Si los directores españoles de cine, en vez de dedicarse a esas plúmbeas catarsis psiquiátricas que practican a lo Fassbinder, pero en chusco, o a andar rebañando el plato de mierda de la guerra civil, y los productores fueran tales, fueran empresarios de verdad, y no una escoria ávida de subvenciones oficiales fáciles y sin riesgo, y se hubieran dedicado todos a hacer cine del bueno -del bueno de verdad, del que llena salas por más piratería más o menos real que haya- (dicho sea todo ello salvando las tan dignas como escasas excepciones), tendrían en aquella magnífica generación de marinos del XVIII (españoles, obviamente en el contexto), grandes científicos, muchos de ellos, temática inacabable. Si el cine norteamericano o francés hubieran tenido un Nelson como lo tuvieron los británicos, menudas peliculazas hubieran hecho (Hollywood las hizo con Nelson, de todos modos; total, era primo hermano). Pues bien, el cine español ha tenido -e ignorado olímpicamente, valiente hatajo de gilipollas- a gente como Blas de Lezo, Malaspina, Churruca o Jorge Juan. Y los que me dejo.
Sobre Blas de Lezo (todo un personaje, en el más serio sentido de la palabra, y a la perfecta y sobrada altura de Nelson, salvando el siglo de distancia que se llevaban) hubieran podido hacerse, ya no películas, sino series enteras televisivas. Ríete tú de Jack Aubrey, de la fragata Surprise, de Master and Commander, y de las obras completas del capitán Marryat, y eso que estos ejemplos son de altísimo nivel, cada cual en su clase. Pero el pobre don Blas sólo ha dado para ponerle nombre a una fragata (de las buenas, eso sí) y para el olvido más indigno. Esta es la España del olor a pies, señores.
Me viene todo esto a la cabeza porque ayer llegó a mi buzón -el real, el de tres dimensiones- el número de agosto-septiembre de la Revista General de Marina que edita el Ministerio de Defensa y me sorprende gratamente dedicando este número monográficamente a Jorge Juan, con ocasión del tercer centenario de su nacimiento. Es una lástima que poco homenaje más vaya a recibir (qué menos que el de sus herederos en la Armada), porque, así como Lezo y Churruca fueron guerreros puros y duros -excelentísimos guerreros, eso sí-, Jorge Juan fue, además de un militar de alto nivel, un científico, ingeniero y astrónomo de padre y muy señor mío. Incluso se cuenta que su viaje a Inglaterra para aprender las técnicas de construcción naval británicas tuvo momentos de auténtico 007, lo que, de ser cierto, lo convertiría en un precursor, incluso a este nivel.
Dice la Wikipedia (y yo no había caído, pero quizá ahora veamos por qué) que a Jorge Juan se le agasajó con su imagen en los billetes de 10.000 pesetas (60 euros hoy). Pero atención al tenor literal de la Wikipedia: «Su imagen es bien conocida por los españoles, puesto que figuraba en el reverso de los antiguos billetes de 10.000 pesetas». Pues no. Me temo que, si ha de ser por eso, su imagen era muy poco conocida por los españoles: temporibus illis, un billete de 10.000 era casi tan difícil de pillar como hoy uno de 500.
Triste país este, que sólo recuerda (y mal) los episodios más negros y cutres de su Historia y relega al olvido, cuando no denigra, sus más brillantes hitos y a sus más brillantes protagonistas.
Una explicación más de por qué nos va como nos va.
Nota: La suscripción a las publicaciones en papel del Ministerio de Defensa es muy barata; pero, aún así, con un poco de retraso, pueden descargarse autorizada y gratuitamente en formato PDF. La Revista General de Marina puede descargarse aquí. En estos momentos está ya disponible el ejemplar del mes de junio, así que en uno o dos meses podrá descargarse el que ha dado pie a este artículo.
Imagen: Jorge Juan y Santacilia, Museo Naval de Madrid
Licencia: Dominio público
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