10 de marzo de 2014

Horarios y horarios (de nuevo)

Al final parece que no van a tocar el tema horario y que dentro de tres semanas se pasará, como desde hace ya muchas décadas, del horario CET (UTC+1) al horario CEST (UTC+2), es decir, del horario centroeuropeo de invierno al horario centroeuropeo de verano, que durará prácticamente siete meses (hasta el último domingo de octubre).

Se les había pasado por la cabeza, parece ser (y aquí lo hemos comentado un par de veces) mantener ahora el horario CET, pero convertido en WEST, es decir, horario de verano de Europa occidental y después, en octubre, pasarlo al WET (UTC+0), el horario de invierno de Europa occidental. Que sí, que en puridad es el nuestro, al coincidir con el horario de Greenvich (GMT) y teniendo en cuenta que el meridiano en cuestión pasa por la península, pero que sería de todo menos práctico. Pero si en CEST (nuestro horario de la mayor parte del año) comemos al mediodía solar y nos acostamos sobre las diez de la noche, siempre en términos solares, lo cual es un horario perfectamente coherente y racional, si pasamos al WET-WEST nos metemos -entonces sí, de verdad- en el tan tenido como cutre horario español, siempre pensando en equivalencia solar. Y además, nos desmarcamos del horario de la práctica totalidad de la Zona Euro (y de casi toda la UE) para alinearlo solamente con Gran Bretaña y Portugal. Oh, y con Marruecos.

Si lo que quieren es racionalizar nuestro horario (que no veo en qué no es racional), lo que tienen que hacer es modificar el horario cotidiano (el horario, no el huso horario de referencia) y, sobre todo, impulsar lo más difícil: un cambio de costumbres que nos lleve a desayunar sólida y tranquilamente, a almorzar un breve tentempié, a merendar algo y a cenar no un gran banquete, pero sí algo más fuerte de lo que hacemos ahora. Y si lo que se pretende es la conciliación familiar...

Mirad: si lo que se pretende es que todos hagamos más horas de vida familiar, no basta con modificar horarios y costumbres: lo que hay que hacer en este caso es recortar (y no en pequeña medida) las horas de trabajo. Porque en un país en el que las familias no se ven y en el que hay un paro que supera el 26%, que los que hacemos las teóricamente normales entre 37,5 y 40 horas semanales seamos poco menos que unos privilegiados, rodeados de jornadas de nueve y diez horas diarias (con una minoritaria pero importante proporción de gente que hace aún más), es, sencillamente, demencial.

Y si vienen los bandidos de las organizaciones empresariales a decir que, en ese caso, los salarios habrían de bajar significativamente, más les vale que piensen en exportar toda su producción, porque el mercado interior va a quedar reducido al consumo de lechugas... y sólo en domingo.

Como siempre me planteo antes este tipo de cosas, no me cabe duda de que el futuro, más o menos lejano, tenderá claramente hacia donde yo estoy diciendo pero a saber cuánta gente caerá masacrada por la brutal explotación de un empresariado cutre y salchichero como el nuestro, antes de que se dé cuenta de lo que hay.

Imagen: Pruxo en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

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