Ayer fue la primera vez en mucho tiempo, muchísimo, en que -películas aparte, y pocas- me senté ante la tele más allá de un telediario. Fue, casi huelga decirlo, a raíz del debate entre Artur Mas y Felipe González ante Jordi Évole, ese presunto genio al que, francamente, no veo yo para tanto, al menos moderando. Lo digo, entre otras muchísimas cosas, porque el zasca que le atizó a González con las suculencias remuneratorias de los políticos jubilados bien se lo podía haber atizado también a Mas en tantas otras cosas toda vez que sabemos que, al contrario, la entrevista que le hizo hace un año o año y medio fue un suave cepillado de laca Sunsilk. Pero bueno, ahí está la cosa.
Para empezar: ¿debate? Absolutamente ninguno. Fue un perfecto diálogo de sordos. Muy educado, muy cortés, con mucho buen rollo (que ya está bien), pero, por todo lo demás, una perfecta estupidez, dentro del concepto debate.
Cuando los dos que debaten se enrocan en sus posiciones y, además, sus posiciones son vacuas y, en el fondo -o no tan en el fondo-, no significan absolutamente nada, pues pasa esto: que... nada.
Mas se enrocó en el sonsonete de votar. Votar: la palabra mágica, el conjuro de la danza de la lluvia. Votar. Votar convertido en el único canal dialéctico por el que cabe el diálogo; votar, convertido en una posición previa e innegociable para que haya no sé qué diálogo. Y votar, además, quienes interesa que voten, no otros. Y la ley, convertida en algo optativo frente a las superiores aspiraciones de los selectos votandos. «¡No nos podéis enjaular en la Constitución!», te dicen. No claro: la ley constitucional no sirve; como a mí no me gusta, la que vale es la del embudo, y si no partimos de la base del embudo, no hay diálogo posible. Nos han jodido los dialogantes.
Es inútil que les digas que la democracia, sí, es votar, pero no votar a saco, sino en unas determinadas condiciones marcadas por la ley. Ya hablé de esa ley, no voy a insistir en ello. Pero me hace gracia ese votar de comunidad de propietarios que deciden por unanimidad -salvo el afectado- ocuparle a un vecino un dormitorio para instalar la maquinaria del ascensor, so pretexto de que el ascensor es una obra de interés general y que los intereses de la comunidad (¡votos! ¡votos!) prevalecen sobre la ley que protege al vecino.
Por tanto, por este lado no hay nada que hacer. No hay nada que hablar, no por nada: porque no se puede.
El otro lado no queda mejor. Se enroca en la Constitución. Muy bien, es verdad, lo sabemos todos, incluso quienes jamás reconocerán que lo saben y que es así: la Constitución no permite ni consultas, ni soberanismos, ni independentismos. Y ya está, punto pelota. Este es el triunfo que vence y, por tanto, no hace falta ventearlo a cada minuto: se juega en su momento y listos.
Pero hay que convencer. Y ahí es donde me acomete un dolorosísimo cachondeo: todos los argumentos que tienen los mesetarios no salen de la Constitución. Parecería que no hay más España que la que deriva de la Constitución. Con lo que flaco favor le hacen a España, porque la Constitución es una perfecta mierda, ya que estamos. Fue una mierda desde el principio y lo es hasta el final que, por las buenas o a las malas, está necesariamente próximo. Refugiarse en la mierda sería, por tanto, sumergirse en un flujo cloaquesco que nace en el retrete y termina en el vertedero. ¿No sabéis, idiotas, justificar a España más allá de la puta Constitución?
Sí, perdón: está esa otra raza de cretinos que también pasa de la Constitución, pero por el otro lado: España es por cojones. Porque ha sido así toda la vida, a qué tienen que venir ahora esos mierdas de catalanes a enmendarle la plana a España y que viva la selección nacional y Manolo el del bombo. Por eso en tiempos de Franco a lo que había aquí se le llamaba (se autodenominaba, más precisamente) democracia orgánica porque todo se hacía según le salía de los cojones al correspondiente.
España no ha existido desde siempre, como algunos pretenden. Por supuesto que ha habido siempre una geografía y una territorialización peculiar ya desde tiempo inmemorial (como mínimo, desde tiempos de los romanos) determinada quieras que no por el hecho peninsular, pero jamás constituyó una entidad distinta de sus invasores u ocupantes, desde luego, en su momento, jamás distinta de Roma (siempre me hizo mucha gracia aquello de Trajano, Adriano y Teodosio como españoles que fueron emperadores romanos; claro, no te jode, ahora tenemos a un romano que es rey de España, ya ves...). El maremágnum visigótico y la invasión sarracena constituyeron, sobre todo esta última, una sacudida que obligó al curso de la Historia a una severa reprogramación. La idea de España como algo más que un territorio definido por los límites naturales de una península no empieza a formarse (digo «empieza» y digo «a formarse») hasta la baja Edad Media, con el culmen de los Reyes Católicos, que la convirtieron en un sueño. Nada menos, pero nada más. Porque, realmente, los estados y las naciones no existían y menos aún tal como los entendemos ahora: existían las organizaciones administrativas de las coronas. Y eso, ojo, vale también para Cataluña. Obviamente, el matrimonio de los reyes de Castilla y de Aragón había de dar lugar a una aspiración más amplia, pero la selección nacional y Manolo el del bombo quedaban aún muy lejos. Las dos coronas van amalgamando muy poco a poco en una. Muy poco a poco, insisto, pero ya con claras señales prácticamente desde el primer momento: el capitán castellano Gonzalo Fernández de Córdoba alcanza fama universal (y no exagero: pregunta en cualquier academia militar del mundo) combatiendo por los intereses de la Corona de Aragón, por la comunión que había adquirido en ellos la Corona de Castilla. No es España todavía, pero sí es ese núcleo primigenio de ácido ribonucleico de lo que habría de llegar a serlo.
La España política se constituye formalmente (de hecho, existió desde Carlos I) con la llegada de Felipe V (¡ayyyyyyyyyy, qué he dicho!) tras la guerra de Sucesión. Sobre la guerra de Sucesión se han escrito en Cataluña tebeos importantes, y aquí dejo prometido que hablaré de ellos. Baste afirmar que, digan lo que digan, la guerra de Sucesión fue una pura, simple (y dura) guerra dinástica, en la que el conjunto de reinos españoles constituyó el tablero de juego de los poderes e intereses europeos. Repito: ya hablaré de esto más despacio. Baste saber que con Felipe V nació la España política y centralizada. Que, ojo, en aquellos tiempos era lo moderno. Y lo era efectivamente porque, a partir de ahí, Cataluña dejó de ser un territorio completamente enfeudado (y tremendamente atrasado) y Barcelona una dictadura gremial (también arruinada) y por esa vía llegó a obtener el tan importantísimo para su desarrollo comercio con América (ya sabéis: textil, aguardientes, esclavos negros...). La tan cacareada industrialización de Cataluña, la pujanza comercial catalana, tuvos sus raíces ahí. Ahí y no en otra cosa. Entonces y no antes ni después. O sea que aunque a la Coronela le pongan equipación del Barça, Coronela se queda: milicia de los gremios, antidisturbios al servicio de la clase dominante que, hasta 1714, se dedicó a dar estopa a los ciudadanos [catalanes, barceloneses] díscolos con ese poder. Me descojono de risa viendo a supuestos progres -con marchamo cataláunico, eso sí- defendiendo fieramente un régimen dictatorial, inhumano y ruinoso aunque, eso sí, blandiera la bandera de Santa Eulalia (la de Santa Eulalia, patrona de los gremios, no la de las cuatro barras, que me temo que... Bueno, otro día hablamos también de eso).
La España jurídica se instituye en la Constitución de 1812, en el Cádiz sitiado, con los diputados catalanes gritando como posesos que viva el Rey Deseado y con toda España, Cataluña incluida, defendiéndose del vil invasor gabacho. Cataluña incluida, digo, y es interesante esta inclusión porque Napoleón llevaba la idea de anexionarse Cataluña y hacer de ella un departamento frances más. Ya ves: si no llega a ser por el subteniente Navarro y un montón de curas que hacen izquierdista a Rouco, hoy los catalanes seríamos franceses y seríamos parte integrante de la liberté, la egalité, la fraternité, tendríamos la force de frappe y, eso sí, de autonomía (y soberanismo menos aún) rien de rien, porque a los franceses eso de que «queremos votar» se ve que no es emociona mucho. En su propia casa, cuando menos. Y la «inmersión lingüística», ni soñarla, vamos, ni mucha ni poca, ni 75%, ni 25%, ni nada de nada, le français et c'est fini. Y es que lo franceses tampoco son democráticos, hay que joderse...
Los problemas de verdad vienen cuando el liberalismo de mediado el XIX intenta cargarse el proteccionismo de que goza la industria catalana. A partir de ahí, la burguesía se envuelve en la bandera del regionalismo carlista y a partir de ahí... bueno, creo que ya hablé de esto el otro día.
Cataluña (ni las Hurdes, ni el Somontano, ni, por cierto, el País Vasco) no ha sido jamás una nación independiente. Ese es un delirio decimonónico (y muy, muy, muy matizable) que supuso el principio del rediseño histórico en que se basa todo el negocio este de los que quieren votar. Y como dijo ayer González -pero en un contexto poco menos que ridículo- nadie en Europa concibe una España desgajada: porque no existe precedente histórico, ni político ni jurídico.
Esto es lo que hay que tener huevos de soltarle a un Mas (o a quien sea) en su cara y no constituciones, prohibiciones y tonterías: que está edificando una estafa -estafa porque está vendiendo a los suyos propios mercancía averiada- sobre un cuento chino, sobre una fabulación histórica de mil pares. Y hay que ir aún más allá, hay que ir al futuro, hay que ir a una auténtica comunidad hispánica en la que todos sus pueblos se integren a su satisfacción y plenamente realizados, en pro de un esfuerzo común. Que se puede y se debe.
Es de eso de lo que hay que hablar: de pasado, de presente y, sobre todo, de futuro.
Si no sois capaces de diseñar un proyecto español común y de ofrecerlo como la fruta apetitosa que debe ser, mesetarios infames, escoria del desprecio machadiano, puede que ganéis este envite, sí, porque tenéis a vuestro favor esa Constitución de mierda (yo mismo lo he dicho y lo he explicado prolijamente), pero perderéis para siempre España, a la corta o a la larga. No Cataluña: España.
Esa será vuestra responsabilidad histórica, si es que sabéis lo que es eso y os importa más allá de esos cojones que tanto invocáis pero que no sé si tenéis.
PS - Don Felipe, oiga, si ese es todo su acreditado savoir faire político, siga percibiendo... ¿cómo llamó a eso? ¿alternativas de subsistencia? Bueno, lo que sea, siga viviendo de eso y vaya con los demás a la valla de la obra y compruébeme, por favor, si el mortero tiene la cantidad justa de arena. Ande.
Imagen: Escudo de los Reyes Católicos. Heralder en Wikimedia Commons
Licencia: GDFL
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