Muy bien, la ley del aborto no se toca y sólo se modificará -muy razonablemente, a mi modo de ver- la libertad de abortar sin conocimiento -y, por tanto sin autorización- de los padres a las mujeres de 16 y 17 años, obligando nuevamente a esa autorización (y, por tanto, a ese conocimiento). Yo lo siento, pero o se tiene mayor edad o no se tiene y antes de los 18, ni se vota, ni se aborta (esto último, con la excepción del consentimiento paterno). Si se quiere una mayoría de edad progresiva, me parece muy bien, estoy muy de acuerdo: puede empezar -por partes, insisto- a los 15 y terminar a los 21 (que es cuando realmente se empieza a ser mayor de edad), pero no por vía de atajos. Como casi siempre, en los últimos tiempos, el remedio pasa por una reforma constitucional.
Pero, volviendo a la cuestión, hay un problema que la ley del aborto actual no soluciona; tampoco creo que lo agrave demasiado, pero no lo soluciona: 140.000 abortos anuales en España.
Esto no puede ser. El aborto plantea cuestiones éticas aún no resueltas y, sobre todo, es una gran putada para la mujer a la que le toca abortar. No se trata de restringirlo por ley (sabemos, además, que eso no lleva a nada) sino de erradicar las causas que llevan a él. ¿Cuáles son? Pues no lo sé muy bien, aunque alguna idea me parece que tengo y luego la expondré. Uno diría -diría, insisto- que la información contraceptiva que se imparte en este país es parca y cutre, pero suficiente como para que, en general, se tomen medidas de seguridad operativas. Ni puede ser que 140.000 abortos respondan a 140.000 fallos de contracepción, ni puede ser -si es el caso y tiene muchas pintas de serlo ocasionalmente- que el aborto sea un contraceptivo más o menos extremo. El aborto debería ser un último recurso cuando han fallado muchos otros, pero no un recurso que por más que, como digo, extremo, resulte natural, cotidiano.
Todas las cosas tienen un origen y unas causas. Lo primero que hay que preguntarse es: ¿por qué quedó embarazada la mujer que aborta? Admito casuísticas como violaciones, momentos de irreflexión (una borrachera, un no haremos penetración que luego se escapa de control...), un fallo en el sistema contraceptivo... Pero... ¿todas estas casuísticas conducen a 140.000 abortos anuales? Francamente, me niego a creerlo.
Pienso muchas veces en otra posibilidad: el embarazo deseado con arrepentimiento sobrevenido posterior; arrepentimiento que, para este caso, habrá que estimar causado por circunstancias externas que han modificado el proyecto de vida de la embarazada (tampoco doy por numéricamente importante el arrepentimiento espontáneo). El despido, el desahucio, el empresario tolerante que vende su empresa a otra mucho menos tolerante con las bajas por maternidad, el abandono del hombre y todo un etcétera de casuísticas, por frecuentes, fáciles de intuir.
No tengo datos objetivos ni estadísticas ni nada, pero veo racional estimar que la mayoría de esos 140.000 abortos proceden de embarazos inicialmente deseados que se han trocado en arrepentimiento debido a un cambio en el proyecto de vida de la mujer.
Lo que nos llevaría a los siguiente: el aborto no es un problema de mi coño es mío ni de dispersar incienso purificador. Ni las vaginas de titularidad registrada ni el botafumeiro a todo trapo van a resolver este problema, cosa que es una obviedad si miramos la historia reciente de la sociedad española en la que, en 30 años, el aborto ha pasado de estar perseguido a ser prácticamente libre transitando por no sé cuántos pasos intermedios: y las cifras que utilizan tanto unos para el SÍ como otros para el NO han variado relativamente poco. Y aunque hubieran variado a la baja: siguen siendo altísimas.
Estamos, por tanto, y como casi siempre, ante un problema cultural, estamos ante un problema de correcta integración de la mujer en el mundo del trabajo, en la sociedad en general. Que con catorce años de siglo XXI, en España, aún haya mujeres que cobren menos que un hombre por igual jornada y el mismo trabajo es demencial; que aún haya empresarios feudales que grapen un despido a un parte de baja (¡y no les pase nada!)... Son cosas que claman justicia. Como clama justicia no la cantidad de mujeres agredidas que mueren sino, peor aún, las que no mueren y aguantan años y años, calladas y muertas de miedo, sevicias físicas y psicológicas (que, frecuentemente, suelen ser peores) o que haya mujeres tratadas como un trapo... ¡y ni siquiera sean conscientes de ese trato!
Quizá hayamos de girar la brújula y reorientar la solidaridad sindical: pasarla de la de clase a la de sexo. Pero claro, esto requiere dos cosas: una, que los hombres cambiemos de mentalidad y, otra, que los sindicatos lo sean de verdad, no como esto que hay ahora.
La solución al aborto, es decir, que el número de abortos se reduzca drásticamente no por prohibición sino por falta de necesidad, no es cuestión que vaya a arreglar ni la Conferencia Episcopal ni el Ministerio de Justicia. Lo puede y debe arreglar -si no salimos de lo administrativo- el Ministerio de Trabajo. O el de Economía.
O, simplemente, la justicia (sin ministerio).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?