Ya hablé de este tema en varias ocasiones en «El Incordio» y es un tema del que no me gusta hablar -como a nadie, imagino- pero hay que hacerlo.
Ante todo, debo decir que escribo esto en domingo, cuando aún no se conoce la resolución del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos sobre la llamada «doctrina Parot», pero dando por supuesto que se la va a cargar, con la única duda de si el tenor literal de la resolución va a dejar mucho o poco espacio a la «ingeniería jurídica» que anunciaba días atrás Fernández-Díaz.
Para empezar, y sin entrar en consideraciones éticas aún, en mi opinión, la «doctrina Parot» es una vulgar y tosca chapuza, uno de esos atajos a los que tan aficionados somos en España cuando nos sale el tiro por la culata de lo mal que se legisla aquí. Los atajos tienen poco futuro en derecho penal, porque los principios generales del derecho, en España y en todo el orbe civilizado, tienen normas muy estrictas destinadas a impedir «ingenierías» e inventos cuando éstos consisten en atizarle más duramente a un señor. La irretroactividad de las leyes, en general, pero, sobre todo, como principio sagradísimo en el ámbito penal, el principio non bis in idem, y tres o cuatro normas más, metapositivas pero radicales, permiten poco juego. En base a esto, estaba cantado que la «doctrina Parot» iba a la basura en lo que tardara en pillarla un tribunal independiente, de los que no hay en España, porque, en cuestión de independencia, el Tribunal Supremo y el Constitucional tienen menos fiabilidad que un Biscúter en una carrera de Fórmula 1.
La tregua indefinida de ETA tiene todavía un fleco importante que solucionar: la entrega de las armas. Una entrega que, materialmente, no es nada (si ETA quisiera volver a ponerse en marcha, recuperar sus arsenales sería probablemente cuestión de pocos meses) pero que simbolizaría su fin, su verdadero desmantelamiento -desde dentro- para los restos. Pero está claro que esa entrega no se va a producir si no se da una solución al tema de los presos: ETA no se va a disolver (ni, por ende, entregar las armas) dejando abandonados a muchos centenares de los suyos.
Tengo para mí que la previsible resolución del Tribunal no va a venir como caída del cielo, sino que es consecuencia de un pacto, de esos pactos que hacen oscuros e ignotos coroneles en bares suizos o en vete a saber qué garitos. Está claro que el Gobierno español no puede soltar a los presos por las buenas, pero sí puede verse obligado (a la fuerza ahorcan) a abandonar el falso principio jurídico que le permite que los etarras cumplan sus penas íntegras. Si la «doctrina Parot» se cae, a la vuelta de diez años, quizá quince, a lo sumo, no quedarán apenas presos etarras, y eso será un punto importante para la recuperación de la normalidad en el País Vasco. Hay que tener en cuenta que la mitad de los vascos tienen, por lo menos, a un familiar no muy lejano, en prisión.
Lo siento -sinceramente, de verdad- por las víctimas. Incluso sin serlo ni directa ni próximamente, se me hace muy cuesta arriba la idea de que los autores de algunos de esos asesinatos, particularmente execrables, especialmente odiosos -pienso, por ejemplo y sobre todo, en el del matrimonio Becerril- se vayan a salir poco menos que de chiquitas. Es un precio altísimo y muy duro, pero que me temo que habrá que pagar. A menos, claro, que no se quiera normalizar completamente la vida social vasca, en cuyo caso habría que afrontar los riesgos que ello conllevaría.
El problema es que, si mi teoría -la del pacto- es cierta -y estoy convencido de que lo es-, no conocemos la contrapartida; es decir qué tienen que dar a cambio los beneficiados por la excarcelación (aparte, por supuesto, entonces sí, del desarme y la autodisolución del tinglado); pienso que sería insufrible completamente -hasta el punto de la invalidación misma del propia pacto, en la medida en que exista- que se pasearan entre laureles de héroes o que presumieran de victoria alguna.
Porque, eso sí: conviene que tengan claro que han perdido la guerra y que el levantamiento de la «doctrina Parot» no constituiría sino parte de las condiciones de una rendición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?