Oir decir a Rajoy que tiene «un plan para Cataluña» me hace venir reminiscencias siniestras, algo así como un eufemismo al estilo «solución final». Me pregunto qué plan puede tener este tío en la representación que ostenta de la brutalidad mesetaria, parcialmente culpable de todo lo que está pasando.
Que diga que mientras él sea presidente ningún territorio español va a independizarse, no me consuela. En primer lugar, porque no va a ser presidente toda la vida (incluso podría no serlo dentro de dos años, según rueden las cosas); en segundo lugar, porque Rajoy miente más que habla, de modo que cuando Rajoy dice que aquí no se independiza nadie, el independentismo debería ir refrescando el cava; y, en tercer lugar, porque conociendo las metodologías a que le obligan sus bárbaros (votantes, acólitos, compinches y demás ralea) su «plan para Cataluña» bien podría acabar siendo la «solución final» para España.
Porque una cosa es que la legalidad vigente impida quiérase o no la barbaridad propulsada por el tándem Mas-Junqueras y otra cosa es creer que acerrojando la legalidad vigente se soluciona un problema de raíces ya históricas. Porque, sí, el cerrojo legal impedirá la consulta -y cualquier otro sucedáneo que se le busque- y si, efectivamente, es verdad que se está saliendo de la crisis y esta salida acaba siendo percibida por la ciudadanía (ojo, que lo estoy poniendo todo en condicional), el órdago de esos dos quedará en agua de castañas pilongas, porque a mí nadie me descabalga de la idea de que las manifestaciones y las cadenas, de que el salto brusco del 18% del electorado a los centenares de miles de manifestantes o cadeneros (aunque cada vez que hablan le aumentan cien mil a la cosa, acabará pareciendo el chiste del cura exagerado) responden más a la desesperación social de no ver la salida de un túnel muy largo y muy negro y a la indignación por la brutalidad política -en forma y fondo- que nos está cayendo (a todos los españoles) desde Madrid, que al deseo de independencia puro y duro. La gente no se hace independentista (en el sentido serio de la palabra) de la noche a la mañana y toda esta marea no es más que un fenómeno coyuntural, esto está claro.
Sí, insisto, el cerrojo legal acabará con el invento pero... ¿hasta cuándo? ¿Cuándo volverá a haber en Cataluña un nuevo órdago secesionista? Porque que nadie lo dude: volverá a haberlo tan pronto aquellas leninistas condiciones objetivas lo permitan, como lo han permitido ahora (el momento en que se ha producido ese órdago no es casual, en absoluto). En otras palabras: la pájara suicida de Mas se irá al garete de aquí a la primavera del 2015, pero la presión nacionalista y el problema histórico permanecerán.
Conociendo la psicología de la brutalidad mesetaria, imagino que el plan de Rajoy consistirá en algo parecido a un grandísimo palo y una pequeña zanahoria. O, en otras palabras, se enrocará en la legalidad y en el no seco y sin más, y, como pomada analgésica largará algunos milloncitos de euros para empezar o acabar esa autopista, aquel enlace ferroviario o, a lo mejor, hasta la gestión del aeropuerto de Barcelona (no me lo creo ni viéndolo). No pueden ser muchos millones, por otra parte, porque tampoco los tiene, así que no me extrañaría nada que recurriera al burdo y estúpido truco de hacer pasar el Corredor del Mediterráneo como una generosa concesión, cuando todos estamos al cabo de la calle de que es una imposición europea que ha sido combatida tanto por el PSOE como por el PP hasta el límite de sus afortunadamente escasas posibilidades al respecto. No veo qué otro puede ser el plan de Rajoy, y más si consideramos su calidad imaginativa y la de su banda. Además, ese ha sido el plan mesetario de toda la vida, no sería en absoluto nada nuevo.
Ahora bien... ¿cuál es verdaderamente el problema histórico al que aludo? Porque quizá alguien podría pensar que el problema histórico al que me refiero es a ese tebeo nacionalista que hacen empezar en 1714. Y no. El problema histórico del que hablo es una horquilla con dos púas: una, empieza con el romanticismo decimonónico y el proteccionismo industrial que se acoge al regionalismo carlista contra la política liberal de Narváez (entre otros) y que busca un motor intelectual (la pela, por sí misma, no mueve voluntades populares) que acaba encontrándose en Valentí Almirall; otra, una sensación desde el común de España -en la que lo lingüístico es factor fundamental- de que Cataluña y los catalanes somos... menos... españoles. Es una idea que puede parecer curiosa, pero es así y es antigua (puede verse ya en Quevedo, por ejemplo, mucho antes del famoso y dichoso 1714): fueron antes los separadores que los separatistas. El común de España nunca ha entendido ni querido entender que se pueda ser español y hablar... otra cosa. El fet diferencial, la lengua como factor político separador, ha sido el leit motiv del nacionalismo y del secesionismo, pero fue creado en la meseta.
Y por más que en la meseta lo nieguen (véanse los comentarios en las paellas de «El Incordio» siempre que toqué el tema) el hecho lingüístico catalán provoca, aún hoy, estupefacción. Y contrariedad. Hágase un prueba muy sencilla. Imagínense un grupo de amigos todos españoles, menos dos que son ingleses, aunque ambos hablan perfectamente bien el castellano; lógicamente, el idioma común del grupo es el español, pero los ingleses (pongamos que son un matrimonio) efectúan de vez en cuando cortos comentarios en inglés entre ellos; y no pasa nada, en general, todo el mundo entiende que esa pareja se ha hablado toda la vida en inglés y es natural. Ahora, imagínese la misma exacta situación, sólo cambiando a los ingleses por catalanes: en el momento en que uno le hable al otro en catalán, se suscitarán airadas reacciones de protesta o, en el más educado de los casos, claras muestras de frío y silencioso desdén. La idea de que el catalán es un idioma secundario, únicamente para uso privado, aún prevalece; el mesetario no logra concebir que dentro de España pueda tenerse como primer idioma otra lengua que no es el castellano (hay que ver la ampulosidad y la intolerancia con que exigen que se le llame español; yo suelo divertirme diciéndoles -porque, además, así lo siento y entiendo- que cuando hablo en catalán también hablo en español y me encanta ver su cara de denegatorio asombro).
Es todo este proceso histórico el que hay que reconducir, mejor dicho, ambos procesos históricos. Y eso no se hace en un día, ni se hace desde la brutalidad mesetaria ni, desde luego, van a ser capaces de reconducirlo un Rajoy o un Mas desde su vulgaridad. Porque es muy difícil integrar en una misma unidad histórica vivencias locales distintas y un idioma diferente: necesita paciencia, tacto, mimo y unas miras tan anchas como un ojo de pez... y por parte de todos. Es algo que tiene que empezar desde las bases educativas mismas del común de España, en general, y de Cataluña, en particular, y echarle años de trabajo incesante siempre con el objetivo puesto a largo plazo.
Seguro que este no va a ser el «plan para Cataluña» de Rajoy.
Ay.
Imagen: Fragmento del Liber Iudiciorum (siglo XII). Biblioteca de la Abadía de Montserrat (Fotografía de HansenBCN en Wikipedia Commons)
Licencia: Dominio público
Dicen que me gusta llevar la contraria a todo el mundo. Pero yo respondo lo que el conductor kamikaze del chiste: es todo el mundo el que se empeña en llevarme la contraria a mí
22 de enero de 2014
1 comentario:
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?
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El plan de Rajoy será el mismo que lleva haciendo el PP en los últimos veinte años: trabajar diariamente y sin descanso por la independencia de Cataluña.
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