Tras el fiasco de la edición de 2013, la Festa al Cel, la exhibición aérea más importante de España, pasará a celebrarse en Mataró, ciudad próxima a Barcelona y capital de la vecina comarca del Maresme.
No es un desastre -como sí pudo considerarse tal la suspensión del evento el pasado año-, pero no cabe duda de que es una importantísima pérdida para Barcelona y para sus festejos de la Mercè que la Festa al Cel siempre cerraba. Y no es porque Mataró no sea un escenario adecuado (tiene un frente marítimo y playero más que suficiente), pero tengo la sospecha de que el descenso de público va a ser importante. Y ojalá me equivoque, porque sospecho también que de la cantidad de público va a depender la calidad del evento en futuras ediciones, a medio plazo.
No tengo nada contra Mataró, como tampoco lo hubiera tenido, por ejemplo, contra Sitges, si la Festa al Cel hubiera ido a parar allí (pongo por simple ejemplo, porque no sé si Sitges ha sido candidata a acoger el Festival). El problema no es esta ciudad o esta otra: el problema es que no son Barcelona. Y la inmensa mayoría de los asistentes hemos sido siempre los barceloneses. El personal turista y los aficionados procedentes de otros puntos de España y de Europa han constituido siempre una proporción ínfima de la masa de espectadores. Y tengo mis dudas de que los barceloneses nos desplacemos en masa a Mataró: las incomodidades de desplazarse para un evento así son importantes y, además, representan un gasto, tanto por el desplazamiento en sí mismo como por la prácticamente impepinable necesidad de almorzar in situ o en los alrededores, porque dudo que el transporte interurbano sea suficiente para desplazar en razonables condiciones de tiempo a una masa que, en Barcelona, alcanzaba fácilmente las 300.000 personas (como mínimo, porque ha habido años en que se ha hablado de bastantes más). No será, en todo caso, una buena propuesta de mañana dominical para una familia barcelonesa media que no esté formada por aficionados muy acérrimos a la aeronáutica.
No veo tampoco un escenario de playas vacías, afortunadamente: Barcelona es una ciudad que da para mucho y de buen seguro que habrá miles de aficionados que se desplazarán (aunque, desde luego, no serán 300.000, ni muchísimo menos), y habrá que añadir a ellos los habitantes del propio Mataró y de poblaciones cercanas del Maresme, así como sus veraneantes (estamos hablando de una zona turística de verano y de fin de semana de primer orden), pero no tengo la impresión de que pueda llegar a haber el gentío que se acumulaba en el frente marítimo de la Ciudad Condal. Insisto en que el transporte interurbano -al menos, el habitual- va a ser muy insuficiente y la naturaleza del evento hará una odisea del desplazamiento por carretera.
La verdad es que yo mismo no he decidido ir. Para ello tengo que ver muy claro que toda esa infraestructura -transporte y/o acceso y estacionamiento de vehículo privado, restauración y servicios diversos- sea la mínima suficiente como para no terminar el día -o empezarlo- con un berrinche; lo siento, pero para mí el spotting es eso, fotografiar tranquilamente aviones, preferiblemente en vuelo, y no sortear cuatro mil adversidades como si hubiera que escalar en el Himalaya. Y dudo que llegue a verlo tan claro; por lo menos, el primer año. Probablemente dejaré que otros compañeros más jóvenes y aventureros se expongan a la adversidad y, según me cuenten, decidiré lo que hago el 2015 y sucesivos.
Por tanto, este 2014, muy probablemente estaré en la plataforma de la 25R fotografiando los aterrizajes de los mismos aviones que se exhibirán en la Festa (salvo, claro, los que tengan base en Sabadell). Que no es lo mismo, pero tampoco está nada mal.
Este asunto de la Festa al Cel es una ilustración (no la razón principal, desde luego, pero sí una buena fotografía) de por qué la gestión aeroportuaria -en Barcelona y en cualquier otro lugar- debe ser local, o regional, a lo sumo (entendiendo por regional un concepto geográfico no necesariamente coincidente con el político o el administrativo). AENA ha demostrado, nuevamente -aparte de una gravísima falta de sensibilidad hacia los barceloneses-, que es un organismo antediluviano, producto de un centralismo que no tiene ya en este ámbito, en pleno siglo XXI, ninguna justificación.
Y, aunque no es poco, que sólo haya sido eso.
Imagen: CésarOP en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa
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