOE no habrá derogación. A lo sumo habrá una mínima descafeinización por la presión nacionalista, pero nada más. Absolutamente nada más. No se derogará la LOMCE y mucho menos aún se derogará la Ley de Seguridad Ciudadana. Mientras esté aquí uno de esos dos, no se va a derogar nada. Lo que ocurre, simplemente, es que cada cual va haciendo el trabajo sucio que le toca cuando le toca. De la misma manera que, en lo que importa al sistema financiero, por ejemplo, el PP no ha tocado ni un milímetro la política que inauguró el PSOE; en todo caso la habrá intensificado -en contra de los ciudadanos, naturalmente- pero no ha corregido nada sustancial.

O sea que mientras nos sigan engañando con banderitas y con peces de colores, nosotros, los ciudadanos, seguiremos siendo las putas que, encima, pagan la cama, o, como decimos en Cataluña, els cornuts que paguen el beure.

PS - Trabajadores -y, muy especialmente, periodistas y creativos- de TeleMadrid: cuando las barbas de tu vecino veas pelar...

Imagen: Ferbr1 en Wikimedia Commons
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29 de noviembre de 2013

Ahora, agresión privada

El colmo de todos los colmos nos acaba de llegar con la previsión de que la ley autorice a los seguratas a actuar en plena vía pública («zonas comerciales peatonales»: así lo expresa el proyecto de Ley de Seguridad Privada). Actuar quiere decir, entre otras cosas, identificar y registrar a cualquier persona que consideren sospechosa. Entre otras muchas cosas igualmente luctuosas. Esto quiere decir que, por poner un simple ejemplo, los ciudadanos estaremos en manos de estos tipos con sólo poner pie en el centro de Barcelona. Adiós a pasear por la Portaferrissa, por el Portal de l'Àngel, por las Ramblas (aunque las Ramblas están descartadas desde hace tiempo por otras razones), por la calle Boqueria y la del Call (en resumen: trodo el recorrido entre las Ramblas y la plaza de Sant Jaume). Por poner unos simples y escasísimos ejemplos. O sea, aunque no compres, ni tengas intención de hacerlo, aunque solamente estés paseando, un fulano de estos te puede dar la tarde simplemente porque no le gusta tu barba (los de las rastas ya podéis ir atando los machos, porque no os van a dejar vivir) o no cuadres con el perfil comprador o de personal de ambiente diseñado por la asociación de comerciantes del lugar (que es la que paga, claro).

Lo que son estos tíos lo tenemos clarísimo los que usamos el avión para nuestros desplazamientos con mayor o menor frecuencia. La verdad es que, para mí, el AVE constituyó un verdadero alivio para quitarme de encima en muchas ocasiones del año el doble marrón del aeropuerto -así en general: lejano, de acceso malo y caro, con la exigencia de una presencia anticipada exagerada- y de pasar por el control de seguridad, llevado por esa gente, con la única -y poca- supervisión de un agente de la Guardia Civil ante el cual no sirve para nada recurrir cuando el segurata se pasa de la raya (cosa, por cierto, harto frecuente). Pero, con todo, a la larga o a la corta, hay que acabar yendo a morir (de asco y de ira) a un aeropuerto. No sé si será fácil encontrar a un enamorado de la aeronáutica al que ponga de una enorme mala leche ir a un aeropuerto español, pero si alguien necesita un contacto con estas características, que me llame.

El Partido Popular está alzando un edificio represivo sencillamente brutal apoyándose en una mayoría absoluta que le permite hacer lo que le da la gana. El único consuelo que me queda es pensar en la cantidad de votantes del PP que van a verse a sí mismos o a alguno de sus hijos víctima de los abusos de un pistolero privado o destrozado por un antidisturbios; y que, en ambos casos, salgan impunes de ello (inimputados o indultados, todo es una simple cuestión de tempo para llegar al mismo resultado).

Esto no puede seguir así. Visto que la democracia no funciona, tenemos que tomar medidas de autodefensa basadas en lo jurídico. Hay que constituir organizaciones específicamente creadas y únicamente dedicadas a la persecución sistemática de la brutalidad policial pública o privada, de todas y cada una de las manifestaciones de esa brutalidad o de esa arbitrariedad lacerante de las que se tenga noticia. Hablo de «persecución» llanamente, no hablo de defensa de los perjudicados (eso, organizadamente, ya lo hace cualquier bufete), sino de un complejo cívico que se ocupe de perseguir vía acusación pública y de forma sistemática todo abuso policial, que el segurata o el antidisturbios hayan de funcionar bajo la presión de que la nada inocente dejadez de los fiscales se verá reequilibrada con una sistemática persecución jurídica desde la sociedad civil y esa presión ha de ser todo lo fuerte que los ciudadanos, actuando privadamente -¡qué remedio!- seamos capaces de desplegar.

Los ciudadanos no solamente hemos sido abandonados por los poderes públicos sino que éstos se han instituido en nuestros enemigos. Corremos peligro cierto ante la arbitrariedad y el capricho de gente armada (legalmente con una chapa y, de hecho, con elementos capaces de provocar lesiones graves y fácilmente la muerte) y tenemos muy difícil la vía judicial, al menos la de oficio, porque los fiscales están disciplinariamente sujetos a un órgano superior designado por el Gobierno y, obviamente, a su vez, a las órdenes de éste. Estamos viendo estos días que, incluso, policías que se comportan como auténticos funcionarios -es decir, cumpliendo con su misión, no importa a quien beneficie o perjudique- son apartados más o menos sibilinamente de sus funciones y cargos para ser sustituidos por otros más obedientes y afectos al régimen. Por tanto, insisto, si no nos organizamos, si no estructuramos un sistema de autodefensa social, estamos en una situación de indefensión absoluta en momentos en que se están preparando graves agresiones contra la ciudadanía, en cualquiera de sus manifestaciones cívicas.

Y boicot, por supuesto. Boicot radical a las zonas comerciales que pongan seguratas en la vía pública. Aunque esto ya es más complicado: el número de sobrados, como el de tontos, tiende a infinito... hasta que les toque a ellos apencar con los humores de un tío de estos de la chapa.

El Estado de Derecho está listo para el certifiado de defunción.

Imagen: Viniciusmc en Wikimedia Commons
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27 de noviembre de 2013

Piano, piano, si va lontano

Fue noticia estos días el procesamiento de una familia entera por causar lesiones a una vecina mediante la contaminación acústica creada por los ensayos al piano de la hija de la casa. Inicialmente, el fiscal y la acusación particular pedían más de siete años de prisión, que en conclusiones finales rebajaron a nueve meses (al menos, el fiscal, según recuerdo) y ayer se conoció la sentencia que no solamente es absolutoria sino que propina a las acusaciones una bronca descomunal por la desproporción del invento.

Ciertamente, siete años de prisión son una barbaridad para este tipo de delito (cuando, efectivamente, es delito) y da la impresión de que en este proceso se ha perdido el sentido de las proporciones: como dicen acertadamente los jueces, la exageración de las penas solicitadas ha causado a esta familia un sufrimiento excesivo, grave e injusto.

Bien hasta aquí.

Otra cosa es cuando se entona el «no hay para tanto» y cuando se habla de decibelios.

En otros tiempos, hace ya muchos años, sufrí en mis carnes una agresión sonora así, sólo que -afortunadamente- no en mi casa sino en la oficina en la que trabajaba entonces: la vecinita de arriba era profesora de piano y se tiraba toda la jornada laboral (mi jornada laboral, al menos) dale que te pego con las escalas.

¿Era un sonido ensordecedor? En absoluto. Por eso decía antes que lo de los decibelios es relativo. El problema es que las escalas acaban siendo obsesivas para quien las escucha a la fuerza. Lo intentamos todo: primero, que insonorizara la sala del dichoso piano, a lo que nos contestó que no, que costaba muchísimo dinero y que no; como alternativa, le propusimos que tocara música, la que fuera, que podría, a lo sumo, resultar molesta, pero no tan agobiante como las escalas y ella contestó nuevamente que no, que tocaba para ejercitarse y que eso sólo podía hacerse con escalas.

Descartamos llamar a la Guardia Urbana: vendrían con el dichoso decibelímetro y ya sabíamos que la lectura del decibelímetro no iba a pasar de lo legal. Y en aquellos tiempos, el concepto de contaminación sólo se extendía a la toxicidad física y material: aire, agua, alimentaria... El ruido sólo se consideraba contaminante cuando era -otra vez el decibelímetro- excesivo. Estábamos jurídicamente indefensos.

Sólo nosotros, los que lo sufrimos, sabemos lo que fue un año y medio (¡un año y medio!) en este plan, siete u ocho horas diarias (la tía era, aparentemente, incansable, aunque, a ratos, no era ella, sino dos o tres alumnos que al parecer tenía). Fue una tortura de auténtico campo de concentración vietnamita, y que incluía, efectivamente, dolores de cabeza y algún que otro transtorno del sueño (tenía pesadillas con las escalas, por ejemplo). Pasado este año y medio, la imbécil en cuestión fue desahuciada por falta de pago y yo bendije mil veces la Ley de Arrendamientos Urbanos y la precariedad económica de los artistas (ya, ya, ya, ya lo sé: pero fue en defensa propia). Su último espectáculo (ese me lo contaron los vecinos que vivían en el inmueble, yo sólo trabajaba en él) fue la mudanza a altas horas de la madrugada, con el piano bajándose a pie por la escalera no recuerdo si eran cuatro o cinco pisos, chocando contra todos los rincones y produciendo el ruido que cabe imaginar.

Sí, de acuerdo con que meter siete años en prisión a una persona puede ser excesivo ante algo así; pero que no se relativice el daño que causa, que es muchísimo. Y repito que yo sólo trabajaba en aquel edificio, no vivía en él (aunque la verdad es que por las noches no tocaba, lo que evitó seguramente que el vecindario la linchara).

Hay ciertos delitos (los que se cometen con ocasión de la circulación a motor, por otro ejemplo, además del que nos ocupa) para los cuales el código penal debiera ser más imaginativo. Siete años de prisión no, pero ¿y un desahucio? Aún cuando sean los propietarios de la vivienda: condenarlos (sin desposeerles de su propiedad) a dos tres o X años sin vivir en ella. ¿No sería más proporcionado y más adecuado?

Y que no me vengan con decibelios...

Imagen: Steinway & Sons en Wikimedia Commons
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24 de noviembre de 2013

Blanca Navidad

Damas, caballeros, militares sin graduación, lectores que aún tenéis la santa paciencia de leer esta tabarra dos meses después de inaugurada...

Feliz Navidad y próspero Año Nuevo 2014

Ah, que aún no... Que estamos aún a una semana de terminar noviembre...

Bueno, pues estaremos a una semana de terminar noviembre, pero el Ayuntamiento de Barcelona ha decretado que ya es Navidad. Y tengo pruebas, pruebas calentitas de esta mismísima tarde:

Iluminación navideña en el paseo de Maragall

Sí, señores, el Ayuntamiento inauguró las iluminaciones navideñas el pasado viernes, así que en El Corte Inglés ya es primavera, en Barelona ya es Navidad, los pajaritos cantan, las nubes se levantan y que salga el sol por Antequera.

Si entendéis el catalán, aquí, en el blog sobre mi barrio, tenéis una argumentación así, seria y tal. Si no entendéis el catalán, tampoco os perdéis nada: celebrar la Navidad en noviembre es tan estúpido como cualquier otra cosa y poco hay que añadir a los hechos mismos.

Total, de un Ayuntamiento de Barcelona que convirtió Pentecostés en hexacostés por conveniencia electoral, puede esperarse cualquier cosa.

Imagen del autor

22 de noviembre de 2013

«Entrañable» Google

Entrañable Google

O sea que el amigo Luis Algonso Gámez comparte a través de Google+ una noticia sobre un nuevo «éxito» magufo (aunque de resultados dramáticos para el propio magufo... bien, magufa en este caso) y mira tú que publicidad me viene a estampar Google a la derecha de la imagen para celebrar el evento.

Puro servicio de «inteligencia»...


Imagen del autor

20 de noviembre de 2013

Los guiris no compran flores

El Ayuntamiento de Barcelona prohibió, con razonable criterio, que los floristas de las Ramblas vendieran souvenirs, temeroso de que se desnaturalizasen tan tradicionales puestos. Pero estamos en lo de siempre: prohibir es fácil, encontrar soluciones, mucho menos. Las floristas están estos días de lucha y reivindicación, porque tienen sus negocios -su vida, su trabajo- pendientes de un hilo.

El Ayuntamiento no sólo ha permitido sino incluso fomentado a tambor batiente que las Ramblas se conviertan en una abarrotada pasarela de turistas, hasta el punto de expulsar de ellas a los barceloneses, que ya hace años que las hemos dejado de utilizar como lugar de paseo y hasta intentamos evitar utilizarlas como vía de paso. Esto produce automáticamente dos efectos: el abandono del comercio tradicional y su sustitución por un comercio absolutamente indeseable (la comida basura y los recuerdos basura).

Les prohíben a las floristas que vendan recuerdos basura, muy bien, pero... ¿quién les compra flores? Los barceloneses no, desde luego, puesto que por allí no pasamos ni a tiros, si podemos evitarlo. ¿Entonces quién? Porque los guiris tampoco, evidentemente. Para ellos, los puestos de venta de flores son sólo un escenario para sus fotos. ¿Entonces, insisto?

En el mercado de la Boquería sucede tres cuartos de lo mismo. Digo bien, tres cuartos, porque hay una pequeña porción de vendedores del mercado que sí aprovechan bien el tirón turístico: las paradas de fruta, que han sabido reinventarse para servir macedonias de consumo in situ y en el acto. Por lo demás, el mercado está a reventar, pero de curiosos. Los paradas de pescado, de verduras, de carnes y demás, han perdido clientela, porque la parroquia local se va retirando también, incómoda ante esas aglomeraciones. Y el término «incomodidad» es moderado.

Mientras tato, las Ramblas, todas ellas, se desnaturalizan a pasos agigantados y pierden la sustancia que les dio fama mundial; aquel ambiente canalla y marginal, pero tan nuestro, desapareció. Ahora está lleno de canallas, que no es lo mismo: tironeros, trileros... Hasta las putas (que siempre las ha habido, no vamos a rasgarnos las vestiduras ahora) son de otra ralea, de peor rollo, porque a la marginación que ya de por sí ha llevado a la prostitución, se añaden otras marginaciones con varias tipologías de drama humano superpuestas y simultáneas. Son putas y, además, esclavas, maltratadas (materialmente, a palos), perseguidas... Viven en un auténtico límite humano. O inhumano.

Todo evoluciona, no podemos pretender que todo se quede en un momento «ideal» de la historia, sobre todo porque cada uno de nosotros tiene su propio momento histórico «ideal» y lo de clamar por las cosas como eran antes es un ejercicio de inanidad, una pérdida de tiempo y de norte. Pero, con todo, por más que los tiempos evolucionen, a mí que me expliquen dónde está la gracia en que una tienda de modas fundada en el siglo XIX (hablo en general, no pienso en ninguna en concreto) sea sustituida por un mierdonals o por un establecimiento de comida indostánica.

Yo no sé si en la plaza de Sant Jaume pueden llegar a ser tan burros como para no darse cuenta de que matan a la gallina de los huevos de oro, que lo que están haciendo y permitiendo hacer con las Ramblas es matarlas a medio plazo para el barcelonés (mis hijas ya no han heredado tradición, ni espíritu ni sentido ramblero alguno) y también para el guiri (que una vez in situ puede ser tonto, pero antes y después, no), que, como decía el Tenorio, «imposible la hais dejado para vos y para mí».

No, no pueden ser, ni, de hecho, son, tan burros. Simplemente son políticos, políticos de esta generación de partidejos de «todo a 100» a quienes solamente preocupan sus sucias porquerías de maquinaria interna y el corto plazo. La ciudad de dentro de veinte o treinta años... ¿que digo? la de dentro incluso de diez, les importa un perfecto higo. Lo único que les importa son las cifras que puedan utilizar -reales o manipuladas- de cara a las próximas eleccioes; y que sus amiguetes, padrinos y cuñados, hagan sus negocietes y obtengan pingües beneficios.

Barcelona y los barceloneses... un pimiento.

Imagen: Sergi Larripa en Wikimedia Commons
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18 de noviembre de 2013

Sandalias y ladrones

El zapato, la sandalia más bien, de David Fernández, diputado de la CUP en el Parlament de Catalunya lleva camino de ser la prenda de atuendo más famosa de la historia moderna después del Wonderbra; vaya lío, vaya polémica y vaya follón que ha montado. Mucho más follón que las anteriores intervenciones de don David en las que no regateaba epítetos a corruptos financieros de diversa laya.

No sé por qué, se da como axiomática la idea de que la razón se pierde con las formas, cosa que no es en absoluto cierta: la razón es una categoría intelectual consistente en la coincidencia entre lo que se dice o se pretende y la realidad evidente y/o probada. Que, seguidamente, la razón cabalgue sobre modales florentinos o sobre modos barriobajeros no le quita ni le pone, en absoluto, a esa categoría intelectual.

Lo que, por cierto, me lleva a constatar que, en la polémica sobre la sandalia, muchos han impugnado el uso de esa prenda del calzado en la argumentación parlamentaria, pero no he visto que nadie haya objetado la razón de su esgrimidor (bueno, sí, a Marhuenda, pero ése no cuenta por obvias razones de sanidad dialéctica).

Un poco en la línea que le vi anoche a David Bravo en Twitter debatiendo sobre esto con Carlos Ayala, cartagenero y piratón (o sea, del Partido Pirata), yo no lo haría, no ventearía el calzado, pero tampoco voy a desaprobar la línea... dialéctica... de Fernández. Yo, en todo caso, lo que lamento de él es su otra proyección política, el independentismo, pero, dejando de lado esta característica, creo que hacía mucha falta que alguien cantara las verdades del barquero en sede parlamentaria a tanto sinvergüenza. Porque, ojo: yo, probablemente, no utilizaría el zapato, pero mi lenguaje no se alejaría mucho del de don David. Francamente, ante individuos de esa calaña no veo qué otro se puede utilizar. Es más: es nocivo y contraproducente utilizar otro. Porque a esa gentuza hay que amargarles la vida, es la única manera de que se haga escarmiento para el futuro. Los jueces llegan a donde pueden y deben llegar, pero el verdadero castigo debe ser social y cuando no hay castigo social, reproche social patente y evidente, es cuando tenemos el problema.

Alguna vez he dicho, refiriéndome al famoso caso «Farruquito», que de nada servían las sentencias de los jueces (ya le calcaron todo el peso de la ley) si luego, al salir del trullo se llenaban los teatros. Su verdadero castigo habría sido que jamás volviera a tener público y que tuviera que dedicarse a otra cosa. Quizá cruel, pero ejemplarizante y muy probablemente eficaz.

Hace dos o tres veranos, hubo un cierto escandalillo de hipocresía victoriana porque Millet (el saqueador del Palau de la Música) entró en un restaurante de alto copete. Es, por otra parte, público y notorio que anda por la vida llevando -y exhibiendo- un alto tren de ídem. O sea, que se ríe de los peces de colores. Menos se reiría si, en el momento de entrar él en un restaurante, todo el mundo pidiera la cuenta y se largara, hasta que la generalización de esta conducta obligara a los dueños de los diversos establecimientos de restauración a utilizar el derecho de admisión.

Pero el problema está en que hay mucha gente, normal, honrada y trabajadora, sólida y profesional (quizá un tanto gilipollas, eso sí), que mearía Chanel nº 5 si fuera recibida en los salones de un Millet o de un similar penco. Así somos. Y así no vamos a ninguna parte.

El comportamiento aparentemente barriobajero de David Fernández coloca a los ladrones en su verdadero lugar y dimensión. Es como decirles «me importan un pito tu corbata, tu dinero y tus ínfulas de clase superior: no eres más que vulgar, corriente y moliente mierda de la Modelo».

Y sí: es como debe ser.

Imagen: Luis García en Wikimedia Commons
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17 de noviembre de 2013

Aceite con titulación

Los productores de aceite no consiguieron imponer en Europa el envase no rellenable en la restauración, pero sí lo han conseguido en España. Y, bueno, tengo sentimientos encontrados sobre el tema. Por una parte, no lo veo mal, no sé por qué le hemos estado tolerando al aceite de los restaurantes lo que nunca admitiríamos en el vino: todos encontramos inconcebible que un buen vino se nos sirva, por ejemplo, en una jarra o en un decantador, si éstos no se han llenado delante nuestro desde su botella original abierta asimismo delante de nuestras narices; y aún así, esto no se hace prácticamente nunca si no es con una causa justificada (exceso de residuos sólidos, por ejemplo). Pero me fastidia el hecho de que detrás de esta medida no hay una intención gubernamental de salvaguardar los derechos del consumidor sino las presiones del sector agroalimentario más potente de este país, y no es así como deben ir las cosas, por más que esta porquería de sistema constitucional ya nos haya habituado a ello.

Volviendo al platillo original de la balanza, también es notorio que en España, primer productor mundial de aceite de oliva, primer consumidor y prácticamente primer exportador (muchas exportaciones italianas se hacen con graneles españoles, esto es más que sabido), tenemos una educación oleica muy deficiente. Muchos españoles que superarían con éxito, incluso con brillantez, una cata ciega de diversos vinos, serían incapaces de repetir el mismo nivel de acierto, ni siquiera aproximarse a él, en una cata ciega de aceite de oliva; mientras que prácticamente todos los españoles conocemos marcas de buen vino que jamás han aparecido en televisión o en medios de comunicación masivos, la inmensa mayoría apenas podríamos recitar más marcas de aceite de oliva que las que vemos por televisión o las que consumimos en casa. Incluso lo compramos en marcas blancas fiados de la garantía del distribuidor sin tener ni la más remota idea de su procedencia, ni del tipo de aceituna con el que se ha elaborado... nada de nada (estas preocupaciones, por cierto, tampoco existen con el de marca). Es posible (sólo posible) que el hecho de tomar aceite etiquetado en los restaurantes nos haga ser más conocedores y más selectivos y un consumidor más selectivo lleva a una producción de mayor calidad.

Lo que sí es lamentable es que no se haga cumplir adecuadamente la normativa sobre grasas en las cocinas, sobre todo en los restaurantes populares (llámalos «de diario», «comida casera», etcétera). No sé dónde leía el otro día que en las cocinas se cumple a rajatabla: mentira putrefacta. Cualquiera que tenga pituitarias se pregunta, en el 95 por 100 de esos establecimientos, si las fritangas y demás las harán empleando lubricante de tractor soviético, porque no hay otra explicación para el pestazo que echan (y el sabor que tienen). Hablo -cuando menos- en referencia a la ciudad de Barcelona, donde el tema de la fritanga es digno de ejecución sin formación de causa.

Ya se prohibió el tabaco, se prohíbe ahora el aceite de padre desconocido... ¿Para cuándo inspecciones frecuentes, severas y despiadadas contra las marranadas grasientas que se cometen en las cocinas de la restauración de diario?

Imagen: Jules/Stone Soup en Wikimedia Commons
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14 de noviembre de 2013

Mossos vergonzosos (y van...)

Recuerdo un viejo chiste que circuló durante el franquismo... Un turista alemán visita Barcelona en un grupo organizado. El guía les enseña lo típico de entonces y ahora, la fuente de Montjuïc...

- Mucho bonito -comenta el alemán- perro mi querrer verr obrrerros españoles que volarr

El guía se encoje de hombros y sigue la visita. La Sagrada Família...

- Imprresionante -se admira el alemán- perro querrerr verr obrrerros españoles que volarr

Nuevamente el guía se hace el orate. La Pedrera...

- Grrande Gaudí -prosigue el alemán- perro mi querrerr verr obrrerros españoles que volarr, que parra eso haberr venido yo a Barrrcelona

El guía finalmente se cabrea:

- Pero... ¡qué obreros españoles ni qué niño muerto! Aquí no vuela nadie. Si acaso los aviones.
- Sí que volarr... Mi haberr leído en «Franckfurter Algemeine» que en manifestación de obrrerros de SEAT, policía hacerr disparros al airre y, plaf, caerr muerrtos trrres obrrerros, así que mi querrerr verr obrrerros españoles que volarrr.

¿Por qué será que las declaraciones de los mossos a la juez del caso Raval, con eso tan divertido de los gritos de ira y no de dolor, de los rodillazos de distracción previstos en los protocolos, me han hecho venir a la memoria el chiste? Un chiste de tiempos del franquismo, insisto.

13 de noviembre de 2013

Librerías al garete


El cierre de una librería es para mí (y supongo y espero que para muchos) algo especialmente doloroso; lo tengo como uno de los establecimientos característicos de un barrio (excluyo esas librerías enormes como supermercados, por más honorable que sea su mercancía) y tengo sacralizada la figura del librero, del buen librero, culto, profundo conocedor de su oficio, no un vendechifle cualquiera de material impreso, como los que injurian a la cultura desde las áreas correspondientes de los grandes almacenes.

Y, sin embargo, el cierre de librerías es un triste espectáculo al que nos habremos de ir acostumbrando: la digitalización se va a llevar por delante al papel, eso está cantado; quizá sobrevivan unas pocas para atender el capricho de los adoradores del papel, que, encogida hasta el límite la economía de escala, pagarán por él a precio de oro. Ojalá los libreros encuentren una fórmula de supervivencia profesional; espero que encuentren en la web o en las redes sociales la vía que les permita continuar desplegando su oficio grato e imprescindible para el lector. Despojado, quizá de la faceta de vendedor, pero potenciando la de consejero personal del cliente: yo pagaría por ello, sin vacilar.

Hoy estoy triste. Esta mañana, como todas las mañanas, he pasado por una estupenda librería que hay casi enfrente de mi trabajo y a esas horas (un poco antes de las ocho de la mañana) estaba obviamente cerrada. Pero no como todos los días, cerrada a la espera de las diez, sino cerrada para siempre. Tras treinta y pico años (casi diez de ellos pasando yo por delante cada día un par de veces), la librería Roquer del paseo de Gràcia, subnominada Jardinets («Jardincillos»: es como se conoce a ese tramo del paseo dominado por los jardines dedicados al poeta Salvador Espriu, que vivió en una casa situada frente a ellos).

Pero a la librería Roquer no la mata ni la digitalización ni la recurrente «piratería»: la mata la especulación urbanística, que ya mató meses atrás a una reputadísima tienda de componentes electrónicos, Radio Watt, más antigua aún que la Roquer (yo a Radio Watt la recuerdo claramente de hace cuarenta años y seguro que tenía muchos más) ubicada al lado mismo de la librería ya cerrada. En efecto, ni la una ni la otra han podido afrontar los alquileres que se les exigen debido a la presión de las tiendas de alto standing que buscan la proximidad del hotel Casa Fuster, un cinco estrellas GL (gran lujo, imagino).

Como realidad, sumamente desagradable. Como símbolo, sencillamente espantoso.

Imágenes del autor

12 de noviembre de 2013

Chuscas asociaciones

Este es un mal país para las asociaciones. Y cuando digo «país» da igual que leas España como común o Cataluña en particular, porque lo difícil es establecer qué caso es peor que el otro (nueva prueba de que las diferencias sociológicas son más bien escasas). Hay pocas asociaciones y, en su mayoría de muy mala calidad.

El primer problema es cultural: la gente no se asocia para servir a un fin con un esfuerzo común sino para obtener ventajas y por eso sólo funcionan bien las asociaciones constituidas para ofrecer ventajas a sus socios (clubs automovilísticos, de fútbol, etc.). Y no todas. Pero incluso las que están pensadas para obtener un beneficio de atribución individual en última instancia, van mal si para la obtención de ese beneficio hay que aportar algún esfuerzo. Por eso las cooperativas españolas flojean de remos y sólo algunos ejemplos gloriosos son la excepción. En cuanto a las asociaciones puras y duras, las constituidas para servir a un fin de bien común, están de capa caída, por no decir en la absoluta postración.

Además, aún en las que, mal que bien, funcionan, se producen fenómenos curiosos: por ejemplo, a mí me llama mucho la atención la cantidad de gente que se asocia para, acto seguido, limitarse a pagar cuotas y nada más. Si hablo de una asociación en la que media docena de personas tira del carro y el resto de asociados (sean decenas, centenares e incluso miles) miran la corrida desde la barrera, y no doy más datos, puede pensarse que me estoy refiriendo a la práctica totalidad de las pocas asociaciones que funcionan; sí, porque luego hay otro caso más dramático: las asociaciones microscópicas que, apenas sin socios y sin recursos, llevan una simple vida administrativo-biológica, por decir algo, a base de tres desgraciados que aún mantienen la ficción de esa vida vegetativa y sin sentido. En este último caso me estoy refiriendo a miles de asociaciones.

Hay otras casuísticas sorprendentes: una muy común, por ejemplo, es la de socios que ni prestan su esfuerzo personal ni se molestan siquiera en pagar las cuotas. Yo me pregunto cuál creen que es el valor que aportan. ¿Creen que una asociación vive y es eficaz por tener un libro de socios bien cargadito y nada más? ¿Creen que porque se pueda alegar sin mentir una cifra abultada de socios, la consecución de los fines sociales ya va a cien por hora? Oye, que a ver si pagas cuotas o vienes por aquí a echar unas horitas, hombre... ¿Yo? Pero si ya me di de alta ¿qué más queréis?

El segundo problema es histórico: en este triste país, asociarse equivale a significarse, a retratarse. Pero, caramba... ¿qué importancia puede tener significarse por el hecho de pertenecer a una asociación de vecinos o a un club juvenil? En un país civil o civilizado, ninguna, pero, en este, hubo una época en la que se asesinaba a la gente (a mucha gente) por el hecho de ser suscriptor o comprar o ser visto leyendo un determinado periódico. Y por ir a misa o a una asamblea sindical, no digamos. Eso fue tan terrible que ha quedado marcado en el código genético de la sociedad española: asociarse, aún en la entidad más inocente, es peligroso. «No te signifiques, hijo mío», es un consejo que todos los de mi generación hemos escuchado de nuestros padres al anunciarles nuestra pertenencia a cualquier iniciativa social; y mucho me temo que lo propio viene sucediendo con las generaciones actuales.

Esto de la significación lleva a un último problema que acaba de rematar la nefasta calidad asociativa general: cuando los dirigentes de una asociación lo están haciendo mal o alguien cree que puede hacerse mejor, los discrepantes no suelen manifestar tal discrepancia. Eso sería significarse, aunque también es verdad que el talante democrático de los dirigentes de cualquier cosa en este país llevan a señalar al discrepante con el sambenito del anatema. Consecuencia: no se discrepa; simplemente se entona el esto es una mierda y yo me voy y, consecuentemente, la mierda se perpetúa.

Así murió -aunque la cosa va mucho más allá del ámbito asociativo, si bien el diagnóstico es el mismo- el 15-M. Y murió en pocos días. En cuanto tomaron posesión de las plazas los acróbatas de la asamblea y del huerto urbano en los parterres, la gran mayoría de la gente, de la gente corriente que respondió a la llamada de unos pocos y muy básicos planteamientos, sin pretensiones revolucionarias de ningún tipo, en vez de echarlos a patadas (lo cual hubiera sido significarse), simplemente se encogió de hombros y se fue a casa cediéndoles graciosamente la «marca». Y menos mal que aún hubo alguna -poca- gente normal que sostuvo en alto la esencia inicial del 15-M y de sus esfuerzos han salido iniciativas estupendas y de éxito cívico: PAH, yayoflautas y un escasísimo pero importante etcétera. Pero aquel 15-M masivo, murió en pocos días porque eso «es una mierda y me voy».

Demasiado lastre cultural es todo eso y, encima, poco se hace por irlo soltando, siquiera poco a poco. Y, como conclusión, sólo cabe entonar el consabido «así nos luce el pelo», porque una sociedad civil débil y fragmentaria conduce a lo que estamos viendo: a un estado democrático sólo en lo formal que apesta más a muerto a cada día que pasa.

11 de noviembre de 2013

La moto de nuevo

Nuevo exitazo del motociclismo español (y, en él, del catalán): Marc Márquez (MotoGP), Pol Espargaró (Moto2) y Maverick Viñales (Moto3), campeones del mundo de sus respectivas categorías. Pero es que eso no es todo: españoles los tres primeros clasificados en MotoGP; españoles el primer y tercer clasificado en Moto2; españoles los cuatro primeros clasificados en Moto3. En todos los casos con unas cifras de victorias y de podios a lo largo del campeonato, impresionantes.

El motociclismo español tiene una historia brillantísima, un presente prácticamente inmejorable y un futuro más que prometedor.

El éxito, el éxito enorme, se ha convertido en una auténtica rutina en esta especialidad, hasta el punto -lo he dicho muchas veces- de que ya no le hacemos ni caso, quizá con un poquito de rebomborio -no mucho- cuando el triunfo brilla por sí mismo de esta manera.

Y, como no me canso de repetir, hay que agradecer nuevamente a Ángel Nieto estos éxitos, en tanto que precursor de los mismos. No sólo por ser el primer gran triunfador en la historia del motciclismo español, sino por haber sido, además de precursor, el que, retirado ya de la competición como piloto, levantó una generación de triunfadores sobre la moto que, a su vez, edificó otra generación. Nieto fue rey, engendró reyes y estos reyes han engendrado a su vez más reyes aún.

Una de las grandes vergüenzas del Premio «Principe de Asturias» es que Ángel NIeto nunca haya sido galardonado con él, que lo merece tan sobradamente y que se ajusta perfectamente a la [enunciada] finalidad de los premios en cuestión; sobre todo, en tanto que se ha prodigado entre futboleros. Claro que, como también he dicho tantas veces, Ángel Nieto es una figura ya histórica (en ese nivel), es poco conocido entre las nuevas generaciones de españoles y la foto con él no le luce al principito de las narices.

Peor para el principito.

Foto: Iberia Airlines en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by

10 de noviembre de 2013

Mossos vergonzosos (III)

Nuevamente los Mossos, es inevitable, aunque a mí no me gusta estirar excesivamente los temas, pero es que el tema se estira solo.

Hoy, domingo, leo en «La Vanguardia» un artículo de Javier Ricou que deriva de la carta de un lector (CAT) de días atrás que escenificaba la inquietud de un niño ante la inaudita evidencia de que ahora los policías eran los «malos». Realmente, la carta tiene un final poco menos que siniestro: «Yo le digo a mi hijo que seguro que hay policías buenos, pero él se ha ido a dormir inquieto por los que no lo son. Hoy, desgraciadamente, mi hijo ha aprendido a desconfiar de la policía».

Ricou pone en danza a fiscales, jueces, catedráticos de ética para que proclamen lo que es cierto y que debería ser evidente: que la labor general de los Mossos (excluyendo a la BRIMO, por mi parte: siempre he dicho que no reconozco a los antidisturbios como policías) es muy buena y que no se puede poner en la picota a todo un cuerpo por unas cuantas actuaciones lamentables.

Por eso decía yo en artículos anteriores que el problema -que existe- es básicamente interno. En primer lugar, hay demasiadas actuaciones lamentables. En segundo lugar, estas actuaciones lamentables se ven protegidas por una suerte de impunidad interna. En tercer lugar, en los pocos casos en que se ha llegado a la condena por sentencia firme, el indulto gubernamental ha sido prácticamente ritual.

En el caso que ha causado más alarma social, el de Juan Andrés Benítez, el vecino del Raval que resultó muerto tras una detención absolutamente espantosa, el comportamiento de mandos y políticos no ha podido ser, para la ciudadanía más indignante. Negar unos hechos que todos hemos visto, pedir presunciones de inocencia destruidas por varias imágenes, negarse a tomar medidas administrativas contra los Mossos que protagonizaron el incidente, no cepillarse inmediatamente al director general... ésas son las verdaderas causas del problema.

Siempre habrá casos de policías que se pasan de la raya, aquí y en cualquier parte del mundo, y eso no es un problema, es una desviación de la normalidad que una sociedad cohesionada puede fagocitar... siempre y cuando el correctivo aparezca inmediata y fulminantemente. La cosa se convierte en un problema cuando al policía brutal o torturador se le acoge en sus dependencias de destino con una especie de «ven con mamá, hijo mío, y no te preocupes que esos tipos malos no te van a hacer pupa». La cosa se convierte en un problema cuando los mandos policiales no toman medidas disciplinarias. La cosa se convierte en un problema cuando lo dirigentes políticos intentan -con mayor o menor éxito- echar tierra encima. La cosa se convierte en un problema cuando los propios compañeros de los bárbaros les dan palmaditas en la espalda en vez de escupir en el suelo que pisan. La cosa se convierte en un problema cuando se ofician ceremonias de la confusión desde los más altos estamentos policiales o políticos para enturbiar o hacer desaparecer las pruebas o cuando a los jueces se les niegan con cualquier pretexto. La cosa se convierte en un problema cuando tras ímprobos esfuerzos para lograr una condena firme, el indulto del Gobierno es prácticamente automático; y cuando este indulto ha resultado ser insuficiente (como cuando la Audiencia de Barcelona ordenó el ingreso en prisión, a pesar de todo, de unos mossos cuya condena había sido reducida, vía indulto, a dos años o menos) se amplía sin más hasta donde sea necesario.

Este es el problema y no tanto los «casos aislados». Aunque los «casos aislados» resulten ser tantos que ya van pareciendo, a cada día que pasa, comportamientos ordinarios. Y ese va siendo ya otro problema asociado al primero.