Uno no hubiera dicho en sus años mozos que el simple «llegar a casa» pudiera constituir algo tan complicado. Acaso, cuando uno sufre un apretón de aquellos y no encuentra las llaves ni a tiros, pero esto es felizmente excepcional y no constituye la tónica habitual del acontecer cotidiano.
Pero sí, es complicado para un padre de familia. Bueno, tampoco hay que exagerar: simplemente es más laborioso que antes, cuando uno llegaba y llegaba y ya está. Ahora, llegar a casa es un ejercicio que se divide en tres fases:
Prellegada - Uno entra en casa con el abrigo puesto, la mochila a la espalda (la mochila no es muy elegante y menos a mis años, pero es la única forma racional y traumatológicamente saludable de llevar un montón de trastos que, en conjunto, pesan lo suyo) y los auriculares empotrados en los pabellones auditivos (a veces, incluso con las gafas de sol puestas aún). En ese preciso instante, dos hijas (y, a veces, también una esposa) encuentran que es urgentísimo explicar -tras un muy fugaz saludo de bienvenida- que el sábado se va de cuchipanda a no sé dónde, que Fulano es un tal por cual porque ha hecho no sé qué falcatrúa, que el domingo viene a comer no sé quién, que le han puesto un X en tal o cual parcial, que le compre un determinado libro por Internet, que me acuerde de llamar al lampista, que si el sábado iré a espotear al aeropuerto (o bien para ir conmigo, si es la hija, o bien para saber si me llevaré el coche, si es la esposa y madre) y así un etcétera que, un día por otro, es larguísimo. Tras reclamar orden y concierto, un poco de paciencia y mucha claridad en las prioridades al grito de «¿Me vais a dejar llegar o qué, coño?», uno es enviado a freir espárragos por toda la familia y puede, por tanto, proceder a la segunda fase.
Llegada (propiamente dicha) - Es decir, lo que hace todo el mundo en condiciones normales y lo que solía hacer yo antes de ser padre de familia: se quita uno las gafas de sol (si es el caso), el abrigo, la mochila, extrae de ella los útiles que van a serle necesarios, deja el móvil encima de la mesa y lo demás en su lugar, se cambia de ropa, echa al cesto de la ropa sucia o a la lavadora lo que procede, busca en el lugar de depósito habitual si hay correo caracol, mordisquea una manzana que ha pillado del frutero y hace las preguntas de rigor y ritual sobre el buen orden de la casa y de la vida de la familia en general.
Postllegada - Uno se sienta en su lugar, descanso (el sofá, la silla del estudio, lo que sea), sintiéndose en paz con la Humanidad y con la Agencia Tributaria, dispuesto a hacer lo que le apetece o tenía programado para su tiempo libre, pero entonces se produce una suerte de feed-back, un bucle que hace que vuelva a repetirse el argumentario de la Prellegada, aunque esta vez, en lugar de venir en tropel va llegando en fila india, y entonces hay que desear de buen rollito que el sábado te lo pases bomba, que sí que Fulano es un hijo de la grandísima, pero que la vida es así y está llena de cabrones, que qué alegría que venga no sé quién el domingo y qué bien lo vamos a pasar, felicidades (o condolencias) por el X del parcial (tras escuchar con solícita atención la prolija explicación sobre el dificilísimo contenido del tal parcial y el consiguiente festival de insultos al progenitor del que lo pergeñó), compro el libro por Internet y le arreo a la VISA cuarenta castañas y eso que es de segunda mano, llamo al lampista que, ante la urgencia de la reparación que necesito, se compromete por la gloria de su madre a venir antes de Navidad y, finalmente, decido que sí, que el sábado me iré a espotear y que me llevo a la niña y, por supuesto, el coche, porque ir a la cabecera de la 25R en transporte público y con todos los trastos que lo haga el Indiana Jones (hay quien lo hace, ojo, y le rindo mi sentido homenaje de admiración).
Cumplidos que son todos estos deberes, puede, por fin, dedicarse uno a lo suyo... durante la media hora que queda para ir a cenar.
Hogar, dulce hogar.
Imagen: Pawel ze Szczecina en Wkikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa
Dicen que me gusta llevar la contraria a todo el mundo. Pero yo respondo lo que el conductor kamikaze del chiste: es todo el mundo el que se empeña en llevarme la contraria a mí
18 de febrero de 2014
1 comentario:
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?
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Pues el artículo me ha hecho polvo!
ResponderEliminarYo que pensaba que poco a poco, cuando los enanos (6 y 4) fueran creciendo el tiempo libre estrictamente personal iba a aumentar.
Resignación! :-D