6 de noviembre de 2013

Los pedales dichosos

Una amiga, compañera y cordial polemista [conmigo] se congratulaba ayer en Twitter de lo bien que va y lo mucho que avanza el uso de la bicicleta en Europa. Yo le respondí que bueno, eso es según el color del cristal con que se mire: ella entendía que esto era un cambio (en el sentido favorable de la palabra) y yo apunté la posibilidad de que fuera todo lo contrario, quizá recordando tantos años de reportajes periodísticos televisivos de países asiáticos subdesarrollados con la gente desplazándose masivamente en bicicleta.

Esta mañana compré un abono de 10 viajes de TMB: 9,80 euros, casi un euro por trayecto. Después, camino del trabajo, contemplo la habitual escena de un ciclista haciendo el burro por el carril bus al que el vehículo en el que yo voy está a punto de cargárselo. Va en una bicicleta de estas del Bicing, cuyo abono cuesta cerca de 47 euros al año, siendo gratuita la primera media hora de trayecto y cada fracción de 30 minutos hasta el máximo de dos horas, cuesta 70 céntimos. Estaría muy bien si no fuera porque el servicio es deficitario, lo que quiere decir «subvencionado». Entonces, claro, resulta que yo cojo el bus y pago por un trayecto la mitad de su valor en billete y la otra mitad en parte alícuota cívica, porque es la subvención del transporte público; y pago también la subvención de un sistema de desplazamiento, el de la bici, que no uso y que, además, provoca que seamos menos a repartir en el coste de los servicios de transporte municipal.

Se dirá: «Bueno, el ciclista también podría decir lo mismo en sentido inverso: él también paga su parte alícuota cívica en la subvención del transporte colectivo municipal». Sería, sí, un buen contra-argumento si no fuera porque el ciclista también utiliza el transporte colectivo. Casi siempre de subida. Me explico.

Barcelona, digan lo que quieran, no es en absoluto la mejor ciudad para ir en bici. De río a río (de Besós a Llobregat o viceversa), bien; de montaña a mar, estupendo (¡yujuuuuuuuu, mira papá, a tumba abierta y sin manos!); pero de mar a montaña... ay, amigo: aquí, salvo unos poquitos que están cachas (cachas de verdad) y que, encima, casi todos en ese caso usan bicicleta propia, el bicing para tu tía. Con lo que parte significativa de esa subvención y del pago que hace el propio usuario tiene que dedicarse a subir bicicletas a todo pasto desde el área marítima hasta las zonas altas. No hay más que fijarse en el tráfago de furgones que, llenos ya de por sí, tiran de largos remolques cargados de bicis siempre hacia arriba, hacia la montaña; o no hay más que ver cómo las estaciones de las partes altas están prácticamente vacías mientras que las del frente marítimo están abarrotadas. O sea que menos farde y menos vida sana, porque el uso que de la bicicleta municipal hace una sustancial mayoría también lo podría hacer yo, con mis años y con mis kilos, sin que se me alterara el pulso ni poco ni mucho. Y ahora hace catorce años que no fumo, pero si fumara, ídem del lienzo; y sé de lo que hablo, que en mis años mozos chupé bicicleta como un pepe, que entonces los papases no pagaban ciclomotores y yo echaba p'alante con una Orbea tipo tanque que pesaba casi más que yo, que ya era pesar, y sin cambios de marcha, ni frenos de disco, ni leches, a puro kilopondímetro animal crudo sin atenuantes.

Esto no es Amsterdam, plana como la superficie de un charco, donde hasta un taquicárdico agudo puede desplazarse tranquilamente en bici sin correr mayor peligro; Barcelona es una ciudad que de mar a montaña tiene una pendiente de mil pares de etcéteras: y en según qué barrios y sectores, hasta la gente entrenada recuerda entre mil maldiciones su última comida.

Otrosí: la gente entrenada, el ciclista de raza, con todos sus defectos (que, en el entorno urbano, los tiene y muchísimos) suscita un cierto respeto: caramba, el tío, chupándose el paseo de Sant Joan desde la Ciutadella hasta Mossèn Cinto, olé tus cataplines, chaval; ese ciclista que, repito, en la inmensa mayoría de los casos empuja su propia bici, suscita un cierto respeto; el ciclista de bicing lo que me suscita a mí es cachondeo. Un cachondeo que a los barceloneses nos cuesta un Congo porque un alcalde de triste recuerdo nos cargó con la pijería y con su estúpido concepto de lo estupendiútiful.

Y qué quieres que te diga: sigo pensando que, aunque a la mona la vistan de marca BCN, esto de la bici urbana es cosa más bien de vietnamitas.

Imagen: Moebiusibeom-en en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by

2 comentarios:

  1. Pues ya sabe que me gusta polemizar con Vd. Sr, Cuchí, que además de entretenido es mentalmente muy sano no escuchar todo el rato a los que piensan exactamente como tú y te dan la razón.
    Me gusta leerle el blog y tenerle en mi TL de twitter precisamente porque a menudo no me gusta lo que le leo ;-)


    Soy partidaria de la bici, sí. Testarudamente.
    Me habrán robado unas 10 bicis desde que llegué a Barcelona hace unos treinta años... siempre ha sido mi medio de transporte preferido y ahora uso el bicing. No necesito tener bici propia y me funciona bien. El servicio es bueno, y puede aplaudirme: cuando trabajaba en Diagonal lo usaba también de subida: desde Urquinaona a Maria Cristina.

    Que mucha gente use la bici es biennnn Sr. Cuchí, se ponga como se ponga. Es bueno para descongestionar els tráfico de la ciudad, para tener menos ruido y contaminación y para la salud de los ciudadanos.
    Cafres sobre dos ruedas los hay, claro, como los hay conduciendo cualquier otro vehículo, pongamos por ejemplo el gremio de taxistas o los cagaprisas de las furgonetas.

    Con afecto, una vietnamita vocacional.

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  2. Un ciclista que va por las vias urbanas, no por las aceras, que respeta los semaforos, como cualquier otro vehiculo (otro dia se puede hablar de las motos y entonces...), que se baja de la bici cuando ha de atravesar una plaza, etc... ese si puede decir algo, los demas, no.

    nota: no he puesto acentos porque esta tableta no me deja, coño, que si no...

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Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?