Hasta aquí, ya digo, un hecho luctuoso que, por otra parte y sin duda, proporcionará horas de entretenimiento con base en esa maravilla de medios de comunicación que tenemos (merecidamente, ojo).
Pero, damas y caballeros, agárrense a las butacas que peligra la vida del artista: entra Twitter en liza. Y en Twitter, una serie de gente celebra alborozadamente los hechos y la tipología de defunción que ha afectado a la dama de autos.
Está feo, para qué nos vamos a engañar. Alegrarse de la muerte de alguien está feo... en principio. Y está peor hacerlo en público porque, incluso si hubiera -de ser posible que las hubiera- razones para el jolgorio, hay que pensar que esas razones no afectan a una familia que, probablemente, no sea partícipe de las mismas. Hace unos minutos estaba viendo en un telediario a la hija de la finada llorando desconsoladamente y, qué queréis que os diga: por mala bestia que hubiera sido (en su caso) la víctima, el sufrimiento de esa chica por la muerte de su madre tiene que mover a compasión a cualquier espíritu decente.
Pero la autoridad competente ya se ha lanzado contra Twitter, exigiendo las cabezas de los que llama apologistas de la violencia y otros lugares comunes afectos al caso. Caso difícil, porque las apologías, cuando no son del terrorismo, están poco y mal tipificadas. Pero claro, si encima no existe propiamente apología sino simple alegría por el resultado del suceso, la cosa se mueve ya en el terreno de lo imposible, porque estaríamos ante una conducta atípica y en Derecho penal, «atípico» quiere decir, en castizo, ná de ná. Así de clarito lo expresaba asimismo esta mañana David Maeztu, uno de los más conocidos abogados de la Red:
De todas formas, cuál sería exactamente el delito por decir que te parce bien el asesinato de alguien (al margen casos de terrorismo)?
— David Maeztu (@davidmaeztu) Mayo 13, 2014
Por lo tanto, me parece que, esta vez, el muy sacristíaco ministro del Interior se va a tener que envainar su mala leche porque no va a haber juez que le ate esa mosca por el rabo. Quizá pueda picar un poquito -tampoco mucho- la cresta a quienes se hayan dejado llevar por el calentón verbal más extremado, pero dudo mucho de que el gasto que ello supondría rentabilice la escasa ejemplaridad que se obtendría.
O sea, señor ministro, que se fastidia usted y, si le pica, se rasca.
Cuestión distinta es la sociología política del asunto. Sentemos una primera premisa: no es normal (RPT: no es normal) que un sector minoritario, quizá, pero significativo de la sociedad española, manifieste en voz alta y clara su alegría porque un político -una política, en este caso- haya sido asesinado a tiros en medio de la calle -bueno, era un puente, pero ya se entiende- y a plena luz del día.
Y como no es normal, hay que analizar lo que ocurre. Analizar, so botarates, no lanzar al parroquial ministro del Interior a decapitar infieles con el botafumeiro de la venganza políticamente correcta. Y el análisis es muy fácil, porque puede verlo todo el mundo que no mira para otra parte. Como ustedes, so políticos (todos ustedes, particularmente los del PPSOE)
En España, los embalses de la ira están casi a rebosar y las paredes de la presa crujen siniestramente ante la tremenda presión que intentan resistir. Quizá a ustedes, so políticos, les parezca poco o, quizá, soportable, pero en este país hay seis millones de parados. El 40 por 100 de ellos no recibe prestación alguna (o sea, que son parados de larga duración). En dos millones de hogares españoles, carecen de ingresos todos sus miembros. Y de esos seis millones de parados, ¿cuantos lo van a ser crónicamente, para siempre, cuántos no van a poder ser reabsorbidos por el mercado de trabajo?: ¿un millón? ¿dos millones? ¿O quizá tres millones sea una cifra más exacta? Una bolsa estructural y endémica de tres millones de parados, casi nada... Recortes en sanidad y educación, en los salarios públicos (porque muchos de los privados ni salarios pueden siquiera llamarse ya), en la dependencia, en las pensiones (ya les metieron un caponcito y ahora van a por el palo gordo). Centenares de miles de desahucios, familias en la calle y con una deuda que jamás podrán quitarse de encima, condenados a una ruina eterna, suicidas por catástrofe personal económica, laboral o inmobiliaria, niños pasando hambre. HAMBRE. ¿Lo oís, animales? HAMBRE.
Al lado de este Arcadia feliz, la clase política, corrupta hasta el corvejón. No oímos hablar más que de sobres, sobresueldos, comisiones, sobornos, sobrecostes en la obra pública, financiación ilegal de partidos, mariscadas, fiestas de los niños, coches que no se sabe que se tienen... Y a saber lo que [quizá aún] no hayamos oído. Un poder judicial totalmente mediatizado, prácticamente inoperante contra tanta mierda y en las pocas ocasiones en que es algo operativo, la máquina de los indultos del señor Gallardón -otro asiduo de las sacristías- se pone en marcha a tope de revoluciones o, simplemente, aparta a los jueces más osados en un público y notorio escarmiento. En la cárcel está Bárcenas... ¿y quién más? Dos mindundis de Unió, que pasarán unos meses de vacaciones y poco más. A costa de una crisis tremenda que nos ha costado lo descrito arriba se han rescatado bancos y cajas por decenas de miles de millones de dinero público, del dinero de nuestras pensiones, de nuestros subsidios de desempleo, de nuestras escuelas, de nuestros centros hospitalarios... del desayuno, la comida y la cena de muchos niños. ¿Saben ustedes a qué grado llega nuestra irritación cuando constatamos -poco más o menos unas ochocientas veces por persona y día- todo esto que estoy diciendo? No, no lo saben. O sí lo saben pero prefieren no darse ustedes por enterados. Viven ustedes en otra galaxia; en otra galaxia, por supuesto, de nivel superior, no faltaba más. Ni siquiera recatan la foto infamante del presidente del Gobierno siendo jaleado por la flor y la nata del muy cutre -pero muy criminal- capitalismo nacional. Ánimo, Marianico, que España va bien.
¿Y aún se pone exquisito (feliz expresión de uno de los amigotes de ustedes) el muy clerical ministro del Interior? ¿Aún pretenden ustedes que un determinado número de ciudadanos -hoy por hoy pequeño, si bien significativo, repito- no lance cohetes y campanas al vuelo cuando alguien de la Casta es abatido a tiros, incluso aún cuando el suceso no tenga nada que ver con sus... méritos? ¿Ustedes creen, so incompetentes, que atizando un palito -o intentándolo- a unos pocos tuiteros van a aflojar la presión del pantano? Si es así, además de venales, de corruptos, son ustedes imbéciles.
Al muy barato precio de tener que tragar quina ante la alegría de algunos por el asesinato de un político -de una política, vaya- han recibido ustedes un aviso importante, un aviso muy claro de cómo andan los ánimos del personal, de a qué niveles está llegando la inquina contra ustedes. Y no se equivoquen: la culpa de esta inquina no es del Gran Wyoming: es de ustedes mismos. Son ustedes los que alimentan a uno y a mil wyomings.
Lo de matar al mensajero no va a funcionar porque cada vez va a ser mayor la cantidad de gente que se va alegrar de que les maten a ustedes. Aunque sea por repartir mal el botín o por cuernos, aunque no tenga nada que ver la cosa con su gestión política, como parece que ha sido el caso que ahora nos ocupa.
Alégrense. En esta ocasión, la cosa no ha pasado de ahí.
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