La lectura de este artículo de Joaquim Coll en «El País» me lleva a unas cuantas reflexiones sobre lo que estamos viviendo en Cataluña, pero ya pensando en el después, en el day after. Que es lo que verdaderamente me preocupa y mucho.
Todos sabemos que no va a haber referéndum, que no va a haber declaración unilateral de independencia (no, al menos desde el Palau de la Generalitat) y que unas elecciones plebiscitarias serían muy traumáticas pero tampoco llevarían a ese resultado.
Pero me inquieta la actitud del resto de España en dos niveles: el gubernamental y el cívico.
El gubernamental es gravísimo. Ya tengo dicho en otros artículos que no basta vencer: hay que convencer. La victoria material, lo que digo en el párrafo anterior, está asegurada por vía legal, pero el problema está en parapetarse tras la vía legal: ese es el arma definitiva, dirimente, y eso también lo sabemos todos en ambos bandos (ojo, que ya estamos hablando de bandos y no impropiamente), y, por lo tanto no hace falta esgrimirla constantemente. Esa es la postura del bravucón, del fanfarrón patético.
Sí, porque cuando la razón no parece tener más base que la fuerza bruta -aunque sea la fuerza bruta legal- queda vacía de contenido y, por tanto, puede a su vez ser fácilmente vencida por la demagogia.
El argumentario independentista no puede ser más falso, más manipulador y más demagógico. Se inventan un «derecho a votar» taumatúrgico, caído del cielo, se instituye una especie de moralidad democrática fabricada a medida. Porque la respuesta es sencilla: si hay que votar, votemos, pero a la cola. ¿Por qué no votamos, primero (por obvia cronología del problema), cosas como todo el sistema de normalización lingüística, empezando por la inmersión lingüística escolar? ¿Admitiría el independentismo -incluso el nacionalismo no radicalmente independentista- ese derecho al voto que nunca ha practicado? No, no lo admitiría jamás. Y posiblemente opondría argumentos legales: la normalización y la inmersión lingüística están contenidos en sucesivos estatuts que, en su momento, ya fueron votados. Es decir, también utilizarían la legislación como barrera para el derecho al voto. No tendrían otro argumento. Por tanto, habría que insistir tozudamente sobre ese aspecto del derecho a voto que ellos no han admitdo nunca, que constituye una verdadera puesta en evidencia y que es un claro talón de aquiles del nacionalismo y del independentismo.
Sin embargo, desde el Gobierno no se les replica (y cuando se hace, lo hace estúpidamente Margallo soltando burradas cósmicas), no se les argumenta. Una cosa es que Rajoy no dé respuesta oficial a Mas; en este caso y por una vez, estoy de acuerdo con su dontancredismo: cuando se plantea un desafío ilegal (sobre todo en algo tan trascendental), la respuesta de un presidente del Gobierno debe ser el silencio, máxime cuando el diálogo viene viciado en origen por una condición previa irrenunciable (cuando sería precisamente sobre lo que habría que negociar). Pero una cosa es que el presidente se niegue a bajar a un ruedo al que no debe bajar y en el que, además, impera la ley del otro sin que pueda él aportar la suya, y otra es que desde las instancias gubernamentales se matenga idéntico silencio, cuando hay organismos oficiales teóricamente capacitadísimos para encabezar y mantener esa respuesta argumental (la que he propuesto ahora y muchas otras posibles, porque hay que combatir, asimismo, los tebeos históricos que se están escribiendo aquí -que se han escrito desde siempre- y tantas otras barbaridades de todo orden, como la financiación de todo el proyecto soberanista desde los presupuestos publicos... procedentes en buena parte del Fondo de Liquidez Autonómico sin que exista un control cierto ni restrictivo sobre esos fondos que se está comiendo Cataluña en su mayor parte; es decir, que el resto de España, además de puta, paga la cama).
En el resto de España, la reacción es visceral y brutal (lo que, por cierto, vuelve locos de alegría a los independentistas). Ayer, en el campo del Real Madrid se oían cánticos de puta Cataluña. Se dirá que se trataba de los habituales fanáticos calzoncilleros descerebrados, pero yo estoy en el íntimo convencimiento de que ese grito contaba con la aquiescencia de amplios sectores de la población española; y también estoy convencido de que la mayor parte de los que lo desaprobaron, desaprobaron las formas, no el fondo. No se grita contra el nacionalismo o contra el indpendentismo, no se grita puta ANC o puta ERC o puta CiU, se grita puta Cataluña. Nada podría satisfacer más a la ANC, a ERC o a CiU; nada podría entristecer ni desorientar más a los muchísimos catalanes que defendemos nuestra pertenencia a España y que la defendemos, además, no como una cuestión de conveniencia sino como una cuestión de pura y simple naturaleza, de evolución histórica opuesta a la involución que nos plantea el independentismo.
Ambas actitudes, combinadas, conducen al suicidio nacional, y eso lo sabe el independentismo, conocedor de que no va a ganar esta guerra pero, que según se está desarrollando, tampoco va a salir de ella derrotado: al contrario. Esta intentona pasará y pasará sin lograr sus objetivos primarios, pero... ¿y sus objetivos secundarios? La ANC está llevando a cabo una labor de penetración sociológica (por presión, pero efectiva) importantísima; ERC saldrá muy reforzada políticamente, aun cuando sus réditos electorales pudieran no ser proporcionales a esa posición política (y hablo en potencial: está por ver que esos réditos electorales sean tan pequeños) y a CiU la sostendrá -aunque sea en mínimos- su potente suelo burgués (a menos que éste entre en pánico ante la imagen de una independencia que sabe catastrófica, pánico que algunos creen inminente). En el bando opuesto, un Partido Popular en el que nadie confía -viendo cómo se lo está montando en el Gobierno español-, un Ciutadans voluntarioso y en crecimiento exponencial pero que, a mi modo de ver, carece de solidez de fondo, no lo veo como partido importante consolidado en tanto que tal, aunque coyunturalmente pueda llegar a serlo (y ojalá me equivoque en ese diagóstico de la carencia de fondo) y un PSC corroído por su división -que era de cajón en cuanto se tocase, como se ha tocado, su fibra divisible, el Sant Gervasi/Baix Llobregat, precariamente atada durante años- y por su maricomplejines, común a toda la izquierda, ante el concepto de España.
Así las cosas, pasada esta primera contienda, con la victoria pírrica del hispanismo y la derrota dulce del independentismo, el rearme hacia la segunda guerra está cantado y su resultado sería, desde la perspectiva actual, mucho más incierto. Desde la perspectiva de su momento, quizá la certeza sería mucho mayor y mucho más desagradable.
Y los que, como yo, defendemos esa Hispanidad históricamente natural y progresista, estamos luchando ya por nuestra propia supervivencia: en una Cataluña independiente, seríamos unos botiflers reducidos -y eso en el mejor de los casos- a pura escoria social; y si, temerosos de ello, nos exiliáramos a Ex-paña, allí seríamos unos catalanes de mierda causantes de la ruina nacional. Y sic stantibus rebus aguantando una presión social que no por una procedencia minoritaria es menos sentida.
Así estamos: ¿se comprende por qué la mayoría calla -y callará- venga lo que venga?
Imagen: «Uniforme de gala dels Voluntaris Catalans» de Georg-hessen en Wikimedia Commons
Licencia: Dominio público
Dicen que me gusta llevar la contraria a todo el mundo. Pero yo respondo lo que el conductor kamikaze del chiste: es todo el mundo el que se empeña en llevarme la contraria a mí
24 de marzo de 2014
1 comentario:
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?
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Espero alegrarte diciéndote que no comparto tu convencimiento sobre el sentir general de los ciudadanos del resto de España; al menos de los que hemos viajado algo.
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