Como sabe o debería saber todo el mundo, sobre todo los que estamos en edad de recordarlo, hoy hace cuarenta años que se ejecutó a Salvador Puig Antich. Sí, y también al paria aquel que pasaron por polaco pero que era alemán, pero ese, pobre, no tuvo ninguna trascendencia política, y sólo fue, ni más ni menos, lo que Els Joglars definieron tan acertadamente: la torna.
He leído por ahí que fueron las últimas ejecuciones del régimen franquista: no es cierto. En septiembre de 1975, ya con Franco listo para descabello, el régimen todavía se cargó a cinco más, tres militantes del FRAP y dos de ETA, en estos casos por fusilamiento.
A Puig Antich le rompieron el cuello en el garrote, lo cual constituyó la última putada que le hicieron al chico (y lo de «putada» lo digo emplando la palabra que, según las crónicas, el mismo Puig Antich pronunció cuando se percató de cómo lo iban a matar; al parecer, él estaba convencido de que lo iban a fusilar y, de hecho, yo tampoco entiendo cómo no fue así, toda vez que fue condenado por un consejo de guerra). Pero ya es sabido -lo documentan muchos autores- que Franco, a la hora de firmar sentencias de muerte, en algunas, por el especial horror del crimen cometido o por la tirria que le tenía el dictador a la víctima, anotaba al margen una gracia retrechera: «garrote y prensa»; eso significaba que la víctima no iba a ser fusilada y esa ejecución publicada en dos o tres escuetas líneas, sino que iba a pasar por esa máquina tremebunda (generalmente manejada, además, por unos hijos de puta absolutamente incompetentes para ello y, de hecho, para cualquier otra cosa) y, después, los artículos de prensa se extenderían largamente sobre los detalles de la ejecución.
Puig Antich era un chico joven -demasiado, y seguramente por eso le pasó lo que le pasó- que se integró en un misterioso Movimiento Ibérico de Liberación (MIL). La verdad es que no recuerdo haber oído hablar del MIL en aquellos tiempos -y si lo oí no pudo pasar de una o dos ocasiones no muy notorias- y no volví a oir hablar de él fuera del contexto del propio Puig. Al parecer era una especie de grupúsculo anarquista (o cosa parecida) numéricamente muy reducido que se dedicaba a atracar bancos con el fin de subvenir publicaciones, colaborar en cajas de resistencia y demás necesidades materiales de la lucha obrera. No se lucraban con los botines y no empleaban para sí, según parece, más que lo necesario para llevar una vida de clandestinidad razonablemente modesta. Y no se dedicaron al terrorismo (salvo que se considere tal el atraco a bancos): ni colocaron bombas, ni cometieron atentados personales.
Su captura -la que, en definitiva, le llevaría al garrote- fue accidentada, probablemente debido a un entrenamiento escaso o nulo. A diferencia de los etarras, los del MIL eran proletarios hasta para la lucha armada y no gozaron de las mieles del entrenamiento paramilitar en lejanos desiertos o en cercanos santuarios. Esa falta de entrenamiento le llevó a resistirse estúpidamente a la emboscada que le tendió la policía y en el tiroteo resultó alcanzado, además del propio Puig Antich, uno de los policías, un miembro de la Brigada Político-Social, que resultó muerto. Sobre ese asunto ha habido muchos dimes y diretes... Que si en el consejo de guerra no aparecieron los proyectiles, que si al esbirro del régimen lo mataron -se supone que por error- sus propios compañeros. No lo sé. Me confunde que los testimonios y médicos que ahora dicen Diego donde antes dijeron digo tardaran tantos años en cacarear, muchos, demasiados, una vez pasado el peligro o la inconveniencia de la proximidad del régimen.
Los consejos de guerra, por otra parte, no constituyen el elemento más adecuado para que la verdad resplandezca, toda vez que nunca ha sido -ni es, me temo- su objetivo, sino más bien el de mantener rígidamente en alto el orden y la disciplina; por tanto, dudo que el consejo de guerra tuviera el menor interés en los hechos, más allá de que la detención de un atracador con motivaciones o pretextos políticos había causado, de un modo u otro, la muerte de un policía. Daba igual que ésta hubiera sido accidental o de propósito: aplicaron -mal- el aforismo «el que es causa de la causa es causa del mal causado». Le clavaron la pena de muerte y se quedaron tan anchos. Y no se preocuparon de las pruebas porque, aun cuando se hubiera constatado la accidentalidad del resultado de muerte, hubiera dado igual: un policía (¡el orden!) resultó muerto luchando contra un delincuente (¡el desorden!), y sólo con sangre se podía lavar la ofensa.
En condiciones normales de presión y temperatura hubiera sido más que probablemente indultado. El régimen ya no ejecutaba a nadie por causas políticas o con trasfondo político porque ello le traía más problemas de los que le solucionaba (como pudo experimentar en el numerito del proceso de Burgos, en el tuvo que renunciar a cobrarse el pellejo de asesinos probados) porque no era cuestión de ofrecer una imagen tétrica del país, con la economía y las reservas de divisas dependiendo del turismo.
Pero poco más de dos meses antes había sido asesinado el presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco; a fin de que no cundiera el pánico, hubo la rara inteligencia de no lanzarse a un ejercicio de represión masiva. Pero en algunos estamentos del régimen se clamaba venganza; había que darles carnaza y se les echó a Puig Antich. El otro, el alemán, fue una muestra a beneficio del extranjero proveedor de turistas, de que aquí sólo se ejecutaba a delincuentes comunes y de que la política no tenía nada que ver a la hora de pelar a la gente.
Durante todo el proceso que transcurrió desde su detención hasta su ejecución, Puig Antich no tuvo más apoyos que los del entorno anarquista. La izquierda -el PSUC, para entendernos- no movió un dedo; eso de atracar bancos está feo (no sé por qué) y, además, los eurocomunistas ya empezaban a oler a integración en el sistema, una vez liquidado Carrero y con Franco en últimas (no llegó a aguantar dos años más y aquel mismo verano casi cascó de un trombo en una pata trasera), ya empezaban a mirar corbatas en los escaparates y no era cuestión de verse asociados con anarquistas, pringados de lucha obrera y otras gentes de cutre vivir. A lo sumo, se aprovechó la ejecución para montarle al régimen un poquito de pollo, pero sin que llegara la sangre al río. Puig Antich murió -en términos políticos- absolutamente solo. Curiosamente, aparte de algunos grupos anarquistas -no muchos, tampoco- hasta pareció que se movía mucho más para evitar esa barbaridad -dentro de lo poco que se movió todo el mundo- la mismísima democracia cristiana que la izquierda en su conjunto.
El mismo día de su ejecución, aquel sábado 2 de marzo, por la tarde, la gauche divine, poco dolorida y sin ni siquiera derramar las lágrimas de cocodrilo que anda vertiendo estos días, celebraba rodeado de la beautiful progre de San Gervasio, con cava a todo pasto, la presentación de la revista de humor «Por Favor» (que iba a aparecer en los kioskos aquel mismo lunes 4) y allí tenías, no parece que transidos de dolor, a la crema y la nata de la intelectualidad psuquera: Perich, Vázquez Montalbán y demás hierbas. No me alcanza la memoria para recordar si fue en Bocaccio; aunque algo me suena, no puedo asegurarlo.
Todo eso son cosas que he visto, no me las ha contado nadie.
Otras cosas sucedieron (o, mejor, no sucedieron) que sí me han tenido que contar. Curiosamente, uno de ellos es Federico Jiménez Losantos, en su libro «La ciudad que fue» (interesantísimo y muy descriptivo, según comenté en su día en «El Incordio») uno de cuyos párrafos al efecto reproduzco:
«Recuerdo la tarde del dia de la ejecución, porque llovía como sólo puede llover en Barcelona en enero (?), más grisura que agua. Habíamos quedado con Labordeta en el patio de la Universidad Central, pero una vez estuvimos allí los cuatro gatos que nos atrevimos a ir, el recital se suspendió por iniciativa del propio Labordeta y acabamos, como siempre sucedía con él, a orillas de un café con leche. La verdad es que no estaba el día para cánticos, salvo que fueran excusa para enardecerse y echarse a la calle. Y el Partido (con Labordeta siempre seguimos utilizando terminología fetén) no tenía la menor intención de hacer suya la causa del MIL ni sentir como cosa propia, cercana o siquiera próxima la muete de Puig Antich. Por eso la policía no prohibió el recital de Labordeta, que era una excusa perfecta para organizar una algarada callejera de envergadura: el PCE-PSUC quería mostrar ostensiblemente que no tenía nada que ver con el MIL y que allá los ajustes de cuentas de los «provocadores» de extrema izquierda con la policía, tantas veces infiltrada en ellos».
Esto es lo que hubo.
Y que no me venga ahora la izquierdita de la señorita Pepis clamando por el asesinato de Puig Antich. Porque si fue un asesinato, ellos fueron, cuando menos, sus encubridores.
Así que a callar.
Imagen: Cartel contra la película «Salvador» en la página dedicada a Salvador Puig Antich
Licencia: Se supone que una página de orientación anarquista no debiera reivindicar copyright y menos en un contenido que ofrece para el activismo. No obstante, a falta de especificación de otra licencia, el copyright hay que presumirlo. Por tanto, si a los autores de esta imagen les molesta o les perjudica su inclusión, la retiraré al primer aviso.
Dicen que me gusta llevar la contraria a todo el mundo. Pero yo respondo lo que el conductor kamikaze del chiste: es todo el mundo el que se empeña en llevarme la contraria a mí
2 de marzo de 2014
3 comentarios:
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?
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Tu conclusión és más o menos la misma que Francesc Escribano en su libro: pocos fueron los que movieron un dedo para salvar a este muchacho. Ya se sabe que al aparato comunista no le molaban demasiado los libertarios. El asesinato de Puig Antich es una concatenación de salvajadas y es bueno recordar que el Sr. Utrera Molina, Secretario General del Movimiento en aquella época y actual directivo de la Fundación Francisco Franco es suegro de nuestro queridísimo ministro Gallardón. Nada, que diría que mandan los de siempre.
ResponderEliminarY añado: Jiménez Losantos, de estudiante maoista a estrella radiofónica del sector más ultra y rancio de la derecha española. Que sí, que es muy inteligente, como la mayoría de los psicópatas.
ResponderEliminaruna opinión referente a la foto se salvador: se asemeja a la figura de el che gevara; asesino de anarquistas cubanos que se oponían a la dictadura, los cuales fueron ejecutados torturados y encarcelados igual como los que luchaban contra el fascismo en España.... que irónico!!!
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