El tema es recurrente dos veces al año, cada vez que toca cambiar la hora: que si se ahorra mucho o poco, que si es más agradable o más desagradable el horario de verano que el de invierno, que si los transtornos que causa a bebés y a ancianos... Eso del cambio de hora parece que transtorna mucho a la gente, parte de la cual, en cambio, no se transtorna nada cuando los fines de semana lleva unos horarios completamente disparatados o cuando, en vacaciones, realiza en ocho días un viaje de ida y vuelta a la Ribera Maya o a cualquier otro culo del planeta. El caso, se diría, es quejarse de algo...
El próximo cambio de horario otoñal de este año (se produce este próximo domingo) ha traído una ampliación de la cuestión.
Actualmente, nuestro horario oficial se corresponde con el huso centroeuropeo (CET, en invierno, CEST, en verano). Esto viene de los años 40 (creo que, concretamente, desde 1942) cuando Franco decidió homologarse horariamente con Alemania, en un chusco guiño a Hitler (imaginaos lo que debió de emocionarse el Führer) o, más probablemente, para homogeneizar el horario español con el de toda la Europa continental, ocupada desde el Bidasoa hasta el Cáucaso por Alemania y sus aliados. Después de la guerra, el cambio de horario se mantuvo y se mantuvo por una razón que veo lógica: era (y es) muy cómodo, muy racional y muy eficiente, que todo lo que entonces era Europa Occidental y hoy constituye el núcleo de la zona monetaria europea (la zona euro, para entendernos), zona donde la densidad de intercambios comerciales es muchísimo mayor, tenga una misma hora oficial.
Pero ahora vienen los políticos y deciden que nuestros horarios son ineficientes y disparatados, que con ellos no hay eficiencia laboral posible, ni productividad, ni conciliación familiar ni las diez mil leches que son tanta moda en estos últimos años. Y se ponen a elucubrar -parece que en serio, aunque ya veremos si al final se materializa- si no sería más natural volver al horario que nos corresponde, el huso europeo occidental (WET-WEST), que coincide con el horario del meridiano de Greenwich (GMT) convencionalmente conocido como Horario Universal Coordinado (UTC) y es el que mantienen Gran Bretaña, Islandia (que no tiene horario de verano) y Portugal, como únicos representantes europeos del mismo. Hay que tener en cuenta, a mayor abundamiento, que el meridiano de Greenwich pasa por la península Ibérica: si se corriera unos pocos kilómetros hacia el este, constituiría casi calcadamente la frontera geográfica (porque hoy por hoy, y esperemos que por muchos años, no hay otra) entre Cataluña y Aragón.
Sí, resulta chocante esto de que, en horario de verano (CEST, y es el más largo de todo el año: siete meses), el mediodía sea a las dos de la tarde (en Cataluña, porque en Galicia se va a casi las tres o poco menos). Y por eso me extraña adicionalmente esa pájara que ahora les ha dado a los políticos (esto nos pasa por no tener problemas, ya se sabe), porque si analizamos nuestras costumbres, resulta que no estamos tan locos como parece.
En épocas de ruralidad (es decir, todas, hasta prácticamente el siglo XX... y más bien avanzado) se almorzaba a las 12 o entre las 12 y las 13, es decir, a mediodía. Ahora, que estamos tan locos, almorzamos -mal, pero almorzamos- entre las 14 y las 15. Es decir, exactamente a la misma hora, en términos solares. Lo mismo cabe decir de la cena: si cenamos entre las 21 y las 22, quiere decir que, en términos solares, lo estamos haciendo entre las 19 y las 20, lo cual más europeo no puede ser. Y si nos acostamos a las 24, lo estamos haciendo a las 22. Lo brutal sería que, manteniendo este huso horario adoptáramos las costumbres horarias europeas, porque esto nos llevaría a almorzar a la hora de desayunar, cenar a la hora de la merienda, acostarnos a la hora de la cena y levantarnos con los frailes, a la hora de maitines.
Que se quieran modificar los horarios laborales y algunas costumbres, para hacer la productividad más alta y la vida más llevadera (hasta donde ambas cosas sean compatibles) es algo que puedo ver bien, incluso si con ello nos vemos obligados a modificar algunas costumbres (por ejemplo, frugalizar el almuerzo en beneficio del desayuno y de la cena) que nos llevarían a hábitos más saludables; pero no hace falta, para ello, cambiar el huso horario oficial.
Cambiar el huso horario oficial significaría que, a cambio de coordinarnos con Gran Bretaña y con Portugal (bueno, ejem, y con Islandia), nos descoordinamos de todo el resto de Europa. Francamente (aunque este es el ejemplo más tonto), no me veo recorriendo 170 kilómetros escasos hacia el norte, entrando en Francia (como hacemos muy comúnmente los catalanes) y tener que adelantar el reloj una hora (o la coordinación mental entre la hora que me indica el reloj y la del lugar en el que estoy). Aunque, bueno, también es lo que les pasa a los gallegos cuando recorren hacia el sur muchos menos de esos 170 kilómetros, si bien en este caso atrasan, en lugar de adelantar.
Hablemos de adecuar mejor nuestros horarios y nuestros hábitos a la vida actual, hablemos de trabajar más racionalmente y más a gusto (o menos a disgusto), en términos horarios, cosa que, además, podría llevar incluso a trabajar menos; hablemos de poder estar más con la familia en horas todavía hábiles para hacer cosas interesantes, en vez de encerrarnos a ver la tele, hablemos de todo eso, sí, y dejemos tranquilo nuestro horario CET-CEST (sí, incluyendo también el cambio horario estacional, que no es tan terrible).
Imagen: Wikimedia Commons
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