De una página que no conocía hasta hace muy pocos días, el Proyecto Goliath, me he bajado la Guía jurídica para defenderse de la impunidad policial, un manual en 9 capítulos que rezuma no sólo saber jurídico sino una amplia experiencia y conocimiento sobre la manera de actuar de nuestras tristes fuerzas del orden. Lo he impreso en PDF a beneficio de mis hijas, con la intención de que se lo aprendan de memoria, y, muy especialmente, a fin de que sigan rigurosísimamente el sapientísimo consejo de no decir ni pío ni en la calle ni en comisaría hasta estar frente al juez. Consejo que yo he tenido siempre presente, pero cuyo interés en él se me ha incrementado hasta el infinito cuando he leído por ahí lo mucho que cabrea a los policías esta recomendación automática y permanente de todos los abogados a sus clientes y a quienes puedan llegar a serlo algún día. Recomendación que les he dado desde siempre y para cualquier circunstancia a mis propias hijas, acompañando la de que sean psicológicamente fuertes y no se dejen embaucar jamás por amenazas («si no declaras va a ser peor» «si no hablas es que tienes algo que ocultar» «si quieres un abogado es porque algo habrás hecho») ni por batallitas de poli bueno, poli malo («créeme, te hablo como lo haría tu padre si estuviera aquí: lo mejor para tí es que firmes esto; lo firmas y te irás a casa inmediatamente»). Pase lo que pase, digan lo que digan cuantos lo digan y en el tono en que lo digan, silencio absoluto -pero lo que se dice absoluto- hasta llegar al juez y con el abogado al lado.
Y estaba en estas, pasando a un sólo documento PDF los nueve capítulos del Proyecto Goliath y releyendo en algún caso sus consejos, cuando me he puesto a pensar que... madre mía... es un auténtico manual para defenderse de una policía como la franquista. En cuarenta años no hemos avanzado nada; toda la legislación garantista -que es mucha y muy buena, las cosas como son- termina a las puertas de la comisaría o a los pies de la carga de los antidisturbios, en una impunidad sistemática amparada por fiscales y por indultos sistemátcos cuando los fiscales se estrellan contra la roca firme de un juez íntegro (que también, el de los jueces íntegros, va siendo un bien escaso). Por no hablar, claro, de políticos brutales y corruptos, pero éstos están ahí porque los ciudadanos nos volvemos imbéciles ante una urna y así nos luce el pelo.
Lo que está pasando con la policía es de escándalo, y me sorprende -sorpresa que conduce inmediatamente a la más honda desconfianza- que organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch no hayan entrado a fondo en el asunto más allá de acusaciones y quejas de poco calado y con la boca pequeña. En el último año hemos visto cómo agentes de la policía autonómica catalana condenados mediante sentencia firme y ejecutoria, han sido indultados -en algún caso, incluso, reiteradamente, cuando un primer indulto ha resultado insuficiente- pesando sobre ellos delitos como torturas, malos tratos, coacciones, abuso de autoridad y un lamentable y largo etcétera...
Hemos visto cómo con los proyectiles de goma se ha causado lesiones gravísimas a ciudadanos y hemos visto cómo se ha intentado, de forma reiterada, premeditada y alevosa, burlar las órdenes judiciales de identificación de los agentes implicados. Hemos visto -muchísimas imágenes lo prueban- cómo agentes infiltrados de paisano entre grupos de manifestantes, actuaban como provocadores para promover disturbios y sabotear la manifestación.
Con ocasión de este 22-M hemos visto ya barbaridades que ni siquiera me atrevo a decir que sean el colmo, porque en este tipo de cosas parece que nunca se ha acabado de ver todo. Hemos visto cómo los antidisturbios cargaban sin ningún motivo, sin ninguna razón contra una manifestación legal y pacífica únicamente a beneficio de que los telediarios de los medios afines al partido hegemónico (o sea, la mayoría) exhibieran prolijamente imágenes de violencia. Hemos visto en Youtube cómo los organizadores de la manifestacion, estándose desarrollando ésta de forma pacífica y cívica, conminan a la policía a que se retire, a que no ataque a los manifestantes, a que no provoque (el empleo del verbo provocar es mío -y perfectamente idóneo- no de los organizadores de la manifestación en los momentos a que me refiero).
Hemos visto cómo las cadenas de televisión, en mofa, befa y rechifla de la realidad, reflejaron unos pocos y breves incidentes -aunque de cierta y grave intensidad alguno de ellos, eso sí- y obviaron absolutamente una manifestación de centenares de miles de ciudadanos (cifras aparte, parece ser una de las más grandes manifestaciones que se recuerdan en Madrid, si no la que más). Hemos visto cómo los sindicatos policiales han utilizado estos incidentes absolutamente aislados poniéndolos como poco menos que una guerra civil, manipulando incluso las pruebas materiales (han sido pillados in fraganti utilizando imágenes de otros acontecimientos, como la tan famosa ya del espadín en la muleta).
Hace muy pocos días, debatiendo esta cuestión en Twitter con otros amigos y un sindicato policial, el usuario del sindicato protestaba diciendo «¡No somos grises!». ¿Que no? Salvo en el uniforme, en todo, queridos. Recuerdo haber leído en una novela -me parece que era de Forsyth, no lo rcuerdo bien-, un personaje que es secuestrado por unos matones que lo torturan brutalmente, no recuerdo por qué, y a los que increpa diciéndoles que ya conoce el paño, que son iguales que los matones de las SS o del KGB. Y les espetaba algo así como: «Los regímenes cambian, pero los tipos como vosotros son siempre los mismos». Frase importante, aunque venga de una novela, completamente cierta y perfectamente aplicable al caso. El régimen cambió, sí, pero los grises sólo han cambiado el uniforme y la generación de sus miembros. Nada más.
Para más información, los foros de policías. Verás qué risa.
Imagen: Montgomery en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa
Dicen que me gusta llevar la contraria a todo el mundo. Pero yo respondo lo que el conductor kamikaze del chiste: es todo el mundo el que se empeña en llevarme la contraria a mí
27 de marzo de 2014
3 comentarios:
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?
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Pues muy de acuerdo con todo. Tendría que haber alguna manera externa de controlar la brutalidad policial, los infiltrados y los descontrolados en las grandes manifestaciones. Algo similar a los observadores internacionales.
ResponderEliminarClaro que lo lógico seria que la policía no fuera "bruta" y que no infiltrara policías más que por las elementales normas de seguridad, no para reventar manifestaciones. De esta manera se podrían ocupar efectivamente de su único papel en una manifestación, mantener la seguridad y controlar los descontrolados.
Es muy triste que a muchos ciudadanos nos de más miedo la policía que no los incontrolados...
Seria exigible (y muy inocente, lo se) una independencia total de los poderes políticos y sanciones ejemplares a los policías (y mandos) que no cumplen estrictamente con la legalidad, sin ningún tipo de indulto.
Si un policía pega un golpe a un manifestante pacífico es 1000 veces más grave que si un manifestante violento pega a un policía (que también es gravísimo, claro) simplemente por que el primero lleva el uniforme, representa a la sociedad, ostenta un principio de autoridad y disfruta de una presunción de veracidad.
Parece de Perogrullo decirlo, pero unos antidisturbios no pueden pegar a manifestantes pacíficos por mucho que detrás de ellos se refugien los violentos.
La imagen de un policía empujando a un estudiante que simplemente estaba en la acera (como hace unos años en las manifestaciones de valencia), o pegando a una chica por que les ha increpado (que pudimos ver el año pasado) y muchas otras que nos estamos hartando de ver cada vez que hay una manifestación provocan un daño incalculable a la institución policial, al gobierno y al conjunto de la sociedad.
Para evitar estas situaciones sólo veo una solución práctica. Grabar las manifestaciones, desde dentro (manifestantes), desde fuera (vecinos) y desde la propia policía de forma que se pueda presentar en un hipotético juicio grabaciones fiables totales y no manipuladas de toda la secuencia de eventos, de forma que se pueda demostrar quien cargó y si le asistía un motivo fundado. Si a eso se le suma identificación de los antidisturbios y sanciones ejemplares podríamos volver a manifestarnos sin temor de acabar en el hospital.
Necesitamos volver a confiar en la policía.
Viva el papa, viva el rey, viva el orden y la ley
Eliminar¡Justo ayer también escribí en mi blog sobre el mismo tema, por la misma conversación! Bueno, en realidad yo fui reincidente, que volví a discutir con el guardia civil.
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