Bueno, supongo que ahora estará ya claro ¿no?
La realidad acaba pesando más que todas las películas y, como era previsible, a medida que se va acercando la hora de la verdad, ya se van enseñando patitas por debajo de la puerta. Después de muchos meses de marear la perdiz, los impulsores del independentismo han tenido que rendirse a la evidencia: cualquier cambio en la estructura territorial española -y la independencia no digamos- pasa necesariamente por una reforma constitucional y una reforma constitucional pasa impepinablemente por el voto de todos los españoles. Que es lo que unos cuantos no nos hemos cansado de repetir, entre denuestos y maldiciones de quienes se negaban a ver lo que era patente y evidente. Nunca como en este tema se ha podido constatar cómo, incluso en gente capacitada y de cabeza amueblada, los deseos logran ocultar y distorsionar la más clara de las realidades. Viendo esto, no me extraña que los estafadores bancarios se hincharan a vender preferentes tóxicas (que, ojo, no todos los que han picado han sido ancianitos indefensos, también ha metido el remo mucho listo).
¿En qué queda ahora el derecho a decidir? En nada. Ya dijo Mas el domingo pasado y ratifica Homs hoy que la consulta no genera automáticamente una situación jurídica nueva. En román paladino: que no sirve para nada salvo para hacerse, quizá, con un capital político. Y dentro de un párrafo o dos veremos que no, que tampoco.
Todo eso no podía ser ignorado de ningún modo ni desde el Palau de la Generalitat ni desde la sede de ERC, allá donde sea que esté. Pues bien, eso de vender un producto que luego resulta que no es lo que se ha vendido (derecho a decidir, etcétera) tiene un nombre muy claro. Tan claro que ni me hace falta decirlo. En fin, pues, el derecho a decidir no lo tiene sino el conjunto de los españoles. Pero, al final de este artículo veremos que tampoco. Vaya, que no es que no lo tenga, es que no lo va a poder ejercer. Gracias, precisamente, al independentismo desencadenado. Pero ya llegaremos a eso.
Lo de la consulta también queda reducido a escombros. Si no tiene valor jurídico alguno estamos hablando de un vulgar, corriente y moliente sondeo de opinión, lo que hace absurdo gastarse el dineral que cuesta un sucedáneo de referendum. Que contraten a una empresa de sondeos de opinión y que realice uno bien amplio. Pero como el dineral es de los ciudadanos y no de los promotores de la consulta (y, es más, generaría gasto público como para que a más de uno se le agradecieran los servicios prestados con la concesión de una licitacioncita que otra), la tentación de emplearlo de todos modos está ahí. Porque se les ocurre, además, que si logran un resultado con una cifra importante de favorables a la independencia, incluso aunque no fuera mayoritaria, podría darles capital político suficiente como para seguir dando la vara.
Pero pueden ocurrir -y, de hecho, creo que van a ocurrir- varias cosas. En primer lugar, que no podrán utilizar el censo electoral. No legalmente, vamos. Y si intentan utilizarlo fuera de la legalidad, los jueces pueden pararlo y, de hecho, imagino que lo pararán y espero que lo paren. En todo caso, el caudal de denuncias que iban a recibir los promotores por infracción de la normativa de protección de datos (incluso de la catalana misma) por parte de una cantidad ingente de ciudadanos, iba a ser de mucho cuidado y de consecuencias imprevisibles. En segundo lugar, aunque lograran utilizar el censo, habría que ver la participación. Los anteriores referendums que se realizaron pueblo por pueblo, arrojó cifras de participación ridículas y, claro, resultados a la búlgara: como sólo fueron a votar los independentistas (y sospecho que no todos, porque la participación fue realmente ridícula en la mayoría de los casos) la opción independentista vencía en proporciones arrolladoras: 80 por 100, 90 por 100... La actitud del sector hispanista estaría, pues, clarísima: ante una consulta sin garantías (no habría tutela judicial sobre el procedimiento, que estaría controlado por los promotores de la opción independentista, échate a temblar) la única opción posible es la abstención. Y no sería ilusorio pensar en un posible triunfo de esa opción: recordemos que en el referendum del actual Estatut que Maragall se sacó de la manga sin que los ciudadanos se lo pidiéramos, la participación no alcanzó siquiera el 50 por 100 del censo. ¿Qué capital político se obtendría de un referendum por la independencia si ésta venciera por un 80 por 100... con casi el 60 por 100 de abstención... o quizá más? Ninguno, en absoluto. Y el referendum del Estatut era legal y vinculante, ojo.
Por otra parte, todo eso es un poco hablar por hablar, porque la consulta no se celebrará. Tiene que autorizarla el Parlamento español y tendrían que dejar de impugnarla si desde Cataluña se intenta promulgar una propia, y ahí Rajoy tiene apoyo mayoritario, y no sólo de su grupo parlamentario, además.
La única vía que queda, pues, es la de las elecciones plebiscitarias. Éstas sí, son inatacables: cualquier partido puede proponer su programa político como le venga en gana, sin que nadie pueda impedirlo. Por tanto, si ERC, CiU, CUP y no sé si ICV (porque esos son más raros que un perro verde), formulan la independencia como única propuesta electoral, bueno, ahí estaría.
El domingo pasado Felipe González hablaba con espanto de esa posibilidad, aunque no dijo por qué (es un argumento duro y conflictivo). Yo sí lo voy a decir: porque tal actitud supondría ni más ni menos que un acto de frentismo. Porque eso colocaría a las demás formaciones políticas de hecho y por fuerza en un frente, a su vez (contrario, obviamente), y aunque no quisieran. En ese caso, ya no hablaríamos de fractura social sino de ruptura social. Espero no llegar a verlo. Espero que en CiU, e incluso en ICV, haya la serenidad y sentido de la responsabilidad suficientes como para no asumir esa barbaridad y dejar solos en ella a ERC y CUP que ya eso, por mejores resultados que obtuvieran, ya sería lo de siempre, más o menos. Porque la posibilidad de unos comicios en clave frentista es espantosa. Y quien me acuse de agorero de desastres, que deje de decir idioteces y que coja el libro de Historia, ande...
El [falso] intento de independencia de Cataluña queda, pues, desactivado dada la claudicación ante la realidad que ha efectuado una parte cualitativamente sustancial de sus promotores. Ahora habrá que valorar los daños. Y así, a bote pronto, se me ocurren tres.
El primero, que creo haberlo mencionado con anterioridad: quedaría cerrado y acerrojado cualquier cambio constitucional. El inmovilismo de la Casta sobreviviría garantizado por esa vía. Precisamente cuando parecía que, aunque a costa de tiempo y esfuerzo, la reforma constitucional podría llegar a ser una realidad (otra cosa sería ver en qué términos), la tentativa independentista la derrumba dando al inmovilismo el mejor pretexto: «si abrimos la puerta de la Constitución entrarán en tropel catalanes y vascos; ya habéis visto -Ibarretxe, Mas- que no se andan con bromas a la menor oportunidad». Los españoles no podremos ejercer -aunque en este caso, sí, lo tenemos- el derecho a decidir. Con lo cual, no sólo se habrá perdido la posibilidad de higienizar el sistema político español, sino de modificar la estructura territorial del Estado, con lo que la que se va a joder, sobre todo, va a ser Cataluña.
El segundo es, naturalmente, la sentencia de Breno: «Vae victis!». Como en términos de confrontación es lógico, el gobierno de Madrid no va a premiar la intentona separatista con mejoras en la financiación, incrementos de competencias, etcétera, y sí, en cambio, se verá moralmente motorizado ante y por el resto de España para darnos más caña, en los campos citados y en otros que dejo a la imaginación de cada cual (una pista: el wertismo).
El tercero es la desmovilización ciudadana y un posible estado de depresión cívica. Lo hicieron muy bien: aprovecharon un momento de severísima depresión económica y de recortes brutales (provocados por ellos mismos: Boi Ruiz no está, precisamente, en Ciutadans) para crear una ilusión. Vuelvo otra vez a lo fácil que resulta que los deseos intensos distorsionen la visión de la realidad para amoldarla a éstos. Muchos ciudadanos, agobiados, por no decir desesperados, ante una situación económica y política a la que no se veía -y sigue sin vérsele- salida, pensaron que, bueno... ¿y si funcionara? ¿Qué podían perder? Todos esos centenares de miles de independentistas que salieron de manifestación, de cadenas (incrementados en cien mil cada vez que abre la boca un dirigente de CiU o de ERC) y demás, lo fueron de la noche a la mañana; y, en cuanto sea evidente el globo deshinchado, de la mañana a la noche dejarán de serlo, como es de cajón. ¿Para pasar a un furibundo españolismo? No: para pasar a la mas profunda depresión, al más plano desánimo, a la más triste sensación del infierno de Dante, abandonad toda esperanza...
Bravo, chicos, bravo, lo habéis hecho muy bien.
Imagen: WarX en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa
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