11 de diciembre de 2013

Logística de andar por casa

Muchos medios, especializados o generalistas, se preguntan con frecuencia por qué España va tan atrasada en materia de comercio electrónico; por qué, pese a avanzar, se hace tan lentamente, tan de poco en poco...

Hay muchos factores: la desconfianza hacia las compras on line que deriva de la ignorancia tecnológica y digital de este país podría, quizá, ser la primera. La primera, quizá sí, pero no la única.

Mi experiencia personal -y compro bastante al cabo del año o habrá que decir que compraba- tiende más bien a la frustración. Frustración que casi nunca viene dada por el producto o servicio adquirido, que, en general, suele satisfacer las espectativas generadas al momento de adquirirlo, sino en el entorno de esas adquisiciones o de las empresas vendedoras.

Desde hace ya mucho tiempo, la experiencia de comprar productos por Internet (los servicios son otra historia, por la propia naturaleza de lo que se verá a continuación) acaba convirtiéndose en una rabieta y en un ataque de mala leche por causa del transportista, logista, como les gusta hacerse llamar a quienes, en definitiva, no se diferencian tanto de los antiguos recaderos. Pero con rara unanimidad y escasísimas excepciones convierten la compra en Red en una llaga.

Ayer tuve una muestra con lo que será mi penúltima compra en red en mucho tiempo (y digo penúltima porque aún tengo una entrega en curso que espero para uno de estos siglos) y digo mucho tiempo porque para siempre tiene un qué imprudente, no por ganas de reincidir.

Encargué hace unos días un lector de libros electrónicos para regalárselo por Reyes a mi hija mayor, presa de un severo mono por la avería terminal del que tenía. Me incliné por el Papyre 613, un pelín anticuado, pero para hacer cosas complejas ella ya tiene la tableta; el precio del artefacto no estaba nada mal y, encima, su sistema operativo es Linux, así que me fui a la web de Grammata (la empresa fabricante) y lo compré, sin ningún problema en lo que se refiere al acto de la compra, al sistema de pago y a la confirmación y documentación de la operación.

Pocos días después, me llega un SMS advirtiéndome de que se intentó la entrega -a no recuerdo qué hora de la mañana- y que no había nadie en casa, pidiéndome que llamara a un número de teléfono que resulta ser de la empresa MRW, donde me comunican que se hará un segundo intento «lunes, martes o miércoles de 4 a 7 de la tarde». Contesté que, en términos generales me iba bien, pero que antes de las 5 de la tarde no tenía forma de que hubiera alguien en casa; que si, en todo caso, me lo pudieran fijar en un único día intentaría encontrar a alguien que me pudiera hacer el favor de estar en casa de 4 a 5 o bien de recogerlo en la suya (un vecino o algo así), porque lo que no podía de ninguna manera es tener a alguien de guardia tres días seguidos por si al transportista le da por ir el miércoles. Respuesta (de la consabida operadora): que no, que son Fiestas, que hay muchísimo trabajo y que esto es lo que hay, sí o sí. Bueno, qué remedio, ellos tienen la sartén por el mango, así que confié en que el transportista, viniera el día que viniera, lo hiciera a partir de las 5 de la tarde. No tuve en cuenta ni el viento ni la ley de Murphy, que es inexorable: el transportista fue a casa el lunes a las 4,30.

Ayer llamo a MRW y me dicen que no me queda otra que ir a recoger el aparato a su almacén (obviamente situado en el otro culo de la ciudad) porque ellos, con dos entregas, ya han cumplido. Los pongo a parir (demasiado poco: estuve desacostumbradamente moderado) en Twitter y, vaya, me aparece @MRW_es para decirme que en @MRW_clientes atenderán gustosos mi problema. Pero mi gozo en un pozo: en @MRW_clientes me salen por la misma petenera que la operadora, que a ellos les ha contratado Grammata con estas condiciones y que, si quiero, puedo reclamar en no sé qué otra web. Les digo que no, que a quien reclamaré es a Grammata, que es con quien tengo relación porque, en definitiva, yo no he contratado a MRW (aunque yo sea, en definitiva, el que les sufre), cosa que haré en próximas horas.

Esta es la última historia con los recaderos. No es la única: esta, más o menos, se ha repetido decenas de veces. Más esporádicamente (¡muy esporádicamente!) he encontrado a algunos de mejor rollo que se han avenido a horarios normales para gente que trabaja o que han intentado buscar alternativas, pero vaya, siempre, siempre, siempre, ha habido problemas, follones y molestias. Pero va a ser, ya digo, la penúltima, porque me parece que voy a hacer cruz y raya con el comercio electrónico. Al final, sí, puedes ahorrarte unos eurillos en relación al precio del mismo artículo en la tienda (nunca muchos, tampoco), eurillos que, desde luego, no pagan los berrinches que acabas pillando con la puta logística. Se ve que a las cabezas pensantes de esas empresas no se les ocurre (pese a tanto MBA y tanta cagarela) que si transportan artículos de consumo, lo normal es que las entregas deban hacerse fuera de horario laboral. Pues no: pretenden entregarte un artículo de uso doméstico a las 11 de la mañana, por ejemplo. Debe ser que los jubilados y las tres o cuatro amas de casa que aún quedan deben constituir el núcleo potente de compradores en Red.

Parte de la culpa es también de los proveedores. Grammata, por ejemplo, paga a MRW por un servicio determinado que es este: a cualquier hora del día con el máximo de las 7 de la tarde. Imagino que si optan por un horario más estrecho, los portes les saldrán más caros. Que se joda, pues, el cliente. No me parece que sea una política empresarial de mucho futuro, pero en los tiempos que corren, vete a saber.

¡Quien me iba a decir a mí a estas alturas que iba a añorar un servicio tan tradicionalmente cutre como Correos! Pero, al final, por lejos que tengas la oficina postal, siempre estará más cerca que los sitios estos donde los recaderos montan sus almacenes y una vez salvado el paseíto hasta allí, nunca hay problemas, oye. En adelante, pues, sólo compraré a quienes distribuyan su mercancía mediante servicios postales públicos: son los únicos con quienes la compra no termina en un severo cagontó.

En todo caso, creo que los organismos de consumo deberían exigir a los vendedores que en sus páginas de de oferta de producto constara claramente la exacta referencia a los horarios de entrega, porque si yo los sé, y no me convienen, igual no les compro y me ahorro estos saraos. Y mientras Consumo no lo exija, creo que somos los consumidores los que deberíamos hacer listas negras de las empresas que contratan servicios de logística insuficientes o negligentes. Mi aportación al primero de la lista: Grammata.

Ahí está.

Imagen: Wikimedia Commons
Licencia: Dominio público

2 comentarios:

  1. Para estos artículos pequeños he optado por dar la dirección del trabajo (una Dirección General autonómica), y los compañeros del registro firman el paquete. Como que la molestia laboral es minúscula creo que es una buena opción.

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    1. Admito que es práctico. De hecho, creo que en mi centro de trabajo (administración pública; sobre unas 300 personas) hay quien la emplea. Pero no es una solución que me guste (el trabajo es el trabajo y la privacidad, la privacidad), aparte de que masivamente utilizada (yo, hasta ahora, compraba en red con muchísima frecuencia, porque odio comprar y hacerlo por Internet era un cierto alivio) daría lugar a medidas restrictivas o a la simple y llana prohibición a la larga o a la corta.

      Pero, en todo caso, no es esa la cuestión. La cuestión es que todos, vendedores y logistas, deben adaptarse a las necesidades del cliente. Somos un país con muy poca conciencia de consumidor (lo que implica no darse cuenta del inmenso poder que tenemos como consumidores) y toleramos abusos y putadas, inauditas en otros pagos, con una mansedumbre que llega al auténtico cabestrismo.

      Ése es el problema.

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