24 de abril de 2014

Trastazos y cifras

Desde hace años, muchos ciudadanos tenemos la sospecha de que las cifras de accidentalidad y mortalidad en materia de tráfico están falsificadas. Bien porque se manipulan las estadísticas (acortando el plazo en que la defunción de un herido pasa a computarse como muerte en accidente de tráfico, si lo que interesa es recortar las cifras), bien porque nos dan la estadística sesgada (sobre todo cuando conviene cargar las tintas sobre la accidentalidad) ocultando las cifras relativas.

Esta Semana Santa ha habido rasgamiento de vestiduras porque ha aumentado la mortalidad en carretera. ¿Ha aumentado realmente? En números absolutos sí; es de suponer que no llevarán la trampa a mentir directamente. Lo que dudo es que haya habido ese incremento en cifras relativas, es decir, la cantidad de kilómetros de desplazamiento necesarios por cada fallecimiento, toda vez que la cantidad de kilómetros recorridos en total es muy superior a la de los últimos años. Esas cifras relativas no las dan jamás. Para obtenerlas, hay que ir a las estadísticas de movilidad y ponerlas en relación con la mortalidad, pero nunca son tan detalladas -o cuesta muchísimo llegar al detalle- como para establecer esa relación para un período muy concreto y corto, como un determinado fin de semana o puente o un período vacacional corto como, precisamente, la Semana Santa. Lo que es seguro es que obtener esas más que interesantes cifras relativas conlleva un trabajo cierto y que nunca las ofrecen en los medios de comunicación.

¿Por qué ese gato por liebre? No lo sé de bien cierto, pero en este tipo de cosas, funciona a todo humo el piensa mal y acertarás, lo que nos puede llevar, especulativamente, sí, pero quizá no descabelladamente, a un pretexto para una mayor represión administrativa (ergo recaudación por multas) o a la presión del lobby asegurador para aumentar las primas. Precisamente en este artículo de S. McCoy en «El Confidencial» tenemos elementos para sospechar de todo esto: por un lado el incremento notable de los desplazamientos en automóvil (que quizá desmientan el incremento de la mortalidad si se plantea en términos relativos) y, por otro, el ya insostenible descenso de las primas de los seguros automóvilísticos que conlleva la fortísima competencia en el sector (y eso que aún les oigo quejarse, hace unos años, de que los seguros de automóvil no eran rentables para las compañías, los muy falsarios).

Por otro lado, las cifras absolutas pueden ser engañosas debido, además, a otras varias casuísticas: no pueden valorarse de igual forma (para el cómputo de riesgos futuros) cuatro muertos en un sólo accidente que cuatro muertos en dos, tres o cuatro accidentes distintos. No es lo mismo, y creo que se comprende fácilmente, que un fin de semana haya ocho muertos en tres accidentes y en otro fin de semana el número de muertos sea el mismo pero en cinco, seis o siete accidentes.

No pretendo con todo esto relativizar la problemática de la accidentalidad en carretera ni minimizar el peligro, cierto, del tráfico rodado, en absoluto. Cuando mi hijas cogen el coche o van en el coche de otros (sobre todo si son jovencitos como ellas) paso el canguelo que pasa cualquier padre: todos sabemos el peligro adicional que supone el plus de inconsciencia a que lleva la audacia juvenil. Por un simple ejemplo. También podría ser -y muchas veces así es- que la audacia juvenil se vea constreñida por la prudencia del muchacho (los hay, y no pocos, afortunadamente, que son muy responsables) y la catástrofe sobrevenga por un tercero, joven o no, que anda haciendo el burro. Casuísticas las hay a mares: después de todo, la gente que muere en carretera una semana tras otra no palma precisamente de un infarto (al menos como causa mediata). Y yo mismo, cuando tengo un viaje largo por delante, me acuesto la noche anterior no diré que con nervios (llevo cuarenta años de volante) pero sí con una pequeña, cierta y molesta inquietud causada por saber que voy a tener en mis manos durante muchas horas, muchos kilómetros, la vida de mi familia y la mía propia tripulando un artefacto intrínsecamente peligroso, más el peligro añadido de los demás, que no es manco.

No se trata de relativizar nada, pero tampoco de tragar con trampas que responden a intereses que no tienen nada que ver con el interés general y que llevan a medidas restrictivas que hacen los viajes inacabables o que llevan a distracciones causadas, no tanto por los móviles o por el manejo de los tomtones, como por el control de la instrumentación del vehículo cuando la velocidad está en unos límites absurdamente bajos para el tipo de la vía y del vehículo que se conduce. Circular a 100 km/h en estupendos y seguros tramos de autopista y de autovía que hacen injustificada esta frecuente limitación, exige un plus de atención, no a la conducción sino al velocímetro, que no es nada bueno para la seguridad. Y lo mismo cabe decir de la frecuentísima limitación a 80 km/h (que, encima, aún quieren bajar) en carreteras rectas y anchas. De hecho, los accidentes causados por distracciones están aumentando espectacularmente, y no tengo yo claro que sean con tanta frecuencia como se dice debidos al manejo del móvil o del GPS. Los propios límites de velocidad -sobre todo en autovía y autopista- deberían ser revisados al alza porque no tienen justificación; se suele oponer a ello que son unos límites muy parecidos a los de otros países, pero casi nunca se hace mención de que esos otros países tienen una climatología mucho peor que la nuestra. Las autopistas y autovías españolas pueden perfectamente soportar sin desastres adicionales -al menos,por causa de la velocidad- un límite general de 140 km/h y todo lo que se ha conseguido, tras una pertinaz campaña, es el posible incremento a 130 km/h (el límite general en Francia, sin ir más lejos) pero sólo en determinados tramos y en condiciones meteorológicas óptimas. Y nunca dejaré de recordar que la limitación a 120 km/h irrumpió en 1976 en nuestras autopistas como consecuencia no de la accidentalidad sino del aumento de los precios del petróleo: hasta entonces, la velocidad autorizada para turismos no tenía limitación alguna en autopista.

Nos toman mucho el pelo con las cifras. Josu Mezo, en su estupenda página Malaprensa nos lo recuerda cada día. Aquí tenéis una selección especialmente referida al tráfico y la accidentalidad. Mirad las fechas de los posts y os daréis cuenta de que nada de lo que estoy diciendo es, en absoluto, nuevo.

Esto es lo que hay.

Imagen: Thue en Wikimedia Commons
Licencia: Dominio público

1 comentario:

  1. Querido Javier: lamento comunicarte que en Francia han bajado los límites de velocidad de 130 a 110, al menos en la autopista que he recorrido los dos últimos años en sendas Semanas Santas.

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