7 de octubre de 2013

Riego, muy mojado


Rafael del Riego es una figura de la Historia de España muy conocida. Muy conocida y muy mitificada. Tenido por un gran héroe del liberalismo, se ha hecho de él poco menos que el santo patrón de la democracia, hasta tal punto que el himno que lleva su nombre ha sido himno nacional en dos ocasiones: durante el Trienio Liberal (1820-1823) y, como sabe casi todo el mundo, durante la IIª República Española. Un himno que (es una simlpe opinión personal) a mí me parece feo y fanfarrioso, falto de toda majestuosidad y del tono solemne que se supone debe caracterizar una composición dedicada a tal fin. Cualquier día dedicaré una entrada a esto de los himnos y a este de Riego, que al, parecer, tiene tantos orígenes y tantos presuntos compositores que, bueno, podría decirse que es de padre desconocido o, al menos, con certeza.

El mito llegó a su propia muerte. Hay una letrilla del himno -apócrifa- que reza:

Cuando Riego murió fusilado
no murió por cobarde y traidor,
que murió con la espada en la mano
defendiendo la Constitución


Lo cierto es que murió ahorcado, ni fusiles ni espadas en la mano, y de una forma muy poco decorosa; fue al patíbulo completamente abatido, sentado en un serón tirado por un asno. Es verdad que el canalla de Fernando VII no le ahorró humillación alguna: se cuenta que el patíbulo se montó especialmente para él, porque los palos habituales no le parecieron a la mala bestia del rey suficientemente altos. Y, en fin, Galdós («Episodios Nacionales - El terror de 1824») describió su puesta en capilla y posterior conducción al cadalso muy gráficamente, transmitiendo como sólo él sabía hacerlo, lo dramático y lo tétrico del acontecimiento. Y lo patético de la figura de Riego en esa tesitura.

Esa ejecución bochornosa fue una auténtica vergüenza nacional, una mancha verdaderamente infamante en la historia de España, que tuvo que ser lavada -hasta donde ello fuera posible- con la rehabilitación de Riego prácticamente inmediata a la muerte de Fernando VII, a cargo de la reina regente (¡la propia viuda de ese animal!), que en el decreto correspondiente ponía de relieve no sólo la injusticia intrínseca de la ejecución sino el hecho de que muchos otros que habían tenido las mismas o incluso superiores responsabilidades en el pronunciamiento que lo llevó a la horca gozaban de prebendas, favores y cargos oficiales.

Leo en «La Nueva España» una noticia que da cuenta de que un catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla afirma que Riego se sublevó para no luchar en América. No es un aserto nuevo: algo parecido -y mucho más pormenorizado- puede leerse en esta página que constituye, además, una de las fuentes de la entrada correspondiente de la Wkipedia.

La Historia puede llegar a ser muy cruel con sus protagonistas porque es una disciplina evolutiva y las investigaciones serias y rigurosas acaban prevaleciendo sobre las leyendas, las presunciones y el imaginario popular y, así, esa misma Historia, que inicialmente elevó a Riego a la categoría de héroe liberal, lo reduce, con los años y el estudio, a una medianía que tuvo la suerte (inmerecida) por un lado, pero, sobre todo, la desgracia (igualmente inmerecida, y por lo mismo), por otro, de aparecer como el rey en una partida de ajedrez en la que, a lo sumo, no pasó de alfil. Y al que, encima, se le atribuye la culpa del inicio del desastre colonial español. Nada menos.

Ni siquiera a otro ilustre fantasma de confusa carrera militar, norteamericano en este caso, el general Custer, le fue tan mal.

Imagen: Retrato de Rafael del Riego, Museo Romántico de Valencia
Licencia: Dominio público

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