Así que el otoño limpie completamente los árboles de hojas, volveré a la fotografía urbana que tengo que dejar en verano a caua de la cortina verde que oculta casi todas las fachadas. Y a ver si este año hago un planteamiento un poco distinto.
La «marca Barcelona» (dichosa manía de las «marcas», que casi siempre acaban llevando a la mixtificación más lamentable) se caracteriza básicamente por el modernismo. Pero es que el modernismo que caracteriza a Barcelona es el modernismo más rococó, más excesivo; hay un modernismo más sobrio (dentro de la poca sobriedad que caracteriza al estilo) del cual mi ciudad también tiene muestras estupendas y en cantidad, pero en el que también tiene competencia en muchísimas ciudades españolas (y ni que decir tiene, europeas).
Pero Barcelona tiene también otras joyas arquitectónicas que, perfectamente reconocidas y valoradas en el entorno artístico y arquitectónico, pasan absolutamente desapercibidas para el común de los barceloneses, y no digamos para el turismo: uno de ellos, el neoclasicismo noucentista que compitió con y sucedió al modernismo intentando -sin lograrlo demasiado- dar respuesta a ese exceso que el romanticismo proyectó sobre la arquitectura; y el otro, y principal, el racionalismo, ese GATCPAC (GATEPAC, en el común de España) cuya desgracia fue nacer y desarrollarse durante la República. Claro que algunos dirán -y probablemente con razón- que sin la República y la apertura a aires nuevos que ésta trajo, ni GATCPAC ni GATEPAC hubieran sido posibles. Lo cierto es que ese republicanismo llevó al ostracismo que duró hasta bastante avanzado el régimen franquista.
La verdad es que me gusta la elegancia de la sobriedad. Quizá por eso, pese a bellezas como la catedral de Burgos -que he tenido ocasión de visitar de nuevo hace algo menos de un mes-, o la de León, por sólo hablar de algunas españolas, ningún monumento gótico me cautiva tanto como la barcelonesa basílica de Santa María del Mar.
Por eso, aunque tengo que aprobar la asignatura pendiente del conjunto modernista de la calle Gran de Gràcia (y hace casi diez años que lo veo y deambulo cada día laborable, manda narices), estos próximos otoño e invierno voy a dirigir mi cámara hacia las líneas secas del racionalismo, hacia la belleza de la forma pura más escueta.
A ver qué tal me sale...
Imagen: Autor
Dicen que me gusta llevar la contraria a todo el mundo. Pero yo respondo lo que el conductor kamikaze del chiste: es todo el mundo el que se empeña en llevarme la contraria a mí
15 de octubre de 2013
3 comentarios:
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?
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Qué gusto reencontrarte, aunque con la que está cayendo buena falta hacia seguir "Incordiando".
ResponderEliminarEsa foto. La única vez que realmente me sentí conmovido por la arquitectura gótica, sobrecogido, fue cuando visité por primera vez Santa María del Mar. Siendo arquitecto gallego y habiendo trabajado en la Catedral de Santiago, con todo lo que ello significa, el templo de Santa María del Mar siempre me ha parecido la más soberbia manifestación de arquitectura religiosa. Precisamente por su ausencia de decoración, los sentidos se centran en lo único que importa: el espacio y la luz, el rito y la solemnidad.
Pena de que la ambición de los curas haya colonizado el templo. La última vez que lo visité la experiencia se confundía con la intranquilidad de que en cualquier momento alguien te echara una bronca por sacar una foto. El mejor templo votivo convertido en un saqueador de carteras. Pero ese es otro tema.
Santa María del Mar parece dar la razón al movimiento racionalista, la forma sigue a la función. Desde luego, si que es un apoyo para todos aquéllos que ven en el espacio, la materia y la luz la razón de ser de la arquitectura, y no en el ornamento, la función sin contexto y la mezcla sin receta de estilos copiados de lugares variopintos, tan fácil de hacer ahora que internet te permite buscar los planos de una cabaña guatemalteca o de un igloo esquimal.
Rogelio Carballo
Igualmente encantado de reencontrate, amigo Rogelio.
ResponderEliminarPues voy a darte la alegría (rara en este ámbito) de decirte que, precisamente Santa María del Mar, es uno de los pocos templos en los que no ponen pegas para la fotografía (y déjame tocar madera porque, en términos generales se esté retrocediendo mucho en este terreno). Sí que un tiempo atrás las ponían, pero ahora parecen haber cambiado de línea (supongo que es imposible detener a la marea guiri flasheando como posesa).
Y, bueno, veo que coincidimos con S.M. del Mar. Es que, a poco que se tengan los ojos mínimamente en su sitio, es difícil no coincidir.
Oye, otra vez que vengas por Barcelona dame un toque. En Google+ los que están en mis círculos pueden acceder a mi móvil.
No lo dudes.
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